Desde el inicio de este año venimos reflexionando sobre el principio paternal, la figura del padre en nuestro camino de santidad y las ideas que nuestro fundador nos legó al respecto. Hace quince días rescaté de mi estantería el librito de aforismos del Padre Kentenich, entresacados de sus escritos y conferencias, titulado “Dios mi padre”. En la perspectiva de las fiestas que se inician este fin de semana, traigo hoy para nuestra meditación algunas frases de esta publicación sobre Cristo y su actitud filial.
“La santidad es
la configuración en Cristo, y Cristo ha hecho suya la forma, la actitud y la
mentalidad filial ante el Padre, y la ha conservado a través de toda su vida.
Cristo es la acabada entrega de sí mismo al Padre.
Estas son las
primeras palabras que escuchamos de Cristo: "¿No sabíais que debo estar en
las cosas de mi Padre?"(Lc 2,49). "El que me ha enviado está conmigo:
no me ha dejado solo, porque hago siempre lo que le agrada a Él" (Jn
8,29). ¿Presentimos lo que significa esto? Aquí tenemos el estilo de vida
patrocéntrico, la actitud fundamental propia del Salvador.
Es fructífero
comprobar —guiado por los Evangelios— como era determinante en todo para
Cristo, la voluntad del Padre. Va al Jordán, al desierto, elige el doble
círculo de discípulos y apóstoles, enseña, obra y sufre solamente cuando es su
hora y mientras sea su hora. Porque el Padre ha determinado que sea bautizado
con un bautismo de sufrimiento, se encamina valerosamente hacia Jerusalén,
donde están sus enemigos, se deja entregar a ellos ¡y cómo ansía culminar su
Obra! (cf. Lc 12,50).
Esta es la gran
idea directriz que ha guiado al Salvador a través de toda su vida: Digo las
palabras que el Padre me ha inspirado; realizo las obras que el Padre quiere, y
voy a padecer y morir a fin de que vea el mundo que hago la voluntad del Padre.
¿Cómo ha sido
Cristo para con el Padre? No quiso nada para sí mismo; sólo conoció la voluntad
del Padre. Esta fue la única pasión de su vida: "Mi manjar es cumplir la
voluntad de Aquel que me ha enviado" (Jn 4,35),
Cristo
reconoció sólo una meta: la voluntad amorosa del Padre. Fue la única norma de
su vida. Para expresarlo emplea con agrado la frase: "ha llegado mi
hora" (Mc 14,41). Y mientras la voluntad amorosa del Padre aún no se
vislumbra claramente, emplea el giro: "Mi hora aún no ha llegado" (Jn
2,4).
Cuando el
Salvador dio cuenta de toda su vida, dijo: "Padre, he concluido la obra
que Tú me encomendaste" (Jn 17,4). Sólo la obra que Tú me encomendaste,
ninguna otra. ¡Qué no hubiera podido hacer el Salvador durante los treinta años
que, por decirlo así, ha vivido en soledad! ¡Qué no hubiese podido hacer con su
fuerza divina! ¿Por qué tanto tiempo en Nazaret? "Padre, heme aquí que
vengo o cumplir tu voluntad" (Heb 10,7).
Su vida oculta
y silenciosa o su vida pública fueron tan grandes como su pasión, porque fueron
siempre la respuesta al deseo de Dios.
Juan nos da la
clave para comprender la extrema tragedia y la gloria en la vida del Salvador.
La encontramos en el capítulo décimo (v. 17ss.); leamos lentamente, tratando de
agotar trozo por trozo su profundo contenido. "El Padre me ama porque
entrego mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy
voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla; esa es
la orden que he recibido de mi Padre".
Sufre porque
quiere, muere porque quiere, resucita gloriosamente porque quiere… ¿Y por qué
lo quiere? Porque el Padre así lo desea. Ese orientarse en el Padre, esa
dependencia del Padre, es la humildad esencial de Cristo.
Cristo está
ante nosotros como el hombre de una sola idea: hágase la voluntad amorosa del
Padre en el reino de Dios. ¡Sí, la voluntad amorosa!… pues Dios es amor y todo
lo que obra o desea es por amor, mediante el amor y para el eterno amor. Esos
son los conocidos sonidos de la ley fundamental del mundo, sonidos que hoy día
ya no se perciben ni se comprenden, y por consiguiente enmudecen universalmente
cada vez más. En nuestras filas deben percibirse hasta el fin de los siglos en
su polifónica armonía. Recibimos el texto y la melodía de los labios moribundos
del Salvador y los transmitimos de generación en generación: lo último y lo más
profundo en la voluntad del Padre, es y seguirá siendo el amor. Este es el gran
misterio que nos revela claramente el Hijo en sus palabras de despedida:
"Como el Padre me amó, yo os he amado: permaneced en mi amor. Si guardáis
mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn 15,9-10)”.
Gracias Paco... qué difícil es el camino de la obediencia al querer de Dios Padre!!
ResponderEliminarGracias, Paco! Que tengas una bendecida Semana Santa!
ResponderEliminarGracias por estes pensamentos que nos ajudam a entrar na semana Santa!
ResponderEliminarGracias por estes pensamentos que nos ajudam a entrar na semana Santa!
ResponderEliminarGracias por estes pensamentos que nos ajudam a entrar na semana Santa!
ResponderEliminarGracias Paco, qué hermosa labor haces por medio de este blog. Cuenta con mi oración por ti y tu querida familia en este Triduo Santo.
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