El viernes pasado comenzamos a visualizar las
características más importantes del ‘hombre nuevo’ que nos legó el Padre
Kentenich, para ayudarnos a dar vida al mismo en nuestro día a día. El
recorrido que queremos hacer nos conduce “a través del nuevo hallazgo del
yo, del tú y del nosotros”. Consideramos también la importancia de la
libertad como el leitmotiv de nuestra existencia. Dios nos hizo libres y
nos quiere libres.
La libertad en el ser humano exige sin duda el
conocimiento de uno mismo. Ya en la antigua Grecia se sabía que el proceso de
esta tarea fundamental del ser humano – la del conocerse a sí mismo – sería una
tarea ardua y difícil. Me viene ahora a la mente aquella célebre frase de San
Agustín: “Que te conozca yo a ti, para conocerme a mí”. Está claro que
el conocimiento del hombre, de su ser y misión, el conocimiento de nosotros
mismos, sólo lo podemos conseguir a la luz del conocimiento y cercanía con el
Dios de nuestra vida. Sin Él no nos conoceremos nunca. Los que hayan hecho los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio saben a lo que me refiero. La técnica
del ‘examen’ y la actitud de auto análisis personal quieren moldearnos a imagen
de Cristo para alcanzar la “indiferencia ignaciana”, para ser “niños” ante
Dios, y poder así servir a su Reino.
Es justo aquí adonde el Padre Kentenich nos invita a dar
un paso importante en lo de nuestra libertad personal, liberar nuestra alma de
formalismos, desenmascarando al yo verdadero, quitando las máscaras de
nuestra propia existencia. En una conferencia del 17 de julio de 1966 a su
‘pars motrix’ (sacerdotes responsables de la Obra), se lo explica así:
“Vuelvo ahora una vez más a usar una expresión que ya
utilicé en lo dicho anteriormente. Se trata aquí de quitar la máscara al yo
verdadero. ¿Qué queremos decir con esto? Si se diagnostica bien este proceso de
vida, se entiende aquí que la tarea consiste en sacarnos la máscara a nosotros
mismos. Llevamos puesta una máscara. ¿Qué significa esto? Hay mucha, mucha cosa
artificial adherida a nosotros. Caracterizando los distintos tipos de hombres,
podemos distinguir aquí algunos tipos diferentes.
Primer tipo. Solemos hablar de personas, por ejemplo,
profesores o estudiantes, que no conocen otro tema que no sea su materia. Están
tan determinados por su profesión, que la vida puramente natural se encuentra
como estrangulada. Los profesores, cuando están con gente, están acostumbrados
a hablar como si dictaran clases. Y sobre todo nosotros, los sacerdotes,
estamos acostumbrados a moralizar. Por eso sucede que, cuando estamos en
compañía de otras personas, nos quedamos cortos con respecto a lo
verdaderamente humano. ¿Qué significa, pues, para nosotros cuando decimos que
llevamos puesta una máscara? La personalidad está tan captada, tan configurada
por su tarea, que otras partes de su existencia, lo puramente humano, lo
sociológico, se encuentra totalmente relegado, confinado a un segundo plano.
Segundo: también llevan puestas máscaras hoy en día las
personas que se han masificado. Esta masificación —no sólo como tendencia, sino
como hecho real— ahoga totalmente el yo originario con sus instintos
originarios. Se trata, en efecto, de una masificación.
Tercero: también la educación puede cometer grandes
errores en este sentido. Supongamos lo siguiente: pensemos en un papá que
considera que su hijo debería llegar a ser absolutamente algo determinado. Y el
hijo se muestra conforme. ¿Qué está haciendo ahora el hijo todo el tiempo? Se
entrena como si él fuese como el papá lo quiere ver. Y más adelante termina
constatando que eso no acierta para nada en sus predisposiciones originarias.
…………….”
En otra conferencia del 25 de julio del mismo año les dice lo siguiente:
“Lo primero que debo hacer es: ¡quitar las máscaras! El
yo enmascarado. Es como si nos encontráramos siempre en un baile de máscaras.
El yo enmascarado. Permítanme utilizar una imagen sencilla, solamente para que
no tengamos que filosofar tanto al respecto, de modo que lleguemos lo más
rápidamente posible al punto práctico central. …….
Permítanme que les diga muy simplemente lo importante que
es saber distinguir, en las personas que ustedes han de guiar, aquello que está
sólo adherido exteriormente de aquello que, en realidad, es el yo originario,
el instinto originario del propio yo; aquello que está relacionado con ese
instinto originario, relacionado de tal manera que constituya un yo real y
concreto, mi propio yo con mis disposiciones y todo aquello que he asimilado.
Donde se trata de cosas prácticas, suelo decir
generalmente, haciendo uso de una imagen sencilla: distingan, por favor, en su
propia vida psíquica allí abajo, en el rincón más recóndito, al pequeño Moisés,
puesto en la cestilla de juncos. El pequeño Moisés es el verdadero yo. Si me
quiero educar, debo educar a ese pequeño ser, al pequeño Moisés, allá abajo,
que necesita aún del biberón, y no al hombre postizo. A veces digo, pero en
esto exagero tal vez un poco: el yo que arrastro conmigo y que manifiesto hacia
fuera es, exagerando un poco, un "muslo de rana galvanizado". Es
decir, no es una acción inmanente, no brota de la fuente originaria de mi yo.
Está adherido, y siempre se le adhieren más y más cosas. En realidad, el
pequeño Moisés debería ahogarse bien pronto allá abajo, con tantas etiquetas
adheridas, sean éstas de tipo religioso o ético.”
Estoy seguro que si nos esforzamos en “quitarnos las máscaras”, en liberarnos de nuestras ataduras indeseadas, avanzaremos en el señorío real sobre nosotros mismos y podremos crecer en la identificación con Cristo, Dios y Señor nuestro.
Muchas Gracias! Tengo claro que la libertad plena, dentro del plano original que Dios penso para cada uno de nosotros, sus hijos, es el àpice del proceso personal de educacion.
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