En esta semana de Pascua tomamos de las páginas 188-189 del libro “Cristo es mi vida” una pequeña reflexión del Padre Kentenich sobre Cristo como sentido de la historia. Me ha llamado la atención especialmente la frase “Todas las tribulaciones de la vida y del acontecer del tiempo se resuelven en Cristo”. El texto completo dice así:
“El sentido de la historia es la preparación, continuación,
perfeccionamiento y consumación de la historia de vida de Jesús, orientada a
alcanzar una perfecta unión de amor con Dios Padre. El tiempo que precedió a
Cristo es el tiempo de preparación a su venida, anunciada ya con claridad en el
protoevangelio (Gen 3,15). El tiempo que lo siguió es el de la misteriosa
repetición de cada una de las etapas de su vida, tanto en determinadas personas
como en generaciones enteras. Unas veces es la imagen de Jesús Niño la que
predomina en el plano del individuo y de la sociedad, imprimiéndoles sus
rasgos; otras veces se trata del Señor que enfrenta a sus adversarios y lucha.
Ora se repite de manera palpable el espanto del Gólgota, ora el júbilo de la
mañana de Pascua.
El primer hombre debió abandonar el paraíso y encaminarse hacia el
destierro, llevando consigo, en el corazón, el anhelo del paraíso perdido. Ya
en ese momento se le unió Cristo, con el protoevangelio en su mano, y no habría
de abandonarlo nunca más, ni a ese primer hombre ni a toda la posteridad que
surgiría de su simiente. Como "logos spermatikós" (semillas de
la Palabra) sigue a los paganos, y acompaña a los cristianos envuelto en un
misterioso velo. Aquí prepara el Adviento o la Navidad, aunque sean pocos los
que vengan a adorarlo, aunque sean pocos los que estén dispuestos a ofrecerle
oro, incienso y mirra. Allá vuelve a vivir sus años de Nazaret. Lo hace en todo
lugar donde haya familias cristianas que lo reciban en su seno. En los
sacerdotes y en los laicos, Jesús recorre el mundo predicando y curando. En
todas partes su palabra y obra exigen en forma inexorable una decidida opción.
El Señor revive misteriosamente su pasión en todos los que, como san Pablo,
completan en su carne lo que le falta a las tribulaciones de Cristo (cf. Col
1,24); en aquellos que guardan silencio cuando la turba les grita con salvaje
insistencia a los Pilatos de turno: "¡Crucifícalo!"; en los que no
desmayan cuando otros Judas los traicionan y los venden por treinta monedas de
plata. Día tras día, el Señor celebra la Pascua aunque sólo haya un puñado de
testigos fieles de su resurrección y de su glorioso triunfo. Y les envía el
Espíritu Santo a todos los que oran y parten el pan con perseverancia.
Todas las tribulaciones de la vida y del acontecer del tiempo se resuelven
en Cristo. Hablamos de tribulación cuando las débiles fuerzas humanas entran en
conflicto con poderes más fuertes y superiores y se derrumban en la lucha, pero
de tal manera que de la derrota fluye bendición abundante. En este sentido, los
teólogos dicen que en Cristo el "mysterium iniquitatis", el
misterio de iniquidad, se transforma en "mysterium gratiae",
en misterio de gracia.”
Tomado de: "Carta desde Buenos Aires a la Familia de Schoenstatt", con ocasión del 18 de Octubre de 1949.
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