(Texto tomado de los aforismos entresacados de escritos y conferencias del Padre Kentenich, y recopilados en el libro “Dios mi padre”, Nuevo Schoenstatt, Argentina 1977)
“El pensamiento de un filósofo moderno puede y debe ser nuestra norma de vida "Dios quiere que en santa sabiduría recuperemos nuestra filialidad" (Rabindranath Tagore).
Pestalozzi
opina que la caída más grande de la humanidad actual es la pérdida del sentido
filial, porque Dios puede desplegar su paternidad solo cuando el hombre es niño
ante Él. Dios no puede educar a su criatura si ella no se le abre filialmente.
Si la expresión
de Pestalozzi es cierta, también podemos invertirla, entonces no habrá gracia
más grande para la humanidad actual que presentarse ante Dios con un sentido
filial recuperado. Por eso no existe una misión más grande que la de
reconquistar para todos los hombres la filialidad perdida.
Quien no posee
una sencilla fe en la Providencia, así como la tiene un niño, quien no está
convencido de que detrás de todo el acontecer mundial obra una mano paternal
bondadosa, no hallará soluciones en el oscuro laberinto de la vida actual.
¡Qué difícil se
hace a veces soportar la vida! No podemos dar al hombre moderno algo más
importante que esa fe sencilla, esa confianza simple en la Providencia: Dios es
Padre, Dios es bueno…
La época actual
se caracteriza por una angustia universal que sólo será superada mediante una
sencilla y auténtica filialidad.
La esencia de
la angustia es el sombrío sentimiento de impotencia e inferioridad frente a una
despótica omnipotencia o una oscura superpotencia.
La angustia es
un afecto innato, universal, radical. La angustia invade la naturaleza humana
desde el instante en que comienzan a existir sus hermanos: el pecado, la culpa
y la muerte, el dolor y la fragilidad. Desde que existe el pecado original
podemos hablar de una angustia innata que es un versal. Es decir, que toda
naturaleza afectada por el pecado original se halla impregnada por ella. Al
mismo tiempo es un afecto radical, es fuente de un sinnúmero de afectos
secundarios. Así como un árbol nace de la raíz, así innumerables sentimientos
—ostensibles o no— emanan de la angustia.
El hombre
actual cree haber vencido el miedo, pero no es el miedo sino el asombro lo que
ha perdido. El respeto ha sido sustituido por un miedo que hace temblar.
La angustia es
un síntoma del tiempo actual, un afecto de la época. Ninguno de nosotros está
libre de ella, pues vivimos en medio de un poderoso terremoto espiritual que
afecta todas las rea1idades. El ambiente en el cual hemos crecido está
vacilando. Lo que ayer tuvo forma fija, mañana se habrá diluido. Ignoramos que
nos traerá el futuro, frente al cual estamos en una inseguridad total. Solo
reina la preocupación y la angustia.
Tenemos que
aprender a reconocer con alegría la propia impotencia, pero al mismo tiempo
volcarnos en un ser que es todo omnipotencia y bondad. Sin filialidad no
superaremos la angustia, no alcanzaremos nada sin la sencilla fe en el Padre
celestial.
En las
consultas psiquiátricas se interpretan muchas veces las imágenes oníricas. Ahí
observamos la profunda angustia psíquica por el Dios vivo; vemos qué poco se ha
experimentado a Dios como Padre.
¡Qué pocos
católicos han experimentado vitalmente la realidad: "Dios es mi
Padre"!
El objeto de la
soledad es volver a encontrar cobijamiento por la filialidad absoluta.
Si no estamos
íntimamente unidos al Dios personal, la vida nos enfermará. Necesitamos
descansar en Dios.
Cuanto más
desvalido es el hombre, tanto más se lanza en busca de cobijamiento; sin
embargo, todo refugio que no sea Dios, solo le proporcionará un desamparo
mayor. Cuanto más descubramos esto, tanto más comprenderemos que la filialidad
es la salvación para la angustia actual.
La religión nos
brinda hogar porque nos muestra a Dios como Padre y en María nos regala una
Madre.”