Al leer la última ‘entrada’ en el Blog, uno de mis
lectores me preguntó: “¿En esto del ‘hombre nuevo’ dónde queda María? ¿No es
Schoenstatt por excelencia un movimiento mariano?” Deseo ayudar a mi amigo
en sus dudas. Lo hago de la mano de una de las hijas espirituales del Padre
Kentenich, se llamaba Herta Schlosser. Fue Hermana de María, y una de las
personas que más han contribuido con sus escritos a dar a conocer al Padre
Kentenich y al Movimiento de Schoensatt dentro del ámbito académico y eclesial
de habla alemana. Rescato (y traduzco) algunos textos de su libro “Der neue
Mensch – die neue Gesellschaftsordnung”. Quieren ser una ayuda, fundada en
las enseñanzas del Padre Kentenich, para entender la cuestión antropológica de Maria
como modelo a seguir y como ayuda y auxilio para encarnar el ‘hombre nuevo’ en
nosotros.
H. Schlosser nos recuerda que según la teología católica, Cristo, el
Dios-hombre, es, sin comparación alguna, el arquetipo y el ejemplo más perfecto
de toda existencia humana. La meta de toda vida humana cristiana es participar
en la vida de Cristo, para mostrarlo lo más claramente posible al mundo. Sin
embargo, dado que Cristo es una persona divina, no puede ser captado en su
totalidad solamente desde el punto de vista antropológico.
Según la misma teología católica, María es, como persona
humana, la imagen más perfecta de Cristo, María es la encarnación del ideal más
elevado de todo ser humano. La mariología, por lo tanto, desarrolla la
antropología cristiana. En este contexto, María es el ideal de una vida plena
natural y sobrenatural. Según el dogma de la Inmaculada Concepción, ella
nunca perdió la armonía original en su ser, ni en la interrelación de sus fuerzas
anímicas y espirituales entre sí, ni en las relaciones de su vida con el Dios trinitario,
ni en su relación con las personas, con las cosas, ni con el trabajo cotidiano.
María es, como imagen más perfecta de Cristo y en su
relación con él, el modelo supremo de la persona cristiana para todos los
tiempos. El Movimiento de Schoenstatt en su conjunto, cada una de sus
comunidades y cada miembro individual considera a María como la figura ideal
para ser imitada. La imitación no significa anulación de la propia
originalidad, sino el intento de moldear la propia vida desde la misma actitud
que ella.
Pero María no es sólo un modelo a seguir para la persona
cristiana. Su importancia en la historia de salvación como "compañera y
colaboradora oficial en toda la obra de salvación" la cualifica como
el camino más fácil y seguro para llegar a Cristo. Sabemos que, tanto en el
orden de la creación como en el orden de la gracia, Dios concede y permite participar
en su actividad creativa y de donación. Como criatura, María depende totalmente
de Dios en su ser y en su actuar. Sin embargo, la persona humana libre actúa,
no solo, como causa primera, sino también como causa segunda. En otras
palabras: Dios es la causa primera, pero no es la única causa; según su
voluntad, la realización de sus planes depende del sí o no de la persona humana
libre.
Santo
Tomás de Aquino expresó la relación existente entre la causa primera y la causa
segunda en el conocido principio filosófico: Deus operatur per causas
secundas liberas.
María facilita en su "función sacerdotal” y medianera como
causa segunda la realización de la alianza bautismal en nosotros, dado que ella
es la persona humana mejor conformada en Cristo y la que además, por su mediación,
mejor nos conforma en y con Cristo.
El Padre Kentenich decía: “Ha sido y es para nosotros
un asunto definitivamente resuelto que toda la gloria de la santísima Virgen es
gloria y grandeza recibida. Todo lo que ella posee se lo debe a su Hijo… Así,
para nuestro pensar y sentir ha sido siempre evidente que la nueva creación en
María es también la nueva creación en Cristo. En la misma perspectiva nos hemos
visto y seguimos viéndonos como manifestaciones de María y de Cristo en nuestro
actuar y caminar por la vida.
El hombre marcadamente mariano es para nosotros también el hombre cristocéntrico. Lo mariano adquiere una nota especial por el fuerte énfasis colocado en la MTA y en su vinculación local. Todas ellas son verdades que se nos han hecho carne y sangre. Con gratitud recordamos cómo reflejamos en cada uno de los ideales un rayo distinto de la santísima Virgen tal como ella obra en este lugar. En ello, María ha estado y sigue estando ante nosotros como "espejo de justicia", como espejo que sólo refleja las glorias del Señor y hace que aparezcan en forma visible. …..
Cuanto más grande se yergue Cristo ante
nosotros, tanta más luz cae sobre su santísima Madre. Ambos se condicionan, se
exigen y se promueven mutuamente. Y nunca hemos de ser infieles a nuestra
tarea: cuidar en nuestras vidas de la bi-unidad entre Cristo y su Madre, tal como
la traza nuestra imagen dogmática de María.”
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