(Ante el anuncio de la renuncia del Papa
Benedicto XVI, el autor de este Blog quiere traer a la consideración de los
lectores del mismo algunas reflexiones del Padre Kentenich (de los años
1965-1968) sobre la Iglesia después del último Concilio. Hoy continuamos con la
publicación de los textos.)
…………. Por lo
tanto ¿cómo se comprende a sí misma la Iglesia a partir del concilio?
Inmediatamente debemos suponer que no en forma enteramente contraria a como lo
hacía antaño. Su auto-comprensión esencial permanece. Pero podemos hablar, en
este sentido, de diversas acentuaciones (…). Acentuaciones que Dios espera y
exige a través de la situación actual.
Influencia constantiniana
En este
contexto, quisiera recordar que la Iglesia, en los siglos pasados, sufrió
extraordinariamente por la declaración constantiniana. Constantino no sólo hizo
a la Iglesia de derecho público sino que la unió estrechamente al Estado. Con
ello la vinculó a una determinada concepción estatal. El derecho estatal fue
aplicado y orientado a la Iglesia. Mejor dicho, la Iglesia se orientó por él.
Por eso, durante siglos, el concepto de obediencia y de autoridad estuvo
marcado por esta realidad. Incluso podemos decir, sin ser injustos y sin
distorsionar la verdad, que desde entonces se ha practicado básicamente en la
Iglesia un estilo de obediencia militar. Incluso los obispos, por el derecho
constantiniano, e influenciados por la concepción constantiniana de la Iglesia,
se concebían no sólo como príncipes de la Iglesia sino también como príncipes
en el Estado.
¡Cuánto
poder estaba depositado en aquella época en manos del obispo! poder político,
poder religioso; sí, incluso se podría hablar de una cierta "omnipotencia"
del obispo. Hoy día estamos acostumbrados a constatar —o por los menos a
indagar— que el poder es un peligro más grande para la sociedad que los
problemas en relación al sexo. Nos llama la atención cuán rápido se convierte
la posesión del poder en avidez de poder (…). De ahí que después de la
democratización del mundo, ésta haya hecho sentir su influencia en el ámbito de
la Iglesia y la haya impulsado a realizar un cambio ciertamente querido por
Dios.
Hoy, todo
tiende a favorecer lo democrático. Naturalmente aquí yace de nuevo el peligro
—y el demonio ha abusado bastante de él— de que los rasgos democráticos en el
gobierno de la Iglesia degeneren en un democratismo. Siempre constatamos lo
mismo: puntos débiles o perspectivas de suyo correctas, son ampliamente
malversadas o distorsionadas por el demonio.
Como pueden
ver, mi interés nuevamente es acentuar el "et-et", y no el
"aut-aut"[1] (…). Quisiera llamar la atención sobre
la tragedia —quizás podríamos expresarlo así— que significó Constantino para la
Iglesia. Digo "tragedia", al menos desde un determinado punto de
vista.
¿Cómo era la
situación en los inicios? ¿No tenía antes la Iglesia una orientación más
acentuadamente democrática? No en relación al hecho de que no haya existido una
jefatura; pero si en cuanto existía un sentido para la mutua pertenencia
interior entre la autoridad y la comunidad: había solidaridad. El jefe, la
jefatura, el sacerdocio, los obispos, mantenían un estrecho contacto con el
pueblo. Ahora bien, a través de Constantino, el sacerdocio, y especialmente el
episcopado, se constituyó en un estado propio. Por cierto esto habría sucedido
de todas maneras —donde hay una comunidad allí también debe haber una cabeza—.
Que luego se haya constituido una cierta comunidad (de quienes sustentaban la
autoridad) es algo evidente (…); pero esta comunidad no debía constituir una
casta.
¡Cuán
hondamente ha dañado todo esto a la Iglesia en el correr de los siglos y de los
milenios! ¡Cómo se siente aún hoy, incluso en círculos católicos, el hecho de
que la Iglesia se mancomune con una casta superior! En Baviera, hasta hace
poco, los obispos eran elevados al estado de la nobleza. Con ello quedaban
también obligados ante el Estado.
(continuará)
[1] El “y-y” y no el “o-o”. Con ello el Padre Kentenich
denuncia una mentalidad que denomina “mecanicista”. Para esta mentalidad es
difícil captar la realidad en su totalidad. Ve las partes de un todo en sí
mismas, pero no en su mutua relación. Le cuesta captar las funciones
complementarias de los diversos componentes de un todo. De allí que, por
ejemplo, difícilmente visualiza la armonía entre autoridad y libertad, persona
y comunidad, Iglesia y mundo, etc. El Padre Kentenich opone a esta mentalidad
mecanicista o separatista la mentalidad “orgánica”, que sabe ver las partes en
su función propia y en su mutua dependencia y condicionamiento dentro del todo.
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