En estas semanas estamos repasando algunos textos del Padre Kentenich sobre Cristo, tomados del libro “Cristo es mi vida”. Como escriben los encargados de esta recopilación en el prólogo, el padre Kentenich tiene predilección por la teología paulina y joánica y subraya en ella todos aquellos aspectos que se refieren al ser. De ese modo quiere crear un contrapeso a un seguimiento de Cristo fuertemente determinado por un interés meramente ético y moral. El fundador de Schoenstatt apunta a que esta visión de nuestra vinculación a Cristo sea fecunda para todos los aspectos de la vida e incluso para nuestro propio sentimiento de vida. Y en ello descubre un valioso instrumento a la hora de vencer las tendencias de desvalorización que cunden en la sociedad de masas actual y superar el peligro de caer en complejos de inferioridad de diversos tipos. Precisamente porque una vinculación a Cristo, vivida en profundidad, redunda en un sentimiento de vida noble y divino, afirmado en la libertad y la dignidad de ser hijos de Dios.
En este nuestro camino de
acceso a la imagen de Cristo hemos repasado en las últimas dos semanas algunas
actitudes del alma de Jesús, en concreto su libertad interior y su serenidad
ante todo tipo de encuentros humanos. Hoy concluimos esta reflexión deteniéndonos
en su fidelidad. El Padre Kentenich lo explica así:
“Queda por destacar un tercer elemento: su
fidelidad. Jesús fue fiel. Ante todo, fue fiel a la misión, fiel hasta el fin.
Enfocando ahora nuestro propio caso, observamos que unos viven en el pasado, otros
sueñan con el futuro… ¿Qué hacía Jesús? Apurar el cáliz de cada momento, como
si fuese una eternidad. Cada instante es una oportunidad de ofrecerle nuestra
fidelidad a Dios. Jesús vivía continuamente junto al Padre, pero a la vez
quería hacer continuamente su voluntad. Recordemos aquella advertencia suya:
«Quien me ama no es aquel que diga: ’Señor, Señor’, sino quien haga la voluntad
de mi Padre» (cf Mt 7,21). Y hacia el final de su vida dice: «He llevado a cabo
la obra que me encomendaste realizar» (Jn 17,4).
Pero además el Evangelio añade aquellas otras
palabras: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
fin» (Jn 13,1). Estas palabras significan dos cosas: que Jesús fue fiel en su
amor y que amó a los suyos hasta consumir todas sus fuerzas por ellos. El grado
de su amor es infinitamente profundo. No sólo fue fiel a su llamada, a su
misión, sino también fiel en el amor. Amó a los suyos hasta el extremo, hasta
el fin de su vida, y más allá. En el Antiguo Testamento se dice: «Con amor
eterno te he amado, por eso he reservado gracia para ti» (Jer 31,3).
Recordemos que también nosotros somos objeto
de este amor fiel de Jesús. Por medio de la alianza de amor, una alianza de
amor esponsalicia, le hemos ofrecido al Señor nuestro corazón y él, a su vez,
nos hace don del suyo. Somos así objeto de la fidelidad de Jesús. Que esta
fidelidad extraordinariamente profunda sea para nosotros fuente de gran
alegría. Y procuremos que nuestra alma se colme también de una fidelidad muy,
pero muy honda.”
De un retiro a las Hermanas de María del mes de agosto de 1950
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