En nuestro entorno europeo vivimos, poco a poco y con
miedo, el final de la pandemia del ‘covid’. Los distintos responsables gubernamentales
nos van conduciendo a una desescalada de las medidas de prevención. Para los
católicos, la asistencia dominical a la Misa sigue siendo, aunque de nuevo
posible, una experiencia distinta a la habitual: las distancias, las
mascarillas, la entrada y salida del templo reguladas y tantos detalles que nos
hacen anhelar lo que teníamos ayer. Lo positivo de todo: poder asistir al
sacrificio del Señor, aunque la participación esté también regulada y
controlada …..
Los que vivimos ya más de dos meses en cuarentena
obligada nos preguntamos a menudo lo que pasará después. ¿Cómo será nuestro
mundo a la salida de la crisis? ¿Qué rumbo tomaremos en la sociedad? Analistas,
pensadores y otros expertos escriben sus cábalas en los medios de comunicación.
A nuestro alrededor disponemos ya de abundantes señales del cambio. Las
furgonetas que reparten la paquetería circulan ininterrumpidamente por nuestras
calles, el pequeño comercio de nuestras ciudades desaparece, se implanta el así
llamado ‘e-commerce’. Mis hijos me cuentan del teletrabajo en la empresa, y en
los círculos docentes se piensa ya en ‘redefinir la experiencia del
estudiante’ como resultado del uso de la digitalización en las aulas.
Convertir las clases presenciales en virtuales ….. Algunos escriben incluso,
que al final de esta crisis saldremos tan cansados de la familia que desearemos
‘volver al sueño de la tribu’ ….(??). Opiniones (¿o realidades?) para todos los
gustos.
Los teléfonos móviles aumentan en número, también en su
capacidad y sus prestaciones, las pantallas del ordenador están en todos los
dormitorios, las plataformas virtuales y de videoconferencias compiten por
conquistar nuestro interés, vivimos en la hiperinformación; nos alegramos con los
conciertos y encuentros digitalizados, con las misas y eventos religiosos bajo
demanda, como si fueran películas a escoger del canal o catálogo
correspondiente. Y nos alegramos, porque las tenemos. Pero algo hay en lo
íntimo del alma que nos está llamando la atención. Tengo la sensación de que se
está gestando en nosotros un nuevo tipo de hombre, el “hombre telemático”. ¿Somos
conscientes a dónde nos llevan, a dónde vamos?
En un ensayo publicado en el año 2013 y titulado “Im Schwarm”
– “En el enjambre” (Editorial Herder), el filósofo surcoreano y profesor
de la Universidad de Berlín Byung-Chul Han, escribía lo siguiente:
“Ante el vertiginoso
crecimiento del medio electrónico, Marshall McLuhan, teórico de los medios,
advertía en 1964 en su tratado sobre la comprensión de los medios de comunicación:
“La tecnología eléctrica ya está dentro de nuestros muros y estamos embotados,
sordos, ciegos y mudos ante su encuentro con la tecnología de Gutenberg”. Algo
semejante sucede hoy con el medio digital. Somos programados de nuevo a través
de este medio reciente, sin que captemos por entero el cambio radical de
paradigma. Cojeamos tras
el medio digital que, por debajo de la decisión consciente, cambia decisivamente
nuestra conducta, nuestra percepción, nuestra sensación, nuestro pensamiento,
nuestra convivencia. Nos embriagamos hoy con el medio digital, sin que podamos
valorar por completo las consecuencias de esta embriaguez.
Esta ceguera y la simultánea obnubilación constituyen la crítica actual.” (Del
Prólogo del libro editado por Herder).
Recuerdo al respecto a nuestro Padre fundador cuando hablaba
del hombre-film. En el año 1949, al redactar su histórica ‘Epistola
perlonga’ (toma de postura del Padre Kentenich ante la jerarquía de la Iglesia
respecto a su fundación), escribía lo siguiente:
“El hombre
film vive exclusivamente de impresiones externas y sensibles que, como
en una película, van cambiando vertiginosamente en y con él, que no calan en lo
profundo, que no generan ninguna actitud interior fundamental ni tampoco fluyen
de ella.
