viernes, 8 de agosto de 2025

ALIANZA DE DIOS Y ALIANZA DE AMOR (2)

Cuando llegó la plenitud de los tiempos, se encarnó la segunda persona de la Trinidad, consumando así el sentido de la Antigua Alianza. Por su sangre, por su muerte en la cruz, el Esposo crucificado compró a un alto precio y recibió por esposa a la Iglesia. Así se nos aparece la Nueva Alianza, sellada con la sangre del Señor. De ese modo su Iglesia, y también nosotros, hemos sido comprados a un alto precio. El matrimonium ratum sellado en la cruz pasó a ser consummatum en la redención subjetiva. De ese modo el símbolo de la esposa pasó al Nuevo Testamento, pero con la diferencia de que, a partir de entonces, es expresión adecuada de la alianza y relación de amor entre Cristo y la Iglesia y el alma de la persona en gracia; mientras que la "relación padre-hijo" es símbolo de esa misma actitud fundamental de amor, pero ante el Padre. No se olvide que aquí se trata siempre sólo de imágenes, de símbolos; no se permanezca demasiado tiempo adherido a ellos. Por otra parte, no se pase por alto lo que constituye el núcleo: una alianza de amor mutua.

Lo que era la circuncisión para el Antiguo Testamento es el bautismo para el Nuevo Testamento: la integración, la incorporación a la respectiva relación de alianza. Así pues todos los bautizados han sellado una alianza con el Señor. Fueron bautizados en su muerte y están asociados a él en esa muerte. Han de quedar inseparablemente unidos a él en una santa y misteriosa comunidad de ser, de vida y de amor; y en él y con él, integrados a su unidad de amor con el Padre en el Espíritu Santo.

San Pablo tomó esta idea del desposorio y la elaboró con amor. Llama "esposa del Señor" a la comunidad de Corinto. Da por supuesto que todos son miembros de Cristo e hijos del Padre. Por eso escribe: "Tengo celos de vosotros, celos de Dios: porque os he prometido a un solo marido, Cristo, para presentaros a él como virgen intacta".

Por lo tanto toda alma en gracia puede ser llamada "esposa de Cristo" en el sentido amplio del término; en sentido estricto es quien ha elegido libremente esa relación esponsalicia como exclusiva y perpetua. Así entendemos el estado de virginidad en la Iglesia y la tradicional consagración de vírgenes. Basándose en esta idea de la esposa, san Pablo da respuesta a una serie de temas difíciles, como el trato con nuestro cuerpo o bien cuestiones relativas al matrimonio.

Les encarece a los corintios que el cuerpo es templo del Espíritu Santo. La razón es evidente: somos miembros de Cristo, por eso estamos animados por su espíritu, de ahí que no nos pertenezcamos a nosotros mismos. El cuerpo es un santuario. Está para el Señor. Más aún, el cuerpo es miembro de Cristo. Quien se entrega a deshonestidades profana el templo; desacraliza y deshonra los miembros de Cristo haciéndolos miembros de una prostituta. De ahí la grave advertencia: "Si alguien destruye el santuario de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el santuario de Dios, que sois vosotros, es sagrado".

El Apóstol de los Gentiles hace derivar la grandeza y dignidad del matrimonio cristiano de esa semejanza con la unión esponsalicia-conyugal entre Cristo y su Iglesia. Así les enseña a los efesios:

"Las mujeres deben respetar a los maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer como Cristo es cabeza y salvador de la Iglesia, que es su cuerpo. Así, como la Iglesia se somete a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a los maridos. Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para limpiarla con el baño del agua y la palabra, y consagrarla, para presentar una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e irreprochable. Así tienen los maridos que amar a sus mujeres, como a su cuerpo. Quien ama a su mujer se ama a sí mismo; nadie aborrece a su propio cuerpo, más bien lo alimenta y cuida; así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Ese símbolo es magnífico, y yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. Del mismo modo vosotros: ame cada uno a su mujer como a sí mismo y la mujer respete a su marido" (Ef 5,22-33).

