Crisis actual de la fe en la divina Providencia
Dios es un
maestro en el arte de unir su providentia generalis con su providentia
specialis. Y sus transparentes humanos deberían imitarlo en esta maestría,
más allá de las imperfecciones propias del ser humano. Así, por ejemplo, en el
campo de los afectos, y de acuerdo a la ley de la transferencia, tendrían que
saber transferir a Dios Padre aquellos afectos de los que ellos mismos sean
destinatarios. Sin embargo, ¡cuán raro es hallar personas que obren así!
Y con esta
observación volvemos a tocar el tema de la importancia que revisten padres
auténticos para la renovación del mundo.
Dicho en
otros términos, la fe en la Providentia divina specialis no tiene
vitalidad o al menos no la vitalidad que se esperaría de ella. Más bien se ve
reducida a una pálida idea teñida de religiosidad. En la práctica la gente
siente y experimenta que Dios usa —e incluso abusa— de ella para ciertos fines
de su gobierno universal; y que lo hace con una actitud general de benevolencia
de su parte. Pero en cambio no tiene la vivencia de sentirse aceptada personal
e individualmente por Dios, atendida, amparada, cuidada por él.
Este estado
de cosas lleva a que los hombres, en lo que respecta a su misma condición
humana, no se sientan suficientemente anclados en Dios, ni estimados ni
apoyados por él, sino despersonalizados, tratados como simple medio para
alcanzar un fin, masificados, más allá de que ello suceda en aras de
determinados objetivos divinos.
Así se
explica por qué la fe en la divina Providencia no constituye ya una fuerza
fundamental, ni en la vida de los individuos ni en la de los pueblos, y por qué
las extraordinarias catástrofes de nuestro tiempo sumergen irremediablemente a
la gente en la perplejidad y la confusión, empujándola a precipitarse en
corrientes y movimientos hostiles a Dios.
Esto ocurre
en particular de cara a movimientos que —tal como se aprecia hoy— le disputan a
Dios la Providentia generalis. Y lo hacen por principio y
programáticamente, supliendo esa Providentia generalis con gigantescas
estructuras económico-productivas que adquieren el carácter de verdaderas
máquinas alimentadoras del mundo, de un funcionamiento en apariencia perfecto.
Estos movimientos apuntan asimismo a ordenar el mundo y la sociedad de una
manera presuntamente más efectiva de lo que se ha visto hasta ahora y además a
desasirlo por entero de Dios.
Por este
camino proclaman entonces la masificación y la despersonalización como único
medio de salvación para salir de las crisis del tiempo, como el ideal que hace
desaparecer al individuo en la masa y acaba definitivamente, de un golpe, con
los últimos restos de barniz religioso, ya empalidecido, de fe en la Providentia
divina specialis.
Así pues hoy
Dios y su falso remedador —el demonio— se enfrentan en todas partes como
adversarios, incluso en el campo de la Providencia. Puede ser que tarde o
temprano el anima naturaliter christiana (el alma religiosa y cristiana
por naturaleza) se rebele contra ello, clame de nuevo por un arraigo metafísico
y religioso y vuelva a hallar el camino hacia un Dios personal. Pero… ¿cuándo
habrá de ocurrir este viraje? Hablando humanamente —no queremos pensar
enseguida en milagros— ¿no habrán de descender primero varias generaciones a la
tumba antes de que se produzca ese cambio? Piénsese en los tiempos de la
Reforma… Lo que se generó por entonces sigue en pie hasta hoy. Tal como se
echaron los dados en aquellos tiempos, así han quedado hasta la fecha. Que esta
observación histórica logre convencer a la generación actual de que ella tiene
realmente la misión de marcar los rumbos de los siglos venideros…
Quien
contemple e interprete desde este punto de vista la doctrina y la vida de la fe
práctica en la divina Providencia vislumbrará la importancia que reviste este
mensaje y carisma de Schoenstatt para el individuo, para el pueblo y las
naciones, con miras a la salvación de la persona y de la comunidad, y al
reconocimiento de Dios en medio del acontecer mundial.
(Tomado de: "Studie 1952-53", en "Texte zum Vorsehungsglauben", Patris-Verlag, pág. 108-110.Ver: “En las manos del Padre”, Ed. Patris, 1999, Pág. 65)
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