El Padre Kentenich aludió una y otra vez a las penurias del hombre actual y trató de dar una respuesta y mostrar una salida por medio de la fe. El hombre de nuestros días está fascinado por el progreso y los logros de la técnica. El rendimiento y el progreso son el valor supremo, por el cual es lícito arriesgarlo todo. Es así como el hombre moderno está expuesto a una desmesurada presión, a un estrés, dándose cuenta siempre de forma dolorosa de los límites de sus fuerzas.
La única manera de salir de estas penurias es admitir nuestra limitación humana, lo cual por cierto debe estar unido a una confianza ilimitada en la bondad del Padre Eterno. Para el Padre Kentenich la pequeñez, la filialidad y la humildad significan lo mismo: vivir conscientes de que Dios infinito es bondad y grandeza que se inclina hacia nosotros y nos atrae hacia