En las últimas semanas
venimos considerando algunos aspectos de lo que nuestro Fundador denominaba ‘tiempos
apocalípticos’ en su jornada pedagógica del cincuenta y uno. También hoy nosotros
vivimos en tiempos difíciles, trátese de las guerras, del encarecimiento de la
vida, de los extremismos de los políticos, del cambio climático, en fin, del
olvido generalizado de Dios en nuestras sociedades. Ante tantas ‘señales apocalípticas’
podríamos caer en la tentación de desvanecernos interiormente de miedo y de
angustia por todo lo terrible que pueda ocurrirnos a nosotros mismos. Según el
Padre Kentenich, nosotros, como personas apocalípticas, deberíamos cultivar el
espíritu de una profunda y cálida fe en la divina Providencia. Ya dijimos que esa
fe considerada como “la ley de la puerta abierta” quiere determinar
esencialmente nuestra concepción de la vida, nuestra tarea de vida y nuestra
forma de vida. Seguimos meditando en lo que el Fundador nos dice. En una
comparación entre lo que él llama el fatalismo, el Deismo y el Teismo, anima a
sus interlocutores a ser hombres que sepan decidirse por sí mismos desde dentro
y a luchar contra el hombre-masa, a ser seguidores del Teismo. Él nos lo aclara:
“El teísmo es un reconocimiento práctico al
amor como ley fundamental del mundo. Asegura que Dios ha elaborado desde toda
la eternidad un gran plan mundial y un pequeño plan de mi vida como un plan de
amor, de sabiduría y de omnipotencia y que realiza este plan por amor a través
del tiempo con todos sus detalles.
Por eso es que la persona católica con fe en
la divina Providencia siempre está rodeada de Dios, incluso también cuando en
su vida carga una cruz pesada y pesadísima. La persona católica
providencialista construye su vida sobre el amor como la gran ley fundamental
del mundo. Está convencida de que todo, absolutamente todo lo que Dios hace, manda
y dispone, ocurre hasta en sus más íntimos detalles por amor, a través del amor
y para el amor, incluso cuando la justicia divina remeza y sacuda al hombre
aquí en la tierra.
Detrás de todo está el convencimiento de que
el amor es la fuerza fundamental y de que éste mueve también a la justicia.
Todo ocurre por amor también cuando la justicia divina hubiere estipulado al
final de nuestra vida la posibilidad de la eterna perdición en el infierno, la
última razón sería solo el amor. Dios no quiere que los hombres se vayan al
infierno, por eso es que no siempre ni en todas partes el demonio tiene poder
sobre los hombres. A veces Dios también quiere lograr sus metas mediante
grandes caídas en el pecado. Al final, Dios siempre vence al demonio. También
en los casos donde el hombre recibe un golpe tras otro, Dios persigue
definitivamente sólo una meta: el amor. A través de todo esto el hombre debe
llegar a una gran y profunda unión con Dios en el amor. Acuérdense de los
contenidos que hemos estado meditando hasta ahora.
¿Cuál es el sentido de las confusiones
apocalípticas? ¡Ellas tienen que ser acelerados obstetras, no acelerados
cavadores de tumbas! ¡Deben ayudar a dar a luz a Cristo en la humanidad actual
de manera acelerada y perfecta! Preocúpense de que la historia universal actual
sea una historia de amor de los hombres con Dios. Esto no sólo es válido para
las grandes catástrofes mundiales, sino también para las pequeñas dificultades
de cada día, ya sea de la vida matrimonial, profesional o familiar. Todo debe
llevarnos a una unión más profunda en el amor con Dios.
El
amor como ley fundamental de la vida nos exige no sólo que todo lo hagamos por
amor, sino para el amor. La vida práctica a menudo tiene la apariencia de que
todo está al revés. Por eso, ustedes se preguntarán de dónde sabemos todo esto.
Y es muy comprensible que lo hagan. ¡El hombre actual está cada vez más
desarraigado, despersonalizado! ¿Y todo eso debe ocurrir por amor? ¿Entienden
ahora lo grande que es la tarea que asume la educación? La educación debe
preocuparse de volver a anunciar a los hombres el correcto concepto de Dios, la
verdadera imagen de Dios, y así volver a despertar el amor recíproco. Debe
preocuparse de que el Dios eterno sea reconocido como Dios-Padre, el Dios del
amor. Entendamos cómo san Juan reproduce con una palabra la esencia de Dios,
ésta es: ¡Dios es amor! No sólo quiere decir: ¡Dios es justicia! La
espiritualidad occidental vive como si la esencia primera de Dios estuviera en
la justicia, no en el amor. La Sagrada Escritura protesta rotundamente contra
eso. También protesta contra eso la esencia de Dios, la esencia del Salvador
del mundo, que se hizo hombre por amor y que como tal asumió cosas terribles y
que sufrió por amor a nosotros. …..”
Hola Paco! Gracias por el texto! En estos tiempos de desarraigo, el estar arraigado en esa confianza en el amor de Dios es como un bálsamo. Sin embargo, hay una mirada que debe ser producto de la época: decir que Dios Padre nos manda el sufrimiento y las caídas, sería admitir que Dios es causa del mal en nuestras vidas, aunque sea indirectamente. Ahí podríamos discutir con nuestro Fundador, porque Dios no puede ser ni directa ni indirectamente causa del mal. En todo caso habría una permisividad indirecta, pero nunca una acción voluntaria de Dios contra el hombre. Qué opinás? Te lo dejo para la próxima entrega!!!
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