Una de las asiduas lectoras del Blog ha enviado
un comentario para la reflexión. Dice así. “En estos tiempos de desarraigo, el
estar arraigado en esa confianza en el amor de Dios es como un bálsamo. Sin
embargo, hay una mirada que debe ser producto de la época: decir que Dios Padre
nos manda el sufrimiento y las caídas, sería admitir que Dios es causa del mal
en nuestras vidas, aunque sea indirectamente. Ahí podríamos discutir con
nuestro Fundador, porque Dios no puede ser ni directa ni indirectamente causa
del mal. En todo caso habría una permisividad indirecta, pero nunca una acción
voluntaria de Dios contra el hombre.”
Recuerdo
haber escuchado decir a uno de mis familiares – era un sacerdote – que el
sufrimiento en este mundo era fruto del pecado. Dios creó al mundo en armonía y
felicidad, y el demonio consiguió que el hombre pecara. Nosotros hemos pecado
también. Y ahora, en esta tierra nos toca sufrir. Pienso que Dios tiene que ser
consecuente con sus propias leyes. Ni siquiera liberó a su Hijo del sufrimiento
y muerte en la cruz. Me viene a la mente la Carta que escribió Pedro a los que andaban
en la diáspora. Allí dice: “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la
carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en
la carne, terminó con el pecado.” (1 Pedro 4,1)
Nuestro
Fundador explica también esto en su jornada pedagógica que venimos leyendo en
estas semanas. En una de las conferencias dice así:
“Detrás de estas terribles catástrofes
está la influencia directa del demonio. Por el Apocalipsis sabemos que detrás
de todo este acontecer, está la influencia extraordinaria de los poderes
anti-divinos. No sólo está actuando la maldad humana, sino que también la
maldad diabólica.
Si aquí hacemos una comparación con la
época actual, tenemos que señalar que las barbaridades que vemos hoy en el
mundo no se pueden explicar por medios naturales. ¡Detrás de esto tiene que
esconderse una influencia tremendamente grande del demonio! En el mundo existen
muchas desgracias, muchas deficiencias, mucha propensión al pecado y mucha
crueldad, lo que se puede explicar con el daño ocasionado por el pecado
original a la naturaleza. Para esto no se necesita suponer que haya existido
una influencia directa del demonio. Pero ahora yo estoy hablando
intencionadamente de una influencia directa de los poderes anti-divinos. La
influencia indirecta siempre existe; mientras el mundo sea malicioso y maligno,
siempre estará indirectamente expuesto a la influencia del demonio, desde que
el demonio, en el principio, indujo a Eva al pecado en el cual Adán también
cayó. Sólo así podemos explicar el tremendo mal, la crueldad que ocurre en el
mundo. Todas estas situaciones suponen la influencia indirecta del demonio.”
Siguiendo
la lectura de la semana pasada comprobamos que el Padre Kentenich quiere
ahondar en el pensamiento de que Dios es amor y actúa por amor; habla de que
Dios tiene contados todos nuestros cabellos:
“¡El Padre sabe incluso que ha caído
un cabello de tu cabeza! El Señor nos quiere decir con esto que el amor de Dios
está detrás de todo. ¡Y cuánto más amor de Dios tenemos que ver detrás de todas
las dificultades que Dios deja caer sobre nosotros! El Señor se esfuerza
parábola tras parábola para hacernos entrar en la cabeza esta ley fundamental
del amor.”
Para
explicarlo nos recuerda algunas parábolas, y entre ellas la de la oveja perdida
(Lc 15, 4-7):
“Si ustedes se adentran en esta
parábola, encontrarán la misma situación. El pastor deja a las noventa y nueve
ovejas en el desierto para ir detrás de la oveja perdida. Entiendan por favor:
¿No es paradójico dejar a noventa y nueve ovejas solas y exponerse al peligro
de perderlas, sólo por una oveja? Esta parábola también se entiende sólo cuando
captamos lo que el Señor nos quiere decir: Dios es tan buen Padre que se
preocupa de cada uno, y tanto como si estuviera sólo para esa persona. ¡Él se
preocupa de los detalles más pequeños! Por lo tanto, tratándose de una completa
y perfecta reforma interior, en la vida católica, encontrarán personas que como
Pablo estén compenetradas del pensamiento: ¡Él me ama como a la pupila de sus
ojos!
…… Tarde o temprano surgirá también la
pregunta: el Padre ama también a su Hijo unigénito ¿y cómo deja que lo
maltraten? ¿Y se supone que eso es amor? Quien ha comprendido cabalmente
nuestro mundo católico, está convencido de que la sabiduría de Dios tiene como
meta para todos nosotros el asemejamiento y la incorporación al Dios hecho
hombre. Cada vez tenemos que ser hombres más configurados por Cristo y más
configuradores de Cristo conforme al ser, en la actitud y en la vida. ¡Esta es
una meta tremendamente grande para nuestra autoeducación!”