miércoles, 27 de febrero de 2013

Dinamismo eclesial (3)


(Ante el anuncio de la renuncia del Papa Benedicto XVI, el autor de este Blog quiere traer a la consideración de los lectores del mismo algunas reflexiones del Padre Kentenich (de los años 1965-1968) sobre la Iglesia después del último Concilio. Hoy continuamos con la publicación de los textos.)


…………. Por lo tanto ¿cómo se comprende a sí misma la Iglesia a partir del concilio? Inmediatamente debemos suponer que no en forma enteramente contraria a como lo hacía antaño. Su auto-comprensión esencial permanece. Pero podemos hablar, en este sentido, de diversas acentuaciones (…). Acentuaciones que Dios espera y exige a través de la situación actual.

Influencia constantiniana

En este contexto, quisiera recordar que la Iglesia, en los siglos pasados, sufrió extraordinariamente por la declaración constantiniana. Constantino no sólo hizo a la Iglesia de derecho público sino que la unió estrechamente al Estado. Con ello la vinculó a una determinada concepción estatal. El derecho estatal fue aplicado y orientado a la Iglesia. Mejor dicho, la Iglesia se orientó por él. Por eso, durante siglos, el concepto de obediencia y de autoridad estuvo marcado por esta realidad. Incluso podemos decir, sin ser injustos y sin distorsionar la verdad, que desde entonces se ha practicado básicamente en la Iglesia un estilo de obediencia militar. Incluso los obispos, por el derecho constantiniano, e influenciados por la concepción constantiniana de la Iglesia, se concebían no sólo como príncipes de la Iglesia sino también como príncipes en el Estado.

¡Cuánto poder estaba depositado en aquella época en manos del obispo! poder político, poder religioso; sí, incluso se podría hablar de una cierta "omnipotencia" del obispo. Hoy día estamos acostumbrados a constatar —o por los menos a indagar— que el poder es un peligro más grande para la sociedad que los problemas en relación al sexo. Nos llama la atención cuán rápido se convierte la posesión del poder en avidez de poder (…). De ahí que después de la democratización del mundo, ésta haya hecho sentir su influencia en el ámbito de la Iglesia y la haya impulsado a realizar un cambio ciertamente querido por Dios.
Hoy, todo tiende a favorecer lo democrático. Naturalmente aquí yace de nuevo el peligro —y el demonio ha abusado bastante de él— de que los rasgos democráticos en el gobierno de la Iglesia degeneren en un democratismo. Siempre constatamos lo mismo: puntos débiles o perspectivas de suyo correctas, son ampliamente malversadas o distorsionadas por el demonio.

Como pueden ver, mi interés nuevamente es acentuar el "et-et", y no el "aut-aut"[1] (…). Quisiera llamar la atención sobre la tragedia —quizás podríamos expresarlo así— que significó Constantino para la Iglesia. Digo "tragedia", al menos desde un determinado punto de vista.

¿Cómo era la situación en los inicios? ¿No tenía antes la Iglesia una orientación más acentuadamente democrática? No en relación al hecho de que no haya existido una jefatura; pero si en cuanto existía un sentido para la mutua pertenencia interior entre la autoridad y la comunidad: había solidaridad. El jefe, la jefatura, el sacerdocio, los obispos, mantenían un estrecho contacto con el pueblo. Ahora bien, a través de Constantino, el sacerdocio, y especialmente el episcopado, se constituyó en un estado propio. Por cierto esto habría sucedido de todas maneras —donde hay una comunidad allí también debe haber una cabeza—. Que luego se haya constituido una cierta comunidad (de quienes sustentaban la autoridad) es algo evidente (…); pero esta comunidad no debía constituir una casta.

¡Cuán hondamente ha dañado todo esto a la Iglesia en el correr de los siglos y de los milenios! ¡Cómo se siente aún hoy, incluso en círculos católicos, el hecho de que la Iglesia se mancomune con una casta superior! En Baviera, hasta hace poco, los obispos eran elevados al estado de la nobleza. Con ello quedaban también obligados ante el Estado.

(continuará)

[1] El “y-y” y no el “o-o”. Con ello el Padre Kentenich denuncia una mentalidad que denomina “mecanicista”. Para esta mentalidad es difícil captar la realidad en su totalidad. Ve las partes de un todo en sí mismas, pero no en su mutua relación. Le cuesta captar las funciones complementarias de los diversos componentes de un todo. De allí que, por ejemplo, difícilmente visualiza la armonía entre autoridad y libertad, persona y comunidad, Iglesia y mundo, etc. El Padre Kentenich opone a esta mentalidad mecanicista o separatista la mentalidad “orgánica”, que sabe ver las partes en su función propia y en su mutua dependencia y condicionamiento dentro del todo. 

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