Estando cercano el cambio de
siglo, el Consejo General de la Obra de Schoenstatt encargó a varios miembros
de algunos Institutos seculares de Schoenstatt elaboraran y editaran textos
escogidos de nuestro Fundador sobre la figura de Cristo. Bajo el título CRISTO ES
MI VIDA, la Editorial Patris publicó en el año 1997 la selección preparada por
el Padre Günther M. Boll, la Hermana M. Pía Buesge y Monseñor Peter Wolf.
Siguiendo la sugerencia de
una de las lectoras del Blog traeremos a esta ‘ventana’ en las próximas semanas
algunos aspectos de la visión de Cristo del Padre Kentenich, tomados de la
publicación antes citada. Comenzamos hoy con uno de los “accesos a la imagen de
Cristo Jesús”, en concreto sobre la imagen exterior de Jesús y actitudes de
su alma.
“¿Qué detalles conocemos de la apariencia
exterior de Jesús y de su interioridad? Meditemos sobre la imagen del Señor y
contemplemos sus rasgos nobilísimos para saber con mayor certeza cómo tendría
que ser nuestro propio rostro. Y así, luego, al reflexionar sobre esos rasgos
en lo secreto del corazón, advertiremos cuánto necesitamos una y otra virtud o
cualidad que resplandecen en la persona de Cristo.
Este es un tema en el cual podríamos
detenernos largamente. Llevamos a Cristo en nosotros, somos sus portadores y
servidores; somos aquellos que lo dan a luz para el mundo de hoy y lo ofrecen a
los demás hombres. Esta vocación de identificación tan honda con el Señor nos
lleva a confrontarnos con la totalidad de su imagen.
I. ¿Cómo era la apariencia exterior
de Jesús? Pregunta difícil de responder. Disponemos de muy escasos documentos
sobre este asunto. Quizás los apóstoles hayan hablado sobre la fisonomía del
Señor, pero no dejaron ninguna constancia escrita. Imaginemos que nosotros
fuimos testigos oculares de la vida de Jesús y luego escribimos nuestras
impresiones de lo que vimos y oímos. Creo que en nuestro relato necesariamente
habríamos hecho referencia a la apariencia exterior de Jesús.
¿Cómo eran sus ojos? ¿Era su mirada
melancólica o alegre? Nada nos dicen los Evangelios al respecto. ¿Acaso a los
apóstoles no les había impresionado la fuerza que se irradiaba del Señor? Sí,
por supuesto, pero el Espíritu Santo los guió de tal manera que fueron capaces
de pasar de lo exterior a lo interior, y dar así testimonio de lo primordial,
de lo más grande, de la interioridad. Los discípulos no pusieron por escrito
todo lo que se hablaba entre ellos. Posiblemente dialogaron sobre la fisonomía
de Jesús, pero, repito, el Espíritu Santo dispuso las cosas de tal manera que
hoy no sabemos mucho sobre la apariencia exterior del Hijo de Dios.
Creo que lo expuesto se podría resumir en
tres puntos:
1. La persona de Jesús irradiaba una
gran fuerza. Recuerden, a modo de ejemplo, aquel pasaje del Evangelio cuando el
Señor encuentra a un joven, a quien lisa y llanamente le dice:
"¡Sígueme…!" (Jn 1,43). Y el muchacho dejó todo y fue tras él. Por
supuesto, la impresión recibida por el nuevo discípulo había sido preparada de
alguna manera por el contacto anterior con los apóstoles y lo que éstos le
habían relatado sobre Jesús. Pero, sea como fuere, el Señor ejercía un dominio
y una atracción especial sobre los corazones de los hombres.
2. Miremos un poco más en lo profundo,
tratemos de vislumbrar la esencia de su personalidad. Si bien Jesús demostraba
continuamente una gran cercanía a la gente, ello no quitaba que estuviera
revestido de una gran majestad. Contemplemos la majestad de su persona. «Simón
Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: ’Aléjate de mí, Señor, que soy un
hombre pecador’» (Lc 5,8). ¿De qué nos está hablando esta escena? De una
extraordinaria tensión entre cercanía y lejanía, entre la línea que va al otro
y la que vuelve.
3. En la mirada se expresa toda la
persona; y esto lo sabe todo aquel que tenga experiencia en el trato humano.
Los ojos del Señor irradiaban una fuerza especial; su mirada expresaba la
esencia de su personalidad, era su símbolo. Recordemos el pasaje evangélico de
la negación de Pedro (Lc 22,54-62). Aquello era el pecado más grande que uno se
pueda imaginar, mucho más que los pecados contra la santa pureza. Simón Pedro
tenía que caer para que se convirtiese de una vez, para que abandonase su
orgullo solapado. Y fíjense que digo a propósito solapado. Bajo capa de
un pretendido amor a Jesús ¡en el fondo Pedro se buscaba a sí mismo! Así, pues,
el Señor permitió que Pedro cometiese el pecado más grave. Sí; Pedro pecó. Pero
he aquí que luego Jesús pasa a su lado y lo mira a los ojos. Y esa mirada logró
lo que toda una educación no había podido conseguir: Pedro llora amargamente y
reconoce su miseria y debilidad. Ahora sí que está en condiciones de ser la
roca de la Iglesia, de ser declarado sucesor de Cristo.
Estos son sólo algunos rasgos exteriores de
la persona de Jesús. Nosotros queremos dar a luz a Cristo, ser portadores de
Cristo y llevar a Cristo a todos los hombres. ¿No debería entonces nuestra
apariencia exterior parecerse un poco a él? ¿No debería irradiarse de nosotros
una gran fuerza que alcanzase a los demás? No una fuerza que sea simulada, sino
que brote de la desbordante riqueza de nuestra vida interior.”
Tomado
de: "Retiro para las Hermanas de María", 25-27 de Agosto de
1950.
Gracias Paco! Tengo el Manual de Cristología de González de Cardedal... y es una belleza todo lo que uno descubre de Cristo... lo mismo que el Jesús de Nazareth de Ratzinger... siempre vamos descubriendo algo de Cristo que ilumina nuestra humanidad y nos acerca más a Él... cuando la teología se encarna, no podemos mirar para otro lado! Un gran abrazo, querido Paco...
ResponderEliminarCaro amigo de missão. Bela reflexão para o início de um domingo. O trecho "Não deveria nossa aparência exterior parecer um pouco com Ele?Esto nos faz refletir sobre nosso SER e MISSÃO "Abraços desde Curitiba Brasil
ResponderEliminarSiempre he oído a mi madre que Cristo era físicamente perfecto. Como es una persona muy culta, pienso que tiene que tener algún fundamento. ¿Podrías confirmarme este punto?
ResponderEliminarGracias y un abrazo,
Asun G.