En la oscuridad de la fe
Creo
que todos tenemos una imagen muy errónea de la vida de fe de la Santísima
virgen. Probablemente nos la imaginamos así: la Santísima Virgen nadó
constantemente en un cálido ardor, no hubo en su caso dificultad alguna para el entendimiento y también pocas dificultades para el corazón. Esta concepción la encontramos
en muchos escritos de la literatura.
De
esa manera, hay que imaginarse, por ejemplo, que, cuando la Santísima Virgen
huyó a Egipto, los angelitos no hacían más que dar volteretas. Un angelito
sucedía a otro para reemplazar al burrito en el que iban montados. O sea,
pensamos siempre que la vida de la Santísima Virgen no fue tan sobria como
nuestra vida cotidiana corriente y que la Santísima Virgen no tuvo que pasar
por la oscuridad de la fe. ¡Oh, hubo tantas cosas incomprensibles en la vida de
la Santísima Virgen que ella también tuvo que practicar el heroísmo de la fe!
Ejercicio del
desasimiento de una madre
Solo
hace falta que recuerden una única frase de la Sagrada Escritura que hemos
citado ya a menudo. Piensen en el Salvador, cuando se escapó de su madre.
Conocemos el suceso. Ya lo escuchamos tantas veces que no encontramos nada más
tras él. La Santísima Virgen no comprendió para nada cómo el Salvador podía
hacer algo así. [Dice ella con] extrañeza: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?
Mira, tu padre y yo te buscábamos con dolor.
Y
¿qué explicación le da el Salvador? Le dice: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais
que yo debía estar en las cosas de mi Padre? [Y] asunto resuelto. El Padre así
lo quería. Y sanseacabó.
Por
lo tanto, el Salvador se limita a indicar hacia lo alto: el Padre celestial lo
quería de ese modo: no necesitas saber nada más. ¿Y qué dijo entonces la
Santísima Virgen? ¿Estuvo de inmediato interiormente satisfecha con eso? Está muy claro en la Sagrada Escritura: «Ellos no comprendieron lo que les dijo». Simplemente, no lo comprendieron. [Pero
la Santísima Virgen] conservaba todas esas palabras [en su corazón]; ella
reelaboró una y otra vez todo ese suceso para comprender cómo es que Dios puede
hacer algo así.
¿Qué
es importante para mí aquí? Mostrarles por cuántas cosas incomprensibles tuvo
que pasar la Santísima Virgen en su vida, exactamente como nosotros. Retengan
esto: [la] fe presupone oscuridad, y, a la larga, sin oscuridad difícilmente
puede existir la fe.
Grande en la fe
Ahora
tienen que contemplar más de cerca la vida de la Santísima Virgen. […] Su fe
era extraordinariamente grande. Tienen que contemplar la escena de la
anunciación. ¿Qué exige Dios de la Santísima Virgen a través del ángel?
Propiamente, los actos de fe más difíciles.
[En
primer lugar, ella debe] creer en la Trinidad. Este es ciertamente el primer
acto de fe en la Trinidad de toda la historia. Dice allí: la fuerza del
Altísimo vendrá sobre ti. El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra. Por eso,
aquel que nacerá a partir de ti será llamado Hijo del Altísimo. Allí tienen
ustedes la primera revelación clara de la Trinidad. La Santísima Virgen dice: fiat [hágase en mí]. Ella cree en eso.
En
segundo lugar, se exige de ella la fe en la encarnación [de Dios]. [Dice el
ángel:] El Hijo unigénito de Dios tomará la naturaleza humana en tu corazón, en
tu seno.
El
Salvador no ha hecho aún ningún milagro para [demostrar] su divinidad, pero la
Santísima Virgen escucha lo que ha dicho el ángel y cree. ¿[Por qué] cree?
Porque Dios se lo transmite a través del ángel. Son actos heroicos de fe,
grandes actos de fe. Ella no ha visto todavía los milagros del Salvador, no
tiene todavía ninguna prueba de [su] divinidad, pero, aun así, cree.
Y
después, el tercer acto de fe, que es especialmente difícil: ella debe creer
que [será] al mismo tiempo madre y virgen. Tienen que imaginarse que [a alguna]
de ustedes le dijeran: has de convertirte en madre, pero permanecer virgen.
Y
tienen que tener en cuenta esto: [permanecer] virgen físicamente, no solo
espiritualmente. O sea, el seno materno no debe abrirse, no obstante lo cual
ella debe convertirse en madre, debe tener un hijo. ¿Quién de nosotros habría
creído algo así? Nosotros habríamos dicho: ¡santo cielo, que lo crea el que
quiera!
Nosotros consideramos muy evidente todo esto en la vida de la Santísima Virgen, pero todo fue algo extraordinariamente grande. Tal vez, ahora comprenden mejor qué significa lo que le dice Isabel: Beata —¡dichosa tú, que has creído todo eso! ¡Si de nosotros pudiese decirse: dichosos nosotros, que vivimos totalmente en el espíritu de la fe!
J. Kentenich, 18 de junio de 1956, en Am Montagabend, t. 3, 310 s
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