El Padre Kentenich durante los primeros años de su destierro en Milwaukee los dedicó en gran parte a escribir. Poco a poco familias alemanas católicas que vivían en Milwaukee y sus alrededores, empezaron a acercarse al Padre para escuchar sus consejos y obtener ayuda espiritual. Es así como tuvo la oportunidad de acompañar a estas familias, y surgieron las conocidas “Charlas de los lunes”. El tomo 20 de esta serie es muy conocido entre los matrimonios de Schoenstatt, y por ello traemos a menudo a este Blog textos del mismo. Hoy transcribimos algunos de sus pensamientos, tan fundamentales para la vida matrimonial.
“En realidad, no existe otro amor
humano que pueda ser tan perfecto como el conyugal. Porque el amor conyugal
genera entre los esposos una unidad en la que se asocia lo corporal, lo
psicológico y lo espiritual. Se trata de una unidad tan especial que podemos
hablar con propiedad de una «biunidad». Les repito que no hay otro amor humano
que genere una biunidad tan profunda como lo hace el amor conyugal. ¿Por qué?
Porque presupone y entraña una biunidad corporal, psicológica y espiritual. De
ahí que también podamos afirmar que no existe otro amor terreno que sea reflejo
tan fiel del amor divino intratrinitario como el amor conyugal.
Por supuesto, no confundan amor con
goce, vale decir, no todo amor está unido automáticamente a un goce de los
sentidos. A menudo el amor conyugal exige los mayores sacrificios. El
sacrificio es parte de la esencia de todo amor. Sí, todo amor entraña
sacrificios. Porque si el amor significa entrega al otro exige a la vez un
salir de nosotros mismos.
Que el amor de Jesús hacia su Iglesia sea
siempre la norma para nosotros, los esposos. ¿Y cómo es el amor de Cristo hacia
su Iglesia? El Señor dio su vida, su sangre por la Iglesia, su esposa. Por lo
tanto, yo también debo hacerlo por la mía. Que no llegue a casa sólo para
descansar un poco, disfrutar de mi mujer y luego ir a entretenerme con mis
ocupaciones favoritas. Tengo que dar la vida por mi esposa, lo que significa
ser capaz de darle mi tiempo, de manifestar interés por sus problemas y
preocupaciones. ….
En mi condición de esposa, ¿cómo debo amar a
mi cónyuge? Sirviéndolo como la Iglesia sirve a Cristo, cultivando la comunión
entre los esposos. Que la esposa le brinde a su esposo un amor servicial y
abnegado. ……
Alimentemos para ello el amor de Dios en
nosotros; hagámoslo continuamente. En la medida en que crezca mi amor a Dios
crecerá también mi amor a mi esposa. Si ceso de alimentar mi amor a Dios,
vendrá el día en que mi relación con mi cónyuge se tornará fría y distante. …..
Para responder a la pregunta de cómo valora y
asegura Jesús el amor al prójimo hay que fijarse en cuál es la norma según la
cual se juzgará al hombre en el juicio final. Allí no se nos preguntará si
fuimos humildes o guardamos la castidad. …. En aquel día Jesús nos dirá: «Tuve
hambre y no me diste de comer. Estaba desnudo y no me vestiste… etc.». Y el
hombre le responderá: «Pero ¿cómo? si yo no te vi, Señor». Entonces resonarán
aquellas palabras llenas de gravedad y misterio: «Lo que has hecho con uno de
estos más pequeños lo has hecho también conmigo».
Apliquemos a nuestro amor conyugal lo que
Jesús nos dice en este pasaje sobre la importancia del amor al prójimo.
Recordemos que seremos juzgados por el grado del amor que nos hayamos
dispensado mutuamente en nuestra condición de esposos. …. “
J. Kentenich 13.03.1961, "Lunes por la tarde", Tomo 20, P. 171 y ss
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