La semana pasada nos detuvimos a considerar una de las actitudes principales del alma de Jesús: su libertad soberana. Hoy continuamos con el texto de esta charla del Padre Kentenich a las Hermanas de María del año 1950.
“Una
segunda característica de la vida interior del Señor es que a esa libertad
interior va unida una gran serenidad ante todo tipo de encuentros humanos,
tanto los agradables como los desagradables.
¿Qué
ocurre en nuestro caso? La alternancia de éxitos y fracasos, la tensión entre
radiante entusiasmo y negra depresión nos hace vacilar, nos sume a menudo en la
inseguridad. Pensemos un momento en cómo se conducía Jesús frente a las
experiencias de éxito y de fracaso. La multitud que lo seguía mantuvo por un
tiempo el entusiasmo, pero no duró mucho hasta que al ¡hosanna! le siguiera el
¡crucifícalo! No obstante, Jesús conservó siempre una gran serenidad y mesura
ante sus éxitos; precisamente porque estaba hondamente arraigado en Dios. El
valor supremo era Dios. Todo en la vida de Jesús recibía su valor y medida de
Dios, incluso los éxitos y fracasos. El Señor conocía exactamente lo que había
en el corazón de los hombres; sufrió infidelidades de parte de ellos, pero no
los despreció. Hoy vivimos, en cambio, otra realidad: muchos son los que al
encontrar tan poca fidelidad en los demás, menosprecian el trato humano y
prefieren entregar su cariño a los animales. En el Evangelio se dice que Jesús
conocía lo que había en el hombre (cf. Jn 2,25). Pero ello no fue obstáculo
para que le manifestase su bondad. El Señor sabía que a pesar de que hoy lo
aclamaban con ¡hosanna! pronto esos mismos hombres gritarían ¡crucifícalo! Sin
embargo, mantuvo una continua actitud de benevolencia hacia ellos. Fue cercano
a la gente; pero supo conservar siempre una cierta distancia frente a todo lo
creado, justamente porque estaba arraigado en Dios.
Mediten
sobre todos los fracasos que sufrió el Señor. Fíjense en la situación en que se
vio envuelto hacia el final de su peregrinación por este mundo. La obra de toda
su vida yacía deshecha a sus pies. Quizás no exista otra persona que haya
cosechado tantos fracasos como el Señor. No era comprendido por sus propios
discípulos, y ni siquiera el círculo de sus más íntimos era realmente
confiable. Todo vacilaba y amenazaba derrumbarse. Sin embargo, Jesús conservó
siempre una tranquilidad soberana. Su alma estaba unida por entero a Dios
Padre. De esa fuerte vinculación brotaba, por una parte, la perfecta libertad
ante las creaturas y, por otra, la serenidad en todas las situaciones que le
tocaba vivir.
Reflexionen
sobre la conducta del Señor en relación con los amigos y los enemigos. Quien
actúe en la vida pública tendrá naturalmente amigos y enemigos. Y lo mismo le
ocurría a Jesús. ¡Cuántas cosas se murmuraban contra él! Vino Juan, que no
comía ni bebía… ¿y qué hicieron con él? Y ahora vengo yo, que como y bebo… ¿qué
habrán de hacer conmigo? (cf. Mt 11,18). Querían abatirlo, en especial los
dirigentes del pueblo. ¿Era justo?
Que
la vida de Jesús sea modelo de nuestra vida. Serenidad absoluta. ¿De dónde
manaba esa serenidad? Del profundo arraigo en el corazón de Dios Padre. Su
vinculación al Padre del cielo es el gran misterio de su vida; de ahí la gran
calidez con que nos habla de él. Recuerden aquella oportunidad cuando Felipe le
dice: «Señor, muéstranos al Padre» (Jn 14,8). Bien podemos imaginarnos la sencillez
y hondura con que Jesús vivía su vinculación al Padre.
Y
esa misma tranquilidad soberana se revela también cuando Jesús debe apurar el
cáliz del dolor más grande que puede sufrir el hombre: la soledad interior. Su
vida toda fue una vida de gran soledad. Quienes lo rodeaban no lo entendieron.
No lo comprendían sus apóstoles ni tampoco su madre. No percibían el alcance
real de las palabras que le escuchaban pronunciar. Pero la soledad más tremenda
la sufrió en el Monte de los Olivos y luego clavado en la cruz, sobre el
Gólgota. Incluso llegó a sentirse separado de Dios, y esa situación le arrancó
aquel grito desgarrador: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mc
15,34). Tomemos muy en serio este clamor, no lo consideremos como un simple
gesto. Pero, a pesar de todo, vuelve a manifestar su serenidad soberana:
«Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23,46). Por un lado, esta
tranquilidad confiada y, por el otro, una profunda libertad interior. Ambas
actitudes están cimentadas en una honda entrega a Dios Padre.
Jesús
es el gran modelo de aquel ideal que solemos citar a menudo, valiéndonos de una
imagen muy nuestra: "Queremos ser hijos de un amor único y grande".
¿A qué clase de amor nos referimos? "¡Sí, Padre, hágase tu voluntad, tanto
cuando ella me depare alegría, como cuando me acarree dolor y
sufrimiento!". Repasemos la vida de Jesús. No sólo sufrió fracasos
aislados, sino que todas sus obras parecían haberse malogrado… Sin embargo,
supo exclamar: «He llevado a cabo la obra que me encomendaste realizar» (Jn
17,4). ¿Qué obra era esta? La obra de su entrega al Padre, la obra de sus
sufrimientos. El Señor sabía que en su derrota estaba precisamente su triunfo.
Tenía que padecer; era necesario que hacia el final de su vida contemplase las
ruinas de su obra. Ese era el medio para redimir al mundo. Así pues se nos
aparece Jesús, con una gran libertad interior y una tranquilidad soberana,
porque estaba hondamente anclado en el Padre.”
Me encantó tu discernimiento de la paz y tranquilidad que tenía el Señor. Pero no siempre era así. Recuerda en el Templo que agarró unas sogas y destruyó los negocios diciendo enojado que no debían convertir la Casa de Su Padre en negocio.... Mi buen Jesús. Aún enojado aprendemos de su justicia. Aún en "sus fracasos" aprendemos de la vida. Muy buen escrito. Felicidades y gracias por seguir enviándolos. Siempre son alimento espiritual. Besos a Anneliese. Dile que las bloomen están preciosas y siempre pienso en ella y en ti. Por cierto, hay una maravillosa exposición de Arte Religioso acá en mi pueblo de Alalpardo. Si quieren pasar una tarde noche cultural religiosa, vengan el sábado 3 de abril a las 8:00pm en la sala de arte Al Artis. Habrá concierto de música y exposición colectiva de obras de arte. Yo expondré 18 obras. Vengan con Montze e Ismael. Besos! ❤️
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