Llegar a estar poseído por Cristo a través de la santísima Virgen
Al contemplar todo el panorama de lo meditado,
comprobamos que hay un pensamiento que se destaca nítidamente: la esencia más
profunda de todo el ser de María santísima es su vinculación a Cristo. Si nos
hemos entregado a la Madre del Señor, si aceptamos el orden de ser objetivo,
entonces nuestro amor a la santísima Virgen y el fervor mariano tienen que
estar profundamente vinculados a Cristo. De entre todas las creaturas, es en
María santísima en quien la corriente de Cristo fluye con su caudal más puro y
original, con su fuerza más arrolladora. Que nuestro fervor mariano esté
hondamente vinculado a Cristo significa, por lo tanto, sumergirnos y ser
llevados por esta corriente que fluye en ella. Sí; que nuestro amor a la
bendita entre las mujeres esté por entero ligado a Cristo. De lo contrario, no
estará en armonía con el orden objetivo del ser. Por eso, todo depende de que,
en nuestra devoción a la Madre del Señor, ingresemos en la corriente que va
hacia Cristo; de que lo hagamos de manera especialísima. Y, naturalmente, por
Cristo nos encaminaremos hacia el Padre y el Espíritu Santo.
Detengámonos aquí un poco más y procuremos avanzar hacia
una argumentación teológica más fina. Dios permite que María santísima
participe de manera sobreabundante en su gloria, especialmente del amor que
Dios Padre tiene por su divino Hijo. No es posible imaginar que haya otra
creatura que ame tan fervientemente al Señor como su propia Madre santísima.
Por eso nuestro amor hacia ella tiene que convenirse, más y más, en un amor que
esté unido a Cristo, que cultive la intimidad con Cristo y el estar poseído por
Cristo. Si nuestro amor a la santísima Virgen no se desarrolla en este sentido,
entonces le faltará algo.
¿Cómo será entonces nuestra vivencia de ser instrumentos
de María santísima, nuestra vinculación y amor a ella? Tiene que ser un amor
mariano que lleve hacia una vinculación a Cristo viva y vivificante. Poco a
poco nos acercamos a un pensamiento muy nuestro y que queremos mucho. ¿Cómo
debe ser el amor a la santísima Virgen? Un amor que genere una vinculación a
Cristo viva y vivificante. ¿Qué significa esto? Que toda mi persona, llena de
vida nueva, ame entrañablemente al Cristo vivo. Si disponen de un poco de
tiempo, y creo que todos nuestros sacerdotes deberían hacerlo alguna vez, lean
por favor la encíclica de Pío X (Ad diem illum laetissimum, 1904). En
ella hallarán una explicación clara y sencilla del término "Vitalis
Christi cognitio", un conocimiento vital de Cristo. ¿Qué nos regala
nuestro amor a la santísima Virgen? ¡Un conocimiento vital de Cristo!
Permítanme decirles que una de las cosas contra las que,
personalmente, siempre lucho es contra el idealismo, también en el campo de la
religión. Muchos intentan hoy amar a Jesús separándolo de la santísima Virgen.
Y lo hacen porque hoy son millones los que no han aprendido a amar de corazón a
otras personas. No conocen ningún organismo de vinculaciones, no aman a los
hombres. Dicen que aman a Dios; pero no es cierto. ¿A quién aman entonces? A
una idea. He aquí la gran tragedia. Si queremos aprender a amar a María
santísima, aprendamos primero a amar a los demás. Así sabremos, algún día, lo
que es amar a la santísima Virgen. En realidad no amamos solamente a la persona
en sí misma sino que, en ella, amamos a Dios. Y esto hay que haberlo
experimentado alguna vez. Que la meta sea vincularse a Cristo que está presente
en el prójimo. Este proceso se da con mayor facilidad en el caso de la
santísima Virgen. En estos tiempos que corren, la mayoría de la gente, incluso
aquellos que son capaces de hablar de Dios con mucho entusiasmo, no aman a Dios
como persona sino que aman una idea. Y esto no es devoción. Como filósofo puedo
comprender que alguien se entusiasme por una idea y hable de ella con fervor,
pero existe una enorme diferencia entre ese entusiasmo y el amor hacia una
persona. Por ejemplo, un teólogo descubre un nuevo aspecto fundamental del
misterio de la Trinidad… ¡qué grande será su entusiasmo! Pero eso no significa
directamente que ame Dios.
No nos engañemos; no hay nada mejor que un profundo amor
a María santísima para infundirle calidez a nuestro amor a Cristo. Y ello
ocurre así por dos motivos: por una parte, porque nuestro amor a la bendita
entre las mujeres y la vinculación vital de ella con su divino Hijo están
fundamentados en el orden de ser objetivo: el lugar que ella ocupa en relación
con Cristo y con todos nosotros es necesario para nuestra salvación y se
cimenta en el orden de ser objetivo.
En segundo lugar, por ser mujer, ella como persona está
especialmente orientada al trato con personas. Pero hay un motivo mucho más
profundo. La santísima Virgen tiene indudablemente el carisma de establecer
vínculos de amor personal y de entregar amor personal. Quien quiera prepararse
para afrontar tiempos difíciles tiene la posibilidad de ahondar en la figura de
Jesús y, así, puede ser que Dios le conceda el don de una vinculación personal
al Señor. Pero si profundiza en la figura de María santísima, accederá a una
"vitalis Christi cognitio". La Madre del Señor es la persona
que salva a Dios de la despersonalización. Ella nos preserva de la
despersonalización en nuestro trato con Dios. ¡No se imaginan cuán
despersonalizado es hoy el amor con que se ama a Dios! Medítenlo a fondo.
Quizás desde este punto de vista comprendan mejor aquella
otra consigna clásica de la devoción mariana: "El camino que pasa por la
santísima Virgen es el más fácil, el más seguro y el más corto para alcanzar
una profunda intimidad con Cristo y un profundo estar poseído por Cristo".
Tomado de: "Jornada de
Delegados de la Familia de Schoenstatt", 16 al 20 de Octubre de 1950.