Comentario previo del P. Rafael Fernández deA., en el libro "Dios presente", Pág. 299:
El Dios de la vida, que nos muestra puertas abiertas (o cerradas) a través
de las "voces del tiempo" y en la historia, también nos
"habla" en el interior de nuestro ser por medio de las mociones del
Espíritu Santo que habita en nosotros. Esas voces requieren ciertamente un
discernimiento, pues también, en nuestra alma, nos "hablan" los
instintos desordenados.
En nuestro interior escuchamos diversas "voces". Éstas pueden ser
voces (mociones, impulsos) que brotan de nuestra naturaleza o del Espíritu de
Dios en nosotros, o bien, que provienen del demonio.
De allí que cada persona deba realizar lo que se denomina un
"discernimiento de los espíritus" (discretio spirituum). Los
criterios que guían este discernimiento tradicionalmente son los siguientes:
1.
Desprenderse de la voluntad propia (egoísta), en el sentido de lo que san
Ignacio llama "santa indiferencia", para estar así abiertos a lo que
Dios nos pida.2. La voz de lo que nos dice el alma debe ser algo bueno en sí mismo, en su finalidad y en los medios que se utiliza para conseguir esa finalidad.
3. Debe ser también bueno en cuanto a los efectos que se deduzcan. En este sentido, los efectos que se sigan, para la persona misma que toma la decisión, deben ser de paz y serenidad.
Si la decisión no responde a estos requisitos, quiere decir que, la "voz" que nos habla, puede ser producto de nuestra naturaleza enferma, herida por el pecado original y personal, o bien una inspiración del demonio que actúa, indirecta o directamente, en nuestro interior.
En este proceso, debe estar siempre presente la oración y, en el mismo sentido, la acción del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones.
Si se trata de un discernimiento, especialmente difícil, se recomienda consultar a una persona que nos dé confianza por su sabiduría, experiencia y espíritu sobrenatural.
En segundo lugar, preguntamos
al alma. Nos preguntamos acerca de las mociones individuales del Espíritu
Santo en nuestra alma.
Un anciano y sabio
teólogo del siglo IV formuló esta hermosa frase: «Lo que actúa en el alma del
cristiano, en cuanto cristiano, es el hálito del Espíritu Santo».Naturalmente, con esto tocamos un tema que el hombre moderno apenas considera. Se trata precisamente del discernimiento del Espíritu. El Espíritu Santo habla en nuestra alma "con gemidos inefables" (Rom 8,26). Esto significa, prácticamente, que si tratamos en la oración con el Padre Dios, si prestamos atención a lo que él habla en nosotros, a menudo debemos confesar: la oración sabe lo que el Padre Dios desea de nosotros, antes que nosotros mismos. Es decir, en la oración recibimos muchas de esas mociones; vislumbramos instintivamente relaciones, intenciones de Dios, de las cuales, sólo lentamente, podemos tomar plena conciencia.
Por eso ¡salir al
encuentro de las inspiraciones del Dios vivo! No estar saltando permanentemente
y brincando de una rama a otra, como una ardilla. ¡Detengámonos! ¿Detenernos en
qué? En todo aquello que el Padre Dios nos habla interiormente, en lo que
espera y exige de nosotros.
Por último, la tercera
fuente de la cual podemos obtener nuestro conocimiento personal es
nuestra estructura de ser. Nuestro ser no es algo meramente
personal y subjetivo; fue creado por el Padre Dios. Y según cómo mi ser esté
conformado, el que yo sea hombre o mujer, de tal o cual índole, es una fuente
de conocimiento para mí.De esta manera, reconocemos plenamente, cada vez en forma más clara y profunda, lo que el Padre Dios quiere de cada uno de nosotros.
Texto del Padre
Kentenich tomado de: "Vortrag", 1967. Ver “Dios presente”
Recopilación de textos sobre la Divina Providencia, Editorial Nueva Patris,
Santiago de Chile, 2007, Pág. 300)
que interesante
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