viernes, 27 de octubre de 2023

MI IMAGEN DE DIOS


¿Cómo están las cosas con mi imagen de Dios? ¿Cómo está mi amor al Padre? ¿Estoy poseído por el Padre? ¿Cuánto he avanzado en ello?

No sé si debo responder la pregunta en nombre de ustedes. Pienso que hasta tendría que extremar la pregunta diciendo: ¿Tiene la imagen de Dios alguna influencia en mi vida? No debemos perder de vista que vivimos en un mundo secularizado. Casi querría decir que vivimos en un tiempo ateo y en un tiempo secularizado. Millones de personas son hoy ateas. Si se les menciona la palabra «Dios» o «imagen de Dios», «imagen del Padre», sacuden la cabeza y dicen, simplemente que es imaginación, que no es más que una ilusión del ser humano, una ilusión de la imaginación y del corazón. Dios no existe, por supuesto que no.

¿Y el hombre moderno, secularizado? Si bien este dice que Dios existe, afirma que está allá arriba en el cielo, donde se siente a gusto. Del este mundo aquí no tiene interés ninguno.

Permítanme pedirles que reflexionen lo siguiente: ¿Qué imagen de Dios vive en mi imaginación, en mi cabeza y en mi corazón? La respuesta [tienen] que dársela ustedes mismos. Yo solo puedo dar una respuesta general e indicar líneas generales.

Importancia de los padres para mi imagen de Dios

¿De qué manera llegamos comúnmente los hombres modernos a tener una imagen de Dios? Aquí tenemos que distinguir. Primero, el tiempo de nuestra [juventud]. Allí está el padre, está la madre. Sobre todo la madre nos conduce a Dios. Ella nos muestra y nos advierte de que existe un Dios vivo. Por último, el padre también ayuda un poco con eso. El padre es religioso: por el hecho de que reza, de que ofrece sacrificios, de que comulga, advierte de que existe todavía Otro por encima de él. Y así experimentamos en general a Dios como un reflejo de nuestros padres.

Esta es la primera imagen de Dios que absorbemos en nuestro corazón como niños pequeños.

Basta con que pensemos lo siguiente: cuántos cristianos hay que hoy en día no toman esta imagen del padre y de la madre, en parte porque el padre y la madre no son suficientemente religiosos, y en parte porque el padre y la madre representan cualquier otra cosa menos un trasunto de Dios. Lamentablemente, ese tipo de imagen de Dios que recibimos en los primeros años de nuestra vida se conserva, tal vez, durante toda nuestra vida.

Nos hacemos mayores, vamos a la escuela, primaria, secundaria, universitaria. ¿Qué significa? ¿Qué aprendemos de Dios? Todo tipo de cosas, pero solamente para la cabeza: en la mayoría de los casos, eso no penetra en el corazón. En efecto, qué pocos son los maestros y maestras que saben depositar la imagen de Dios en el corazón. ¿Qué imagen de Dios existe todavía actualmente a lo sumo en nuestra cabeza y en nuestro corazón? Solamente la imagen que he recibido de papá y mamá.

La relación con Dios en la hora punta de la vida

Ahora salimos de la escuela y, por lo tanto, nos internamos en medio de la vida. ¿Cómo es la vida moderna? No tiene nada que ver con Dios. En el ámbito de la vida pública no se percibe nada de lo que habíamos aprendido antes —que la creación en la que vivimos es un regalo de Dios—. ¿Cómo experimentamos la creación cuando entramos en una lucha por la existencia?

¡La creación nos pertenece! Tenemos que darle forma, plasmarla, procurar ganar dinero de modo que podamos vivir. De Dios como Señor de la creación no vemos nada en nuestro entorno. Podremos escuchar alguna vez algo sobre eso en la Iglesia, pero la vida en cuanto tal pasa corriendo a nuestro lado, ya no conoce más ningún Dios y Señor. Y de lo que aprendimos antes —que existe un gran orden de leyes establecido por Dios— no se escucha nada tampoco. Aunque hay leyes, las utilizo solamente para obtener ganancias a fin de que me vaya bien aquí en la tierra. ¿Y dónde encuentro en mi lugar de trabajo, en mi ambiente, personas que coloquen a Dios realmente en el centro de su vida?

