viernes, 31 de julio de 2020

Heroísmo y magnanimidad

Los hijos del Padre Kentenich, especialmente los miembros de los institutos seculares de Schoenstatt, al igual que todos los llamados a seguir a Cristo desde su vocación religiosa, tenemos en el horizonte de nuestras aspiraciones aquella frase de Cristo que Mateo nos legó: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Es un imperativo que nos lleva a la humildad, pero que nos impulsa hacia los más altos ideales. El hombre nuevo, al que nos venimos refiriendo en estas últimas semanas, es un hombre de grandes ideales.

Como apunta el autor del libro “En libertad ser plenamente hombres”, la expresión “heroísmo” desempeña un papel importante en el vocabulario de José Kentenich. La misma contiene dos dimensiones: la aspiración a lo más alto (ideal), pero también fuerza y esfuerzo, que pueden resultar dolorosos; quiere ser además un “heroísmo silencioso y escondido”.

En el año 1931 nuestro fundador dirigió unos ejercicios espirituales para sacerdotes sobre el tema del “hombre heroico” apoyándose en el libro de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, “la escuela superior del amor a Dios” como la llamaron algunos autores. Así se explicaba el Padre en aquellos ejercicios:

Hemos hablado del hombre heroico y, en forma sucinta, del heroísmo silencioso y escondido. Ignacio debe decirnos ahora, con mayor claridad, qué hemos de entender por estas expresiones. Ampliando un poco más nuestras consideraciones podremos ver cuán alta era su estima por el heroísmo y qué entendía por heroísmo silencioso y escondido. ¿Podremos tomarnos el tiempo, ya al comienzo de los ejercicios, para detenernos en estas sobrias consideraciones?

La actitud de san Ignacio ante el heroísmo. El heroísmo es para él el abecedario de su trabajo de formación y entrenamiento. Es una condición imprescindible para que alguien pueda ser admitido en su formación de jefes. (…) El que quiera trabajar con el librito de los ejercicios por su propia cuenta dice san Ignacio en sus notas preliminares que se le exige por lo menos la seria aspiración a la perfección. Ambos, tanto el fuerte impulso cuanto la seria aspiración, suponen el heroísmo.

No debería resultarnos difícil encontrar también entre nosotros estas ideas ignacianas. En lugar de ello, decimos que estamos obligados a aspirar seriamente a la mayor perfección de estado posible.“

Un impulso interior y una seria aspiración. Un regalo de Dios y una seria decisión humana. Recuerdo los tiempos de nuestra primera formación en la comunidad, la alegría y el entusiasmo que rodeaban todas nuestras reuniones y todos nuestros trabajos y estudios. Recuerdo las horas de meditación e intercambio para descubrir en nuestras almas los elementos de nuestro ideal comunitario, que después resumíamos en la oración de consagración del ideal. Recuerdo las actitudes y propósitos concretos a los que nos comprometíamos. En nosotros brillaba la “magnanimidad”, no exenta también de “humildad”. El Padre Kentenich en aquellos ejercicios espirituales que cité anteriormente, decía así:

“El heroísmo es condición esencial para el trabajo formativo: esto se sigue de las condiciones que Ignacio establece en las anotaciones preliminares del librito de los ejercicios.

Él habla de magnanimidad: ánimo, grandeza de ánimo, actitud de grandeza de alma, grandeza de espíritu. Esta grandeza de espíritu se encuentra en la misma línea que la humildad. La humildad señala al hombre la actitud que debe asumir al verse separado de Dios: a partir de mí mismo soy infinitamente pequeño, soy nada. La magnanimidad señala al hombre la actitud que debe asumir en unión con Dios: con Dios soy grande, soy valioso, soy la encarnación de una idea de Dios llena de riqueza. Ambas, la humildad y la magnanimidad, deben estar entrelazadas. Ignacio sólo quiere admitir a su escuela de jefes a aquellos que tengan en sí la tendencia a lo grande. He nacido para cosas mayores (ad maiora natus sum). Esta condición de la magnanimidad, unida siempre a la humildad, se comprende por antonomasia como una condición imprescindible.”

Los años pasan. ¿Cómo ha sido y cómo es el grado de mi magnanimidad? En mi próximo retiro espiritual puedo llevarme mi ‘cuaderno personal’ y reflexionar sobre mis éxitos y fracasos, sobre mi realidad personal, y preguntarme sobre mis ideales, sobre mi ideal personal y mis ideales comunitarios, sobre las actitudes y propósitos derivados de los mismos ……… El Padre Kentenich nos anima a ello:

“Nos damos cuenta del valor que asigna Ignacio al heroísmo y quisiéramos preguntarnos si nuestra alma ha perdido, quizá, el sentido para el heroísmo. Está bien que no pequemos, pero, más allá de esto, tal vez no tenemos ideales. ¿Acaso no ha sido esto nuestra actitud en muchas oportunidades? Es sano que depongamos lo que tenía rasgos fantasiosos, por ejemplo, en el tiempo del noviciado. Pero el núcleo de la actitud interior, del heroísmo, de la magnanimidad, debe permanecer siempre. Si queremos corresponder a nuestra tarea, nunca alcanzaremos nuestra meta si medimos con una medida escasa. Hemos de tener un profundo respeto ante los hombres que debieron soportar golpes duros y durísimos y que maduraron en la vida pero que, a la altura de la plena madurez de su vida, han conservado esa fina sensibilidad para lo noble y lo mejor. Por eso debemos renovar en nosotros una actitud de ese tipo.”

 


2 comentarios:

  1. "(...)han conservado esa fina sensibilidad para lo noble y lo mejor". Tener una "fina sensibilidad" es tarea difícil, ardua, llena de desafíos para descubrir lo bueno que hay en uno y en el otro... requiere una mirada atenta y la humildad de aceptar los límites.
    Gracias por el texto, Paco...

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  2. Querido Paco, gracias por abordar la generosa decisión de la heroicidad en nuestras vidas de amor, de fe, de comunidad! Para nosotros, un anhelo e invitación a vivir cada dia la filialidad heroica en nuestras vidas. Un abrazo!

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