Experiencias y
enseñanzas de este tipo nos hacen tomar una estremecedora conciencia de
nuestra miseria. Incluso algunos de nuestras filas, que tienen una visión
clara del estado de cosas y trabajan por todos los medios en la solución del
problema capital, se encuentran desvalidos ante la situación. Con todo derecho
se preguntan qué hacer para inducir al hombre moderno, al hombre film,
a saborear y paladear las cosas y verdades divinas. El hombre masificado
−sin Dios, sin personalidad, sin moral, sin alma− sólo conoce un pensar
fragmentario, a manera de puntos aislados, despojado de contextos. Se ha
erosionado su mundo afectivo. Su voluntad está preparada para cumplir sólo las
órdenes que le vienen de afuera…
Una vez estimulados los sentidos, exigen más y más alimento, por lo que
aumenta el hambre de novedades y hechos sensacionales. Pero por esta vía el hombre
se va desarraigando en los estratos más profundos del espíritu; pierde la
relación con los distintos órdenes; pierde el cobijamiento en las formas y se
va convirtiendo lentamente en una partícula de hierro, sin forma alguna, que
puede ser atraída y asociada a sí por cualquier imán poderoso. Estas son las
consecuencias más preocupantes de la masificación.”
En otro de sus escritos leemos lo siguiente:
“Al meditar sobre el hombre
de hoy nos parece como si se hubiese reducido su densidad espiritual. Sus
capacidades espirituales se han empobrecido completamente, en especial en lo
referente a su capacidad de "saltar" hacia el más allá, hacia lo sobrenatural,
hacia lo divino. El hombre moderno se ha convertido en un "hombre
film", abandonado a las impresiones exteriores; sus actividades no
guardan ya ninguna conexión orgánica entre sí, como si cada acto no estuviera
arraigado en el núcleo de la personalidad. Enfrentamos así un tipo de hombre
que es por último un absurdo. Si persevera en este camino que ha emprendido, en
el futuro asistiremos a la completa disolución de la naturaleza humana.
Naturalmente, Dios lo impedirá. No obstante, son tan graves la pérdida del
punto de equilibrio y las oscilaciones de la sociedad de hoy que se podría
hablar de un hombre deshumanizado, despersonalizado y masificado.”
No quiero concluir sin un apunte positivo: recuerdo la
definición “del hombre nuevo” que aprendimos en nuestros primeros pasos de
formación schoenstattiana. Creo que nos podrá ayudar en la situación que nos
encontramos. El Padre Kentenich lo define así:
“El hombre nuevo es la
personalidad autónoma de una gran interioridad, con una voluntad y disposición permanente
a auto-decidir, responsable ante su propia conciencia e interiormente libre,
que se aleja tanto de una rígida esclavitud a las formas como de una
arbitrariedad que no conoce normas. Por eso no reconoce una autonomía absoluta,
sino que depende de Dios.”
Ante la situación actual me atrevo a proponer a mis
lectores el estudio y la reflexión sobre algunos textos del Padre sobre ese ‘hombre
nuevo’ que debemos encarnar desde nuestro conocido “agere contra”, y como
respuesta a los desafíos del momento. Comenzaremos, D.m., la próxima semana.
Gracias por los textos, Paco! El último nos llevan a querer seguir adelante. Los primeros a tomar conciencia de la frágil situación en la que se encuentra nuestro espíritu...
ResponderEliminarMuchas gracias Paco!
ResponderEliminarMuy interesante lo que escribiste hoy.
Es increíble como en todas las sociedades se discute lo mismo.
Difiero contigo en qué yo creo que este tiempo nos ha devuelto la capacidad para reflexionar que habíamos perdido por la “ falta de tiempo “
Un abrazo
Manuel Donoso
Obrigado pelo texto, bastante atual e desafiador. Já estamos na expectativa do próximo, que virá na próxima semana. Abraços!
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