De modo similar a san Pablo, san Juan emplea la metáfora nupcial para explicar la alianza de Dios. También en san Juan el novio no es simplemente Dios, sino Cristo. Para san Juan el tiempo presente del mundo constituye un único y gran tiempo en que la novia espera al novio. Por eso concluye el Apocalipsis con las palabras:

"Yo, Jesús, envié a mi Ángel a vosotros con este testimonio acerca de las Iglesias. Yo soy el retoño que desciende de David, el astro brillante de la mañana. El Espíritu y la novia dicen: ven. El que escuche diga: ven" (Ap 22,16s).

Y reitera:

"El que atestigua todo esto dice: sí; vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús.

Kentenich Reader. Tomo 2, Pgs. 63 y ss

viernes, 1 de agosto de 2025

ALIANZA DE DIOS Y ALIANZA DE AMOR

El Dios Trino es un ser dialogal. En el fondo tiene que ser así, si es cierto que Dios es amor, porque parte de la esencia del amor es poder regalar y recibir. Se entiende pues la vida intratrinitaria como un continuo intercambio y corriente de amor entre tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

De ello se desprende que la acción de Dios está fundada en el amor. La creación tiene como base la motivación del amor, la "ley fundamental del mundo", tal como queda expuesto en el capítulo anterior.

La esencia de Dios y la esencia del amor suponen, consecuentemente, que toda acción surgida del amor se orienta hacia el otro a quien se ama. Dios creó el mundo y sobre todo seres dotados de espíritu, para tener compañeros con quienes compartir el amor. Por lo tanto la ley fundamental del mundo es a la vez la ley de una alianza de amor.

Dios reveló esta realidad en la historia de salvación. Y lo hizo de manera inequívoca. Sella y quiere sellar con seres humanos una alianza que debe ser cada vez más una alianza de amor, una alianza matrimonial. Así pues el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento constituyen la revelación de la "antigua alianza" y de la "nueva alianza".

La alianza de amor del 18 de Octubre de 1914 es una concreción de esa alianza de Dios.

En la carta del padre Kentenich al prelado José Schmitz (llamada por eso "Carta a José") se halla un texto clave sobre la alianza de amor. En él se expone la estructura de alianza que se aprecia en la historia de salvación, fundamentándola con abundantes citas de las Sagradas Escrituras. Y continúa el trazado de esa línea de alianza desde aquellos tiempos hasta nuestra alianza de amor.

El presente texto está extraído de Das Lebensgeheimnis Schoenstatt, parte II, "Espiritualidad de alianza", Patris Verlag, Vallendar-Schoenstatt, 1972, 43-60.

 

El significado de la alianza de Dios para la historia de la salvación

Quien a la luz de la revelación repase los milenios de historia transcurridos, suscribirá con gusto la afirmación: "La alianza de Dios, la alianza de amor entre Dios y el pueblo, es el sentido, la forma, la fuerza y la norma fundamentales de toda la historia de salvación, comenzando desde Adán hasta el momento cuando aparezca el Señor sobre las nubes del cielo, con gran poder y gloria, para juzgar vivos y muertos".


La alianza de amor es el sentido fundamental de la historia de salvación

El Apocalipsis describe con imágenes dramáticas el transcurso de la historia guiada por Dios. Pero también pinta vivamente su consumación, desvelando el sentido que entraña, el sentido que Dios ha puesto en ella: la plenitud de la comunión de amor entre Dios y el ser humano, expuesta metafóricamente como las bodas del novio y de la novia. En el final de los tiempos ambos están ampliamente abiertos y receptivos el uno para el otro; ambos corren al encuentro con el clamor del anhelo a flor de labios: "¡Ven!" (Ap 22,17). Se unen el uno con el otro y en el otro en una comunión de amor indisoluble: he aquí el sentido último de todo el acontecer mundial y de todo destino.

Relata el autor del Apocalipsis:

"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra habían desaparecido, el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajando del cielo, de Dios, preparada como novia que se arregla para el novio. Oí una voz potente que salía del trono: mira la morada de Dios entre los hombres; habitará con ellos; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Les secará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado. El que estaba sentado en el trono dijo: mira, yo hago nuevas todas las cosas… Yo seré su Dios y él será mi hijo" (Ap 21,1-17). "¡Aleluya ya reina el Señor, Dios nuestro Todopoderoso! Alegrémonos, regocijémonos y demos gloria a Dios, porque ha llegado la boda del Cordero, y la novia está preparada… Dichosos los convidados a las bodas del Cordero" (Ap 19,6-9).

"Se acercó uno de los siete ángeles… y me habló así: ven que te enseñaré la novia, la esposa del Cordero. Me trasladó en éxtasis a una montaña grande y elevada, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de Dios, resplandeciente con la gloria de Dios… No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no necesita que la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero" (Ap 21,9-11.22s.).

 

La alianza de Dios es la forma fundamental de la historia de salvación

La filosofía nos señala que la causa finalis determina la causa formalis. Con razón pues la alianza de amor, que en su plenitud representa el sentido de todo el acontecer mundial, ha de ser también forma fundamental de la historia de salvación en su totalidad y en cada una de sus partes. Vale decir que le da forma y figura de amor a cada acontecimiento: el amor lo preparó y lo envió, el amor lo enciende y profundiza, el amor posteriormente contribuirá a modelarlo y consumarlo con creatividad.

Las Sagradas Escrituras no se cansan de dar prueba, de corroborar esta realidad. Lo hacen de muchas maneras, con relatos y descripciones. El pensamiento de que el Dios de la alianza es el Señor de la historia recorre todo el acontecer a modo de un hilo rojo. Dios sostiene en sus manos todos los hilos y los teje para crear un tapiz artístico. La relación fundamental que mantiene con la humanidad es una relación de alianza. Dicha alianza sella y determina cada acción de Aquél que guía el mundo. Pero es una alianza que exige la colaboración creativa del aliado que es guiado.

En la historia de Adán y de Noé, Dios aparece por excelencia como Dios de la alianza de toda la humanidad; en el caso de Abrahán y de Moisés, se dedica exclusivamente al pueblo elegido, al pueblo de Dios que en el Nuevo Testamento ingresará a la historia como pueblo de la Iglesia. El Nuevo Testamento habla de la alianza del Señor con su Iglesia, alianza que inaugura y garantiza el camino hacia la alianza de amor con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.

En la historia de Adán y Eva no se habla ciertamente de "alianza". Pero la relación de Dios para con ellos, y de ellos para con Dios, tiene la clara impronta de una relación de alianza. La interrelación entre ambas partes es una realización e irradiación ideales de una mutua alianza de amor. Los diálogos son conversaciones de personas que se aman, que pertenecen el uno al otro. Las obligaciones de la alianza están sólo sugeridas, se pueden inferir hasta en todos sus detalles de las consecuencias de la ruptura de la alianza.

Noé es el primero en escuchar la palabra "alianza" de la boca de Dios. Dios le dice:

"Yo hago una alianza con vosotros y con vuestros descendientes… El diluvio no volverá a destruir la vida… Ésta es la señal de la alianza que hago con vosotros y con todos los seres vivientes que viven con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de alianza con la tierra". (Gn 9,9-13)

Dios permanece fiel a su plan. Dios es fiel a la alianza sellada con la humanidad, pero en cierta oportunidad introduce un nuevo método en la historia de salvación: el principio de élite. Escoge a Abrahán y su descendencia de entre los demás pueblos y sella una alianza con él. Dios le promete una tierra que rezuma leche y miel, una descendencia numerosa como las arenas del mar y el nacimiento de un redentor que surgirá de su linaje. A cambio exige plena entrega de su aliado hasta el fin de los tiempos.

Kentenich reader, Tomo 2, Págs. 61 y ss