Al meditar sosegadamente la
frase del apóstol Pablo a los Corintios – "Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis
la muerte del Señor, hasta que venga" – se me ocurre que podemos dirigir nuestra mirada en varias direcciones. En primer lugar, es una mirada al pasado, en la misa recordamos lo que ocurrió en aquella ocasión, la primera vez; es también una acción de gracias y una conmemoración: aquí y ahora obedecemos el mandato del Señor que nos dijo: "Haced ésto en memoria de mí". Pero es además algo presente, es actualización y comunión: estamos viviendo unidos al Cristo que vive y sube al madero de la cruz. Y finalmente es un compromiso de vida: debemos anunciar con nuestra vida que Cristo vive en nosotros hasta que Él venga en la segunda venida, y podamos con él celebrar el banquete eterno, la cena de las bodas del Cordero (Apocalipsis 19).
El Padre Kentenich, al
recordar el tercer principio por el que nos regimos sus hijos espirituales en
la celebración de la santa Misa diaria, lo explica así, para aclararnos lo que
significa en concreto ese compromiso de vida al que aludimos antes:
“Y después la tercera ley: Morten
Domini annuntiabitis, donec veniat. Anunciaré la muerte del Señor hasta que
vuelta a juzgar a vivos y muertos. Quiero anunciar la muerte. Quiero anunciar
que el Salvador se ofrece misteriosamente de forma incruenta al Padre en
sacrificio por nosotros. Pero también quiero anunciar la muerte del Señor
ascendiendo misteriosamente con el Señor a la cruz en la santa misa. Por eso,
en la santa misa me dejo colocar la corona de espinas. Me dejo atravesar el
corazón por la lanza, hincar los clavos en las manos y en los pies. De ese modo
camino por la jornada diaria. Durante el día el Salvador debe pender nuevamente
a través de mí en la cruz y redimir el mundo. Así, la ofrenda de mi vida se
convertirá en una continuación de la santa misa matinal, del mismo modo como la
santa misa es una actualización del sacrificio de la cruz.”
En la charla a los matrimonios
que venimos comentando en estas últimas semanas, aborda el mensaje de Pablo
desde otra perspectiva, la del sacrificio:
“El tercer principio nos ha sido transmitido por el
apóstol Pablo: Morten Domini annuntiabitis, donec veniat. Quiere decir:
Proclamaréis y debéis proclamar la muerte del Señor, hasta que vuelva. Tenemos
que citar más exactamente el texto: Cada vez que celebráis y cada vez que
comulgáis, debéis proclamar la muerte del Señor. ¿Comprenden lo que significa?
Solo lo comprende el que ha penetrado más profundamente en la esencia de la
santa misa. Sabemos — o lo oiremos más tarde — que, en la santa misa, el
Salvador es nuestra víctima.
No sé si los hombres modernos tenemos presente que el
sentido del sacrificio, en el sentido estricto de la palabra, es un impulso
primordial de la naturaleza humana. Si consultan alguna vez a los prácticos y
teóricos, nos dirán que casi todos los pueblos tienen un sacrificio. Ahora
bien, en el sacrificio tienen que distinguir entre un sacrificio habitual de
mortificación y un sacrificio en sentido propio, en el sentido estricto de la
palabra. Eso ha de estar también en su catecismo, el que aprendimos cuando
éramos niños. ¿Qué es el sacrificio en este sentido estricto? Es el
ofrecimiento de un don visible a fin de reconocer a Dios como el supremo Señor.”
Y en otro retiro en Schoenstatt (La santa misa escuela
de filialidad) lo puntualizará de esta manera:
“Si nuestra
actuación en la santa misa fue profunda deberá encontrar una continuación en
nuestro trabajo cotidiano. Si hemos subido con Cristo a la cruz de manera
misteriosa y en entrega total, si manos y pies fueron clavados en la cruz, el
Padre puede hacer con su hijo lo que le plazca; y si eso no se hace realidad
durante el día - es decir, si tengo la ocasión de hacer algún sacrificio, por
ejemplo, si estoy con alguien que me resulta antipático - y no lo hago, bajo de
la cruz.”
“Pues cada vez que coméis este pan y bebéis
esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.” Tarea exigente, lo que Pablo nos pide ……..