¿A qué se debe que el niño esté tan cobijado, que viva tan espontáneamente su propia vida? En parte, porque tiene una sana fe y confianza en las propias fuerzas, pero también porque sabe que lo rodea un poder fuerte, bondadoso y fiel: el padre y la madre. El niño se siente asegurado en ese poder y esto siempre se realiza felizmente, aún cuando los padres solo con muchos desvelos puedan alimentar y vestir al niño. El niño no mira muy lejos; así crece en él la conciencia de que puede confiar en sus propias fuerzas y que lo está rodeando un poder fuerte, bondadoso y fiel. Por eso vive su vida tan silenciosamente contento.
El amor filial implica un cobijamiento sumamente fuerte,
esto es: el cobijamiento de la voluntad y el cobijamiento de la afectividad.
Empeñémonos en no abandonar la mano del Padre con una
confianza sencilla, simple e iluminada. Sabemos que el Padre eterno tiene el
poder de protegernos y de conducirnos: solamente precisamos asir firmemente la
mano bondadosa.
En la expresión: "Abbá, querido Padre" resuena
un cobijamiento, una tranquilidad y una paz sumamente profundos.
Todo hombre necesita su nido. Pero jamás tendrá
tranquilidad hasta que no haya hallado su nido primero en el corazón de Dios.
El hombre tiene apego a su nido, es decir, tiene un
fuerte impulso de tener un nido propio. Si el buen Dios nos deja caer de varios
nidos de segundo o tercer rango —y ciertamente que a veces lo hace— ¿qué busca
entonces? Quiere llevarnos al nido último, al nido primero de su sacratísimo
corazón.
En toda inseguridad y descobijamiento Dios quiere brindarnos
mayor seguridad y cobijamiento en su mano y su corazón. Esto vale para la vida
individual tanto como para la vida de los pueblos.
Tenemos que cuidarnos de no identificar primariamente
filialidad con cobijamiento. Más bien tenemos que identificar filialidad con
entrega de sí mismo. Lo secundario, el efecto de esta entrega de sí mi es el
cobijamiento.
Si buscamos a Dios desinteresadamente viene por sí mismo
el descanso, la felicidad y el cobijamiento.
El sentido del desamparo es alcanzar un grado más alto de
sencilla filialidad. Por lo tanto, debemos rezar mucho y fervorosamente
pidiendo un grado muy elevado de filialidad ante Dios. Esta filialidad es la
hazaña de la vida, nuestra mayor hazaña. Por eso la filialidad no puede ser
nada blando. Quien hoy día es un niño sencillo, es realmente un héroe.
La filialidad confiere la fuerza de soportar
convenientemente todos los estados de angustia y —en gran parte— también de
vencerlos.
Quien no emplea el desamparo para inclinarse
vigorosamente ante Dios, seguirá siempre siendo débil.
En el desamparo y abandono interior, el niño aguarda
sosegada y ecuánimemente hasta que el Padre eterno, habiéndolo previamente
purificado, lo atraiga tanto más hacia Él.
Quien en su descobijamiento no aprende a hallar el canino
hasta el supremo punto de descanso, Dios, no podrá llegar a ser grande y
vigoroso.
Si ya —en parte— nos hemos hecho niños, entonces nuestra
alma crecerá tanto más si las dificultades son grandes que si son de poca
monta.
Cuanto más filialmente me comporte con Dios, tanto más
riquezas volcará Él en mi alma.
El buen Dios quiere aumentar su honor de un modo original
mediante mi vida. Pero el honor de Dios implica siempre, simultáneamente, mi
felicidad. Si mediante mi vida glorifico a Dios como Él lo quiere, seré tan
feliz como Él lo tiene previsto.
Padre
José Kentenich, Aforismos, 1970
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