viernes, 26 de marzo de 2021

La forma de Cristo

Desde el inicio de este año venimos reflexionando sobre el principio paternal, la figura del padre en nuestro camino de santidad y las ideas que nuestro fundador nos legó al respecto. Hace quince días rescaté de mi estantería el librito de aforismos del Padre Kentenich, entresacados de sus escritos y conferencias, titulado “Dios mi padre”. En la perspectiva de las fiestas que se inician este fin de semana, traigo hoy para nuestra meditación algunas frases de esta publicación sobre Cristo y su actitud filial. 

“La santidad es la configuración en Cristo, y Cristo ha hecho suya la forma, la actitud y la mentalidad filial ante el Padre, y la ha conservado a través de toda su vida. Cristo es la acabada entrega de sí mismo al Padre.

Estas son las primeras palabras que escuchamos de Cristo: "¿No sabíais que debo estar en las cosas de mi Padre?"(Lc 2,49). "El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque hago siempre lo que le agrada a Él" (Jn 8,29). ¿Presentimos lo que significa esto? Aquí tenemos el estilo de vida patrocéntrico, la actitud fundamental propia del Salvador.

Es fructífero comprobar —guiado por los Evangelios— como era determinante en todo para Cristo, la voluntad del Padre. Va al Jordán, al desierto, elige el doble círculo de discípulos y apóstoles, enseña, obra y sufre solamente cuando es su hora y mientras sea su hora. Porque el Padre ha determinado que sea bautizado con un bautismo de sufrimiento, se encamina valerosamente hacia Jerusalén, donde están sus enemigos, se deja entregar a ellos ¡y cómo ansía culminar su Obra! (cf. Lc 12,50).

Esta es la gran idea directriz que ha guiado al Salvador a través de toda su vida: Digo las palabras que el Padre me ha inspirado; realizo las obras que el Padre quiere, y voy a padecer y morir a fin de que vea el mundo que hago la voluntad del Padre.

¿Cómo ha sido Cristo para con el Padre? No quiso nada para sí mismo; sólo conoció la voluntad del Padre. Esta fue la única pasión de su vida: "Mi manjar es cumplir la voluntad de Aquel que me ha enviado" (Jn 4,35),

Cristo reconoció sólo una meta: la voluntad amorosa del Padre. Fue la única norma de su vida. Para expresarlo emplea con agrado la frase: "ha llegado mi hora" (Mc 14,41). Y mientras la voluntad amorosa del Padre aún no se vislumbra claramente, emplea el giro: "Mi hora aún no ha llegado" (Jn 2,4).

Cuando el Salvador dio cuenta de toda su vida, dijo: "Padre, he concluido la obra que Tú me encomendaste" (Jn 17,4). Sólo la obra que Tú me encomendaste, ninguna otra. ¡Qué no hubiera podido hacer el Salvador durante los treinta años que, por decirlo así, ha vivido en soledad! ¡Qué no hubiese podido hacer con su fuerza divina! ¿Por qué tanto tiempo en Nazaret? "Padre, heme aquí que vengo o cumplir tu voluntad" (Heb 10,7).

Su vida oculta y silenciosa o su vida pública fueron tan grandes como su pasión, porque fueron siempre la respuesta al deseo de Dios.

Juan nos da la clave para comprender la extrema tragedia y la gloria en la vida del Salvador. La encontramos en el capítulo décimo (v. 17ss.); leamos lentamente, tratando de agotar trozo por trozo su profundo contenido. "El Padre me ama porque entrego mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla; esa es la orden que he recibido de mi Padre".

Sufre porque quiere, muere porque quiere, resucita gloriosamente porque quiere… ¿Y por qué lo quiere? Porque el Padre así lo desea. Ese orientarse en el Padre, esa dependencia del Padre, es la humildad esencial de Cristo.

Cristo está ante nosotros como el hombre de una sola idea: hágase la voluntad amorosa del Padre en el reino de Dios. ¡Sí, la voluntad amorosa!… pues Dios es amor y todo lo que obra o desea es por amor, mediante el amor y para el eterno amor. Esos son los conocidos sonidos de la ley fundamental del mundo, sonidos que hoy día ya no se perciben ni se comprenden, y por consiguiente enmudecen universalmente cada vez más. En nuestras filas deben percibirse hasta el fin de los siglos en su polifónica armonía. Recibimos el texto y la melodía de los labios moribundos del Salvador y los transmitimos de generación en generación: lo último y lo más profundo en la voluntad del Padre, es y seguirá siendo el amor. Este es el gran misterio que nos revela claramente el Hijo en sus palabras de despedida: "Como el Padre me amó, yo os he amado: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn 15,9-10)”.

  

7 comentarios:

  1. Gracias Paco... qué difícil es el camino de la obediencia al querer de Dios Padre!!

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  2. Gracias, Paco! Que tengas una bendecida Semana Santa!

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  3. Gracias por estes pensamentos que nos ajudam a entrar na semana Santa!

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  4. Gracias por estes pensamentos que nos ajudam a entrar na semana Santa!

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  5. Gracias por estes pensamentos que nos ajudam a entrar na semana Santa!

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  6. Gracias Paco, qué hermosa labor haces por medio de este blog. Cuenta con mi oración por ti y tu querida familia en este Triduo Santo.

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  7. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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