viernes, 9 de mayo de 2025

ACCESOS A LA IMAGEN DE CRISTO JESÚS

1. Imagen exterior de Jesús y actitudes de su alma

¿Qué detalles conocemos de la apariencia exterior de Jesús y de su interioridad? Meditemos sobre la imagen del Señor y contemplemos sus rasgos nobilísimos para saber con mayor certeza cómo tendría que ser nuestro propio rostro. Y así, luego, al reflexionar sobre esos rasgos en lo secreto del corazón, advertiremos cuánto necesitamos una y otra virtud o cualidad que resplandecen en la persona de Cristo.

Este es un tema en el cual podríamos detenernos largamente. Llevamos a Cristo en nosotros, somos sus portadores y servidores; somos aquellos que lo dan a luz para el mundo de hoy y lo ofrecen a los demás hombres. Esta vocación de identificación tan honda con el Señor nos lleva a confrontarnos con la totalidad de su imagen.

I. ¿Cómo era la apariencia exterior de Jesús? Pregunta difícil de responder. Disponemos de muy escasos documentos sobre este asunto. Quizás los apóstoles hayan hablado sobre la fisonomía del Señor pero no dejaron ninguna constancia escrita. Imaginemos que nosotros fuimos testigos oculares de la vida de Jesús y luego escribimos nuestras impresiones de lo que vimos y oímos. Creo que en nuestro relato necesariamente habríamos hecho referencia a la apariencia exterior de Jesús.

¿Cómo eran sus ojos? ¿Era su mirada melancólica o alegre? Nada nos dicen los Evangelios al respecto. ¿Acaso a los apóstoles no les había impresionado la fuerza que se irradiaba del Señor? Sí, por supuesto, pero el Espíritu Santo los guió de tal manera que fueron capaces de pasar de lo exterior a lo interior, y dar así testimonio de lo primordial, de lo más grande, de la interioridad. Los discípulos no pusieron por escrito todo lo que se hablaba entre ellos. Posiblemente dialogaron sobre la fisonomía de Jesús, pero, repito, el Espíritu Santo dispuso las cosas de tal manera que hoy no sabemos mucho sobre la apariencia exterior del Hijo de Dios.

Creo que lo expuesto se podría resumir en tres puntos:

a. La persona de Jesús irradiaba una gran fuerza. Recuerden, a modo de ejemplo, aquel pasaje del Evangelio cuando el Señor encuentra a un joven, a quien lisa y llanamente le dice: "¡Sígueme…!" (Jn 1,43). Y el muchacho dejó todo y fue tras él. Por supuesto, la impresión recibida por el nuevo discípulo había sido preparada de alguna manera por el contacto anterior con los apóstoles y lo que éstos le habían relatado sobre Jesús. Pero, sea como fuere, el Señor ejercía un dominio y una atracción especial sobre los corazones de los hombres.

b. Miremos un poco más en lo profundo, tratemos de vislumbrar la esencia de su personalidad. Si bien Jesús demostraba continuamente una gran cercanía a la gente, ello no quitaba que estuviera revestido de una gran majestad. Contemplemos la majestad de su persona. «Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: ’Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’» (Lc 5,8). ¿De qué nos está hablando esta escena? De una extraordinaria tensión entre cercanía y lejanía, entre la línea que va al otro y la que vuelve.

c. En la mirada se expresa toda la persona; y esto lo sabe todo aquel que tenga experiencia en el trato humano. Los ojos del Señor irradiaban una fuerza especial; su mirada expresaba la esencia de su personalidad, era su símbolo. Recordemos el pasaje evangélico de la negación de Pedro (Lc 22,54-62). Aquello era el pecado más grande que uno se pueda imaginar, mucho más que los pecados contra la santa pureza. Simón Pedro tenía que caer para que se convirtiese de una vez, para que abandonase su orgullo solapado. Y fíjense que digo a propósito solapado. Bajo capa de un pretendido amor a Jesús ¡en el fondo Pedro se buscaba a sí mismo! Así, pues, el Señor permitió que Pedro cometiese el pecado más grave. Sí; Pedro pecó. Pero he aquí que luego Jesús pasa a su lado y lo mira a los ojos. Y esa mirada logró lo que toda una educación no había podido conseguir: Pedro llora amargamente y reconoce su miseria y debilidad. Ahora sí que está en condiciones de ser la roca de la Iglesia, de ser declarado sucesor de Cristo.

Estos son sólo algunos rasgos exteriores de la persona de Jesús. Nosotros queremos dar a luz a Cristo, ser portadores de Cristo y llevar a Cristo a todos los hombres. ¿No debería entonces nuestra apariencia exterior parecerse un poco a él? ¿No debería irradiarse de nosotros una gran fuerza que alcanzase a los demás? No una fuerza que sea simulada, sino que brote de la desbordante riqueza de nuestra vida interior.

Tomado de: "Retiro para las Hermanas de María", 25-27 de Agosto de 1950.

 

  

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