¡Así es nuestra imagen de Dios! […]

 

  

viernes, 20 de octubre de 2023

¿CÓMO GESTIONAR EL MIEDO?


Superar la angustia profunda

Cuando hay estados de angustia el cuerpo nunca es la única causa: las dolencias físicas se han incrustado en sus efectos en el alma. Los médicos aconsejan un cambio de ambiente y de aire. Podemos intentarlo, y puede ser que eso alivie y atenúe. Pero estoy convencido —tal vez, ustedes también lo estén— de que la angustia profunda no se supera con un cambio tal. Es lo que justamente quiero destacar: es lícito aplicar todos los medios denominados de régimen propio según el sentido que tienen, pero, sin la correspondiente ingenuidad y filialidad [frente a Dios, el Padre celestial], no conducen a la meta […].

La fuerza para soportar cosas

El motivo más simple y efectivo es siempre el siguiente: doy alegría al Padre del cielo. Si a él le alegra, por ejemplo, que yo haga soberanamente el ridículo, entonces yo también quiero alegrarme de ello. […] Tienen que notar cómo la filialidad da realmente la fuerza para paralizar cosas, para soportarlas y, tal vez, en determinados casos también para superarlas por completo. […]

Experimentamos en nosotros mismos. ¡No estudiar mucho, sino experimentar! Si lo experimentamos en nosotros mismos, lo tendremos con seguridad; y si otros experimentan lo mismo, tendremos un saber experiencial. No nos dejamos desbaratar el saber experiencial por todo tipo de sofisticaciones teóricas.

J. Kentenich, 1937, en

Kindsein vor Gott, 335 ss.

Saltar con audacia

El Dios vivo nos habla. El Dios vivo nos habla en su persona, pero también a través de su palabra, del acontecer del mundo. […] Un salto, un salto audaz a sus brazos: eso es la fe en la Providencia. Es algo así como decir, por ejemplo: [estando arriba,] en la cima de una montaña, ahora tengo que saltar hacia abajo, al mar.

Esta es la fe en la Providencia. ¡Saltar a los brazos de Dios! Dios es el que está detrás de todo el acontecer del mundo, detrás de todas las situaciones: esté yo sano o enfermo, tenga éxito o fracase, nada de eso es casual, Dios está detrás. La fe en la Providencia me hace dar audazmente el salto a los brazos de Dios, que está detrás de todas esas cosas.

El águila es arrojada fuera del nido

O bien, otra imagen. ¿Podemos imaginarnos más o menos cómo se siente un pichón de águila que es arrojado por primera vez fuera del nido? Con inquietud interior se deja arrojar fuera de su nido. ¿Qué vendrá ahora? De pronto siente que sus alas son sostenidas por el aire y, entonces, asciende seguro hacia lo alto, hacia el sol. Este es el hombre que tiene fe en la Providencia: ha saltado fuera del nido, expulsado de todas las circunstancias satisfechas de su vida. Pero ¿hacia dónde ha saltado? ¿Hacia lo incierto? Oh, no hacia lo incierto, sino siempre a los brazos de Dios, a los brazos del Dios eterno, a los brazos del Dios infinito.

J. Kentenich, 26 de mayo de 1963, en

Aus dem Glauben leben, t. 7, 151 s.

