viernes, 2 de mayo de 2025

COBIJADO EN EL PADRE

 ¿A qué se debe que el niño esté tan cobijado, que viva tan espontáneamente su propia vida? En parte, porque tiene una sana fe y confianza en las propias fuerzas, pero también porque sabe que lo rodea un poder fuerte, bondadoso y fiel: el padre y la madre. El niño se siente asegurado en ese poder y esto siempre se realiza felizmente, aún cuando los padres solo con muchos desvelos puedan alimentar y vestir al niño. El niño no mira muy lejos; así crece en él la conciencia de que puede confiar en sus propias fuerzas y que lo está rodeando un poder fuerte, bondadoso y fiel. Por eso vive su vida tan silenciosamente contento.

El amor filial implica un cobijamiento sumamente fuerte, esto es: el cobijamiento de la voluntad y el cobijamiento de la afectividad.

Empeñémonos en no abandonar la mano del Padre con una confianza sencilla, simple e iluminada. Sabemos que el Padre eterno tiene el poder de protegernos y de conducirnos: solamente precisamos asir firmemente la mano bondadosa.

En la expresión: "Abbá, querido Padre" resuena un cobijamiento, una tranquilidad y una paz sumamente profundos.

Todo hombre necesita su nido. Pero jamás tendrá tranquilidad hasta que no haya hallado su nido primero en el corazón de Dios.

El hombre tiene apego a su nido, es decir, tiene un fuerte impulso de tener un nido propio. Si el buen Dios nos deja caer de varios nidos de segundo o tercer rango —y ciertamente que a veces lo hace— ¿qué busca entonces? Quiere llevarnos al nido último, al nido primero de su sacratísimo corazón.

En toda inseguridad y descobijamiento Dios quiere brindarnos mayor seguridad y cobijamiento en su mano y su corazón. Esto vale para la vida individual tanto como para la vida de los pueblos.

Tenemos que cuidarnos de no identificar primariamente filialidad con cobijamiento. Más bien tenemos que identificar filialidad con entrega de sí mismo. Lo secundario, el efecto de esta entrega de sí mi es el cobijamiento.

Si buscamos a Dios desinteresadamente viene por sí mismo el descanso, la felicidad y el cobijamiento.

El sentido del desamparo es alcanzar un grado más alto de sencilla filialidad. Por lo tanto, debemos rezar mucho y fervorosamente pidiendo un grado muy elevado de filialidad ante Dios. Esta filialidad es la hazaña de la vida, nuestra mayor hazaña. Por eso la filialidad no puede ser nada blando. Quien hoy día es un niño sencillo, es realmente un héroe.

La filialidad confiere la fuerza de soportar convenientemente todos los estados de angustia y —en gran parte— también de vencerlos.

Quien no emplea el desamparo para inclinarse vigorosamente ante Dios, seguirá siempre siendo débil.

En el desamparo y abandono interior, el niño aguarda sosegada y ecuánimemente hasta que el Padre eterno, habiéndolo previamente purificado, lo atraiga tanto más hacia Él.

Quien en su descobijamiento no aprende a hallar el canino hasta el supremo punto de descanso, Dios, no podrá llegar a ser grande y vigoroso.

Si ya —en parte— nos hemos hecho niños, entonces nuestra alma crecerá tanto más si las dificultades son grandes que si son de poca monta.

Cuanto más filialmente me comporte con Dios, tanto más riquezas volcará Él en mi alma.

El buen Dios quiere aumentar su honor de un modo original mediante mi vida. Pero el honor de Dios implica siempre, simultáneamente, mi felicidad. Si mediante mi vida glorifico a Dios como Él lo quiere, seré tan feliz como Él lo tiene previsto.

Padre José Kentenich, Aforismos, 1970

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