viernes, 25 de marzo de 2022

Actitudes del alma de Jesús: una gran serenidad

La semana pasada nos detuvimos a considerar una de las actitudes principales del alma de Jesús: su libertad soberana. Hoy continuamos con el texto de esta charla del Padre Kentenich a las Hermanas de María del año 1950.

“Una segunda característica de la vida interior del Señor es que a esa libertad interior va unida una gran serenidad ante todo tipo de encuentros humanos, tanto los agradables como los desagradables.

¿Qué ocurre en nuestro caso? La alternancia de éxitos y fracasos, la tensión entre radiante entusiasmo y negra depresión nos hace vacilar, nos sume a menudo en la inseguridad. Pensemos un momento en cómo se conducía Jesús frente a las experiencias de éxito y de fracaso. La multitud que lo seguía mantuvo por un tiempo el entusiasmo, pero no duró mucho hasta que al ¡hosanna! le siguiera el ¡crucifícalo! No obstante, Jesús conservó siempre una gran serenidad y mesura ante sus éxitos; precisamente porque estaba hondamente arraigado en Dios. El valor supremo era Dios. Todo en la vida de Jesús recibía su valor y medida de Dios, incluso los éxitos y fracasos. El Señor conocía exactamente lo que había en el corazón de los hombres; sufrió infidelidades de parte de ellos, pero no los despreció. Hoy vivimos, en cambio, otra realidad: muchos son los que al encontrar tan poca fidelidad en los demás, menosprecian el trato humano y prefieren entregar su cariño a los animales. En el Evangelio se dice que Jesús conocía lo que había en el hombre (cf. Jn 2,25). Pero ello no fue obstáculo para que le manifestase su bondad. El Señor sabía que a pesar de que hoy lo aclamaban con ¡hosanna! pronto esos mismos hombres gritarían ¡crucifícalo! Sin embargo, mantuvo una continua actitud de benevolencia hacia ellos. Fue cercano a la gente; pero supo conservar siempre una cierta distancia frente a todo lo creado, justamente porque estaba arraigado en Dios.

Mediten sobre todos los fracasos que sufrió el Señor. Fíjense en la situación en que se vio envuelto hacia el final de su peregrinación por este mundo. La obra de toda su vida yacía deshecha a sus pies. Quizás no exista otra persona que haya cosechado tantos fracasos como el Señor. No era comprendido por sus propios discípulos, y ni siquiera el círculo de sus más íntimos era realmente confiable. Todo vacilaba y amenazaba derrumbarse. Sin embargo, Jesús conservó siempre una tranquilidad soberana. Su alma estaba unida por entero a Dios Padre. De esa fuerte vinculación brotaba, por una parte, la perfecta libertad ante las creaturas y, por otra, la serenidad en todas las situaciones que le tocaba vivir.

Reflexionen sobre la conducta del Señor en relación con los amigos y los enemigos. Quien actúe en la vida pública tendrá naturalmente amigos y enemigos. Y lo mismo le ocurría a Jesús. ¡Cuántas cosas se murmuraban contra él! Vino Juan, que no comía ni bebía… ¿y qué hicieron con él? Y ahora vengo yo, que como y bebo… ¿qué habrán de hacer conmigo? (cf. Mt 11,18). Querían abatirlo, en especial los dirigentes del pueblo. ¿Era justo?

Que la vida de Jesús sea modelo de nuestra vida. Serenidad absoluta. ¿De dónde manaba esa serenidad? Del profundo arraigo en el corazón de Dios Padre. Su vinculación al Padre del cielo es el gran misterio de su vida; de ahí la gran calidez con que nos habla de él. Recuerden aquella oportunidad cuando Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre» (Jn 14,8). Bien podemos imaginarnos la sencillez y hondura con que Jesús vivía su vinculación al Padre.

Y esa misma tranquilidad soberana se revela también cuando Jesús debe apurar el cáliz del dolor más grande que puede sufrir el hombre: la soledad interior. Su vida toda fue una vida de gran soledad. Quienes lo rodeaban no lo entendieron. No lo comprendían sus apóstoles ni tampoco su madre. No percibían el alcance real de las palabras que le escuchaban pronunciar. Pero la soledad más tremenda la sufrió en el Monte de los Olivos y luego clavado en la cruz, sobre el Gólgota. Incluso llegó a sentirse separado de Dios, y esa situación le arrancó aquel grito desgarrador: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mc 15,34). Tomemos muy en serio este clamor, no lo consideremos como un simple gesto. Pero, a pesar de todo, vuelve a manifestar su serenidad soberana: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23,46). Por un lado, esta tranquilidad confiada y, por el otro, una profunda libertad interior. Ambas actitudes están cimentadas en una honda entrega a Dios Padre.

Jesús es el gran modelo de aquel ideal que solemos citar a menudo, valiéndonos de una imagen muy nuestra: "Queremos ser hijos de un amor único y grande". ¿A qué clase de amor nos referimos? "¡Sí, Padre, hágase tu voluntad, tanto cuando ella me depare alegría, como cuando me acarree dolor y sufrimiento!". Repasemos la vida de Jesús. No sólo sufrió fracasos aislados, sino que todas sus obras parecían haberse malogrado… Sin embargo, supo exclamar: «He llevado a cabo la obra que me encomendaste realizar» (Jn 17,4). ¿Qué obra era esta? La obra de su entrega al Padre, la obra de sus sufrimientos. El Señor sabía que en su derrota estaba precisamente su triunfo. Tenía que padecer; era necesario que hacia el final de su vida contemplase las ruinas de su obra. Ese era el medio para redimir al mundo. Así pues se nos aparece Jesús, con una gran libertad interior y una tranquilidad soberana, porque estaba hondamente anclado en el Padre.”

1 comentario:

  1. Me encantó tu discernimiento de la paz y tranquilidad que tenía el Señor. Pero no siempre era así. Recuerda en el Templo que agarró unas sogas y destruyó los negocios diciendo enojado que no debían convertir la Casa de Su Padre en negocio.... Mi buen Jesús. Aún enojado aprendemos de su justicia. Aún en "sus fracasos" aprendemos de la vida. Muy buen escrito. Felicidades y gracias por seguir enviándolos. Siempre son alimento espiritual. Besos a Anneliese. Dile que las bloomen están preciosas y siempre pienso en ella y en ti. Por cierto, hay una maravillosa exposición de Arte Religioso acá en mi pueblo de Alalpardo. Si quieren pasar una tarde noche cultural religiosa, vengan el sábado 3 de abril a las 8:00pm en la sala de arte Al Artis. Habrá concierto de música y exposición colectiva de obras de arte. Yo expondré 18 obras. Vengan con Montze e Ismael. Besos! ❤️

    ResponderEliminar