  

viernes, 13 de octubre de 2023

NUESTRA VIDA EN MANOS SEGURAS


Con audacia

El hombre audaz no es que vaya por la vida sin miedo, sino sin particular miedo. No va por la vida con rodillas temblorosas. Por ejemplo, no es vergüenza alguna que, si me veo arrojado en medio de las dificultades del tiempo actual, mi corazón experimente un temblor interior; o, por ejemplo, que, si tuviésemos que perder la libertad, tuviésemos un cierto sentimiento de angustia. Esto no es falta de hombría, es algo enteramente humano. El Salvador también lo experimentó: ¡qué angustia estremeció al Dios hecho hombre! ¡Por angustia derramó gotas de sudor, y hasta sudó sangre! […]

En efecto, la palabra del Salvador nos dice que Dios permite tanta incertidumbre para que el ser humano siga siendo consciente de que depende de Dios. Podemos asegurarnos cuanto queramos: todo eso puede quedar destruido de la noche a la mañana. Por más que pueda tener un puesto asegurado, mañana pueden echarme. El hombre que tiene fe en la Providencia sabe de la seguridad del péndulo: por eso es tan sereno y audaz. Es decir: todas las cosas fluyen, todo lo humano se ve arrojado de ese modo. El ser humano no tiene seguridad en las cosas del mundo, tampoco en las leyes y costumbres. Solamente hay seguridad en manos de Dios. El hombre audaz sabe ver en todas partes el plan de vida de Dios e incorporarse a ese plan. […] Desde luego, en todo ello es lícito que haya un poquito de preocupación y de prudencia, pero solo un poquito.

J. Kentenich,

extracto de una carta, manuscrito

La seguridad está arriba, «en el gancho»

La seguridad propia del ser humano en cuanto tal es siempre la seguridad del péndulo. Hacia abajo el péndulo está inseguro: puede ser puesto en movimiento por cualquier soplo de viento. Algo semejante ocurre a menudo con la seguridad del ser humano en la tierra. ¿Dónde tiene su seguridad el péndulo? Arriba, en el gancho. Algo semejante sucede en el ser humano. Solo estoy asegurado en Dios. El hombre actual no tiene ya seguridad alguna en los demás hombres, y ha arrojado de sí la seguridad en Dios. Es necesaria la vinculación al gran Dios.

J. Kentenich, 1946, en

Das katholische Menschenbild, 39

Estar seguros en el «nido primordial»

Seguridad del péndulo: puede que la naturaleza se estremezca y tiemble transitoriamente cuando se nos retira nuevamente el suelo bajo los pies o cuando se nos corta una seguridad terrena, mundana […] [Pero el hombre creyente] se habrá decidido con prontitud de nuevo por Dios y habrá buscado conscientemente refugio en su hogar primordial, en el corazón de Dios. Allí está cobijado y seguro como en ninguna otra parte del mundo. Nadie tiene tan buenas intenciones para con él como Dios, y nadie es capaz ni tiene disposición como Dios para que todo lo desagradable y malo redunde en su bien.

J. Kentenich, abril-junio de 1944, en

Marianische Werkzeugsfrömmigkeit, 37

Seguridad del péndulo, poder en blanco

¿Qué es lo que resuena más fuerte en la expresión «poder en blanco»? Es justamente aquello que está grabado muy profundamente en el rostro del tiempo moderno: la oscuridad, la incertidumbre y la inseguridad de la vida actual.

Tienen que prestar atención, en general, a que ninguna de estas expresiones ha sido «fabricada». Lo que se ha desarrollado entre nosotros con esas expresiones no se ha plasmado nunca en el escritorio, tras una larga reflexión. Esas expresiones son muchas veces fruto de una ocurrencia repentina.

¡Poder en blanco! Examinen nuevamente cómo se capta aquí la vida psíquica moderna, puesta como está en este tiempo oscuro, tenebroso.

Poder en blanco: ¿qué significa? Significa que le regalo a Dios un poder en blanco. Piensen en un cheque en blanco. No necesito exponerlo ahora, pues se trata de asuntos corrientes. Un papel en blanco, y el nombre infrascrito. ¿Quién puede escribir en el papel lo que quiera? ¿Comprenden qué importante es esto?

O bien, tomen otras expresiones que giran en torno al mismo proceso de vida: internarse en una eterna inseguridad de péndulo a fin de adquirir una seguridad de péndulo. Desde luego, son formulaciones jocosas que de pronto se hicieron populares: fuera con la seguridad de caja, ¡a la seguridad de péndulo! Los acontecimientos históricos pueden hacer que, abajo, el péndulo se vea lanzado constantemente de un lado al otro, como sucede justamente con un péndulo. ¡Conformidad con la voluntad de Dios!

¡Cómo suena esa expresión! En primer lugar, encierra en sí una estática. El cheque en blanco expresa toda la dinámica que se exige de todos nosotros si queremos o debemos ver correctamente la vida actual, desenvolvernos correctamente en ella.

J. Kentenich, 23 de noviembre de 1965, en Rom-Vorträge 17.-23.11.1965, 213 s.

viernes, 6 de octubre de 2023

DECIR SÍ A DIOS Y A SUS DESEOS


Superar la angustia

Si como psicólogo analizo la condición humana y cristiana pienso tener que decir que está llena de tensiones, y estas tensiones se ven constantemente alimentadas por un temor y una angustia muy profundos. Así pues, el psicólogo ve asociados a la condición humana un temor y una angustia implacables. No estará de más que descorramos ahora el misterioso velo de nuestra alma. También nosotros nos vemos mucho más torturados por el temor y el miedo de lo que lo admitimos […].

¿Qué entendemos por angustia? La angustia es un malestar psicofísico enormemente fuerte a causa de la inferioridad frente a algo indeterminado, de la impotencia que sentimos en nosotros frente a una oscura omnipotencia […].

Aprender a decir sí de forma filial

Si me permiten […] decir algo sobre los remedios […], notarán que los remedios contra [la angustia] no son conducentes si no se agrega a ellos el arrojo de la filialidad […].

Hasta el fin de la vida tendríamos que esforzarnos por grabar en los sentimientos, el corazón y la voluntad el arrojo de la filialidad. […] Otra expresión para ello es: el arrojo de decir sí. Cristo también pronunció este sí en una difícil situación de su vida: ¡Sí, Padre! Decir sí con audacia. […]

Observen la vida de grandes hombres, observen su propia vida: ¿acaso no llegamos periódicamente a un cierto límite, a una cierta barrera [ante la cual nos preguntamos] «y ahora qué»? En cualquier caso, sentimos el corte, notamos que saltar por encima de esa barrera es, en cierto sentido, un acto de arrojo; sentimos que las cosas ya no son tan tranquilas, tan confortables y sosegadas: hay que pasar a un plano más alto. Antes habíamos sentido los límites: ahora hay que hacerlos saltar […].

Todos nosotros […], que nos encontramos en la vida moderna, deberíamos movernos constantemente en estas consideraciones. ¿Qué quiere Dios? Si el ser humano necesita arrojo ya en su desarrollo puramente natural, ¡qué arrojo será necesario para entrar en la oscuridad de la fe! […]

¿Sienten ahora la grandeza que anida en nuestra filialidad? No tenemos que pronunciar un sí desesperado, sino un sí audaz y alegre —aunque asociado a una gran opresión—.

J. Kentenich, 1937, en Kindsein vor Gott, 236, 241, 291 s.

Siga siendo siempre el niño despreocupado

¿Qué he de responder a sus afectuosas líneas? Dios lo ha conducido a través de la noche oscura del alma. Fue bueno que así fuese. Ahora volverá a resultarle más fácil regresar a la antigua sencillez, simpleza y derechura de la aspiración a la virtud. Hágalo pronto. Dicho concretamente: no se deje atomizar más por lo que escucha o lee. Y después, siga siendo, como era antes, el niño despreocupado tomado de la mano de nuestra Madre del cielo.

J. Kentenich, 10-06-1920, en Brief an Fritz Esser