Es cierto que habitualmente, al pensar en María, la madre
de Jesús, nos imaginamos a la señora celestial que nos brindan los pintores y
escultores conocidos, la mujer del Apocalipsis, esa mujer vestida de sol, con
la luna bajo los pies y una corona de doce estrellas, la asunta en cuerpo y
alma al cielo, la mujer de las apariciones. Y menos a la joven confundida y
expectante de Nazaret, a la mujer obediente, emigrante y embarazada, sin un hogar
propio, a la madre confundida por las “cosas” de su hijo, a la mujer que sube
al calvario con él y que lo ve morir en una cruz, abandonado por los suyos sin
motivo ni razón. Y es posible que sean nuestras propias limitaciones las que
nos lleven a desear lo primero y a olvidar todo lo demás. ¿O es más cómodo así?
El Padre Kentenich se esfuerza en mostrarnos otra imagen
distinta de la santísima Virgen. En la charla de hoy les dice a los
matrimonios:
“Muchos libros tradicionales nos dan la impresión de que en la vida de
María todo fue milagroso. …… En la última plática les señalé que la santísima
Virgen vivió de una manera muy distinta de la que muchos de nosotros se
imaginan. Hubo de enfrentar las dificultades de la vida diaria exactamente como
nosotros. Lo que les relaté es exactamente lo que leemos en la Biblia. …… No
nos cansaremos de acentuar que la santísima Virgen fue una santa de la vida
diaria y no vivía arrobada, con continuas visiones, por encima de la realidad.
No nos la imaginemos en las nubes, lejos de nosotros, tampoco como una estatua
de yeso sin vida.”
Es importante tener en cuenta estas indicaciones si en
verdad estamos convencidos que nuestra alianza de amor con María es un
intercambio mutuo de amor y sacrificios, un intercambio de rosas con sus
espinas. Ya lo destacó en otras charlas, no sólo nosotros damos y aceptamos
algo, sino que lo mismo hace la santísima Virgen. Y si ella está en el cielo,
¿cómo renovará ella su deseo de hacer sacrificios por nosotros? Ante esta
pregunta el Padre Kentenich acentúa que nuestra madre vuelve una y otra vez a
regalar al Padre del cielo, por nosotros, todas las cruces y penas que tuvo en
la tierra y que le unieron a la obra redentora de su Hijo Jesús, que murió para
que todos los hombres se salvaran.
“Dijimos que hay un intercambio. La santísima Virgen dice: "Hago míos
tus intereses. No te preocupes. Trataré de cumplir tus deseos en la medida en
que sean compatibles con los planes del Padre del cielo". Ella dice a
menudo: "Yo cuidaré de todo". Pero a veces no lo escuchamos ni lo
vemos. Es como si ella hablara a una pared.”
En el transcurso de la charla que hoy comentamos muestra
el otro aspecto del intercambio; él invita a sus oyentes a recordar que el
dolor y la cruz son constantes en nuestra condición humana, que Dios las
permite y nos acercan a Él. Nuestra tarea será la de aceptar y abrazar las
pequeñas y grandes dificultades de la vida diaria, nuestra cruz personal. Ser
maestros en lo pequeño. Por ejemplo, en nuestra convivencia matrimonial, en la
forma y manera que sobrellevo los enfados del cónyuge y sus faltas de atención
y cariño. O en el trato con los hijos adolescentes, en el sacrificio del padre
que no se inhibe de su tarea de educador, dejando todo en manos de la madre o
del colegio, y en tantas otras ocasiones que la convivencia familiar trae
consigo.
Santidad de la vida diaria es sobrellevar las grandes
y pequeñas cruces diarias con una sonrisa, o al menos en silencio, no dejando
traslucir nada hacia fuera, como hizo María.
“¿Comprenden ahora lo que es la santidad de la vida diaria? Aceptar y
sobrellevar con alegría las espinas de la vida diaria, las pequeñas cruces, las
que los demás ni siquiera ven. La santísima Virgen, nuestra educadora, nos
ayudará a vivir las pequeñas virtudes en la vida diaria.
El hombre de hoy no ve esas cosas. Todo en él está en movimiento y tiene
que marchar de prisa. Con el paso del tiempo, esas cosas a menudo se convierten
en causa del fracaso de la vida familiar. En la vida diaria no sólo hay cien,
sino mil pequeñas cosas que los demás ni siquiera ven, y que nosotros debemos
transformar en rosas.
Repito que hemos de abrazar dócilmente las cruces, sobrellevarlas en
silencio y no dejar traslucir nada hacia fuera.”
Antes de concluir la charla (“No les he dado una plática sistemática,
sino que he respondido preguntas más bien en un tono coloquial”), el Padre Kentenich sugiere a todos los que pueden
asistir diariamente a la santa misa, que relacionen todo el quehacer diario con
el sacrificio del altar, y que, con Cristo, en Cristo y a través de Cristo
ofrezcan todo al Padre. “Así las espinas
de nuestro ramo se convertirán en rosas, y nuestra vida será distinta.” Y así contribuiremos además
con nuestra Madre y aliada a la obra redentora del Salvador, estando seguros de
no estar solos, porque Ella está con nosotros.
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¡Que verdad lo de las rosas y las espinas...! La " abuelita " decía : los dolores y gozos de S. José . Casi siempre procuro poner en práctica lo de este último párrafo del Padre. Muy aleccionador. Un beso
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