miércoles, 29 de mayo de 2013

Miró la pequeñez de su esclava


Miró la pequeñez de su esclava

Podemos tornar como algo cierto, ya a partir de su estructura total, de su actitud fundamental, que la Santísima Virgen experimentó muy profundamente el carácter creatural de su ser. Por eso ella no se conformó sólo con reconocerse la esclava del Señor. No, ella reforzó la expresión diciendo: "la pequeñez". «Él miró la pequeñez de su esclava» (Lc 1,48). Sentimiento de distancia frente al Eterno, al Infinito. Pequeñez. En el reconocimiento de la pequeñez frente a Dios está nuestra grandeza, pues esto significa un sí a nuestra estructura de ser.

Aplicado a nosotros, si recibimos cruz y dolor, surge, por supuesto, la pregunta que a veces puede ser muy difícil: ¿Viene todo esto también de Dios? Bien, aquí podemos todos repetir la respuesta que, con el correr de los años, tan frecuentemente hemos escuchado: el dolor viene de la mano de Dios que, en sí, es cálida y suave, pero que se viste de un guante de hierro. Guante de hierro ¿quién es? Puede ser x, y o z. En forma inmediata es injusto lo que me ocasionaron. Pero, el Padre Dios me toca; sólo que él usa ahora el guante de hierro, usa un instrumento. Si estamos profundamente convencidos de una de las más esenciales y fundamentales actitudes de nuestra Familia, de la fe en la Providencia, entonces es evidente: hemos aprendido el arte, hemos recibido el regalo de ver a Dios detrás de todo, ver en todo al Dios del amor, sus requerimientos de amor que esperan y exigen una respuesta de amor de parte nuestra. Esta actitud fundamental constituye precisamente la grandeza de todo nuestro ser.

Si queremos ahora seguir explicando el sentido de la palabra "esclava", creo que deberíamos interpretar la palabra ancilla por sponsa. Ecce sponsa Domini (He aquí la esposa del Señor). Con esto tocamos un pensamiento que es de mucha importancia para nuestra vida cristiana, especialmente cuando se trata del dolor, del pender de la cruz. Sponsa, sponsus. Vean, esto es evidente: la esposa del esposo quiere en todo asemejarse a él; no sólo estar unida a él. Aplicado a la práctica: ancilla, sponsa Domini. Si el Señor sufrió tan atrozmente, entonces es evidente que la esposa debe igualársele.

Éste es un pensamiento de grandísima importancia para todos nosotros, sea como sea que lo expresemos. Si meditamos, a partir de la cristología, sobre el sentido de nuestras vidas, debemos reconocer siempre: Dios nos creó para asemejarnos a la imagen del Unigénito. Y ¿qué imagen es ésta? Sin duda, es una imagen glorificada. ¿Qué imagen es? En nuestro contexto, debemos acentuar especialmente: es una imagen sufriente, una imagen sacrificada. Para asemejarnos al Señor, como corresponde en lo más profundo al sentido del bautismo —sumergidos en el agua, enterrados en el sepulcro— debemos asemejarnos a la vida sufriente, agonizante del Señor, asemejarnos en su muerte. Claro que, por otro lado, el bautizado es elevado, emergido de las aguas. Es decir, participa en la vida glorificada, resucitada del Señor.

Es evidente que quien ama verdaderamente al Señor, quien lo ama con la gran fuerza del amor que es una fuerza unitiva y asemejadora, una transmisión de vida; si su corazón pertenece a él —y ¡cuán profundamente perteneció el corazón de la Santísima Virgen al Señor!— entonces, hablando humanamente, era algo evidente, una especie de orgullo para ella pender de la cruz con él, sacar de sus sufrimientos la fuerza para acompañarlo en su Via Crucis. Es, pues, clarísimo: si hubiese habido un mejor camino hacia el cielo, con seguridad que el Señor y la Santísima Virgen lo habrían recorrido. ¿Qué camino recorrieron ellos? El camino de la cruz, el camino del dolor. Por eso, repetimos: ecce ancilla Domini. Y esta expresión la interpreto en el sentido de: ecce sponsa Domini.

Si seguimos interpretando, podemos ascender más todavía: ecce Mater Domini (he aquí la Madre del Señor). Les digo que según su sentido, puedo interpretar esta afirmación así porque expresa todo lo que es la estructura de la Santísima Virgen. Ecce Mater Domini. Y no queremos pasar aquí por alto que una madre sufre, sufre dolores de parto. Dolores de parto, sí, el mismo Señor lo dice. ¡Cuánto sufre la madre en el momento en que se presentan los dolores de parto! Pero ¡cuánta alegría cuando nace después el niño, cuando, de pronto, está el niño ante ella!

Así lo vemos también aquí; queremos ver la totalidad desde una y otra perspectiva. La vida de la Santísima Virgen, considerada desde el punto de vista del dolor, del sufrimiento… Sí, esta imagen merece verdaderamente la expresión Mater Dolorosa. Reflexionaremos en lo que se nos dice del Señor mismo: por sus sufrimientos mereció para sí la gloria, la glorificación de su propia naturaleza humana corporal. Es decir, mereció que la naturaleza humana fuera compenetrada por la visión beatífica hasta en sus últimas ramificaciones. Factum est obediens usque ad morten, morten autem crucis. Propterea et exaltavit illum Deus.

¿Comprenden lo que esto significa? A través de esto, la Santísima Virgen, igual que el Señor y con el Señor, co-conquistó y co-ganó para sí, personalmente, la glorificación de toda su vida para toda la eternidad.
Pero el más hermoso fruto, —y pienso que esto debemos acentuarlo especialmente en este contexto— fue que, de alguna manera, cooperó (por el momento dejemos de lado cómo formulamos este pensamiento) en la redención del mundo. El dolor maternal se convirtió aquí en alegría maternal: cuando el niño ya está allí, cuán feliz se siente la madre de haber soportado los dolores del parto. Esto es nuevamente una cita de la misma expresión: cuando el niño está ya allí, ¡cuán feliz se siente la madre de haber soportado los dolores de parto!

Y ustedes saben cómo es interpretada la expresión "dolores de parto", tratándose de dolores físicos, por Pío X, y no sólo por él, sino también por otros: si la Santísima Virgen no tuvo que sufrir dolores de parto en el nacimiento del Señor, los sufrió en el nacimiento de los hijos posteriores, en nuestro nacimiento. Los sufrió junto a la cruz, toda la vida. ¿Para qué? Para ganarnos la vida. Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum, he aquí la sierva del Señor, que se haga en mí según tu palabra. Qui me invenerit, inveniet vitam et hauriet salutem a Domino, el que me halla, ha hallado la vida, ha logrado el favor de Yahveh (Prov 8,35). El que pone a la luz, quien da a conocer a la Santísima Virgen, "ha logrado el favor de Yahveh".

(Texto tomado de: "Desiderio Desideravi", 9, p. 235. Ver „Dios presente“ – Recopilación de textos sobre la Divina Providencia, Editorial Nueva Patris, Santiago/Chile, 2007, Págs. 212 y ss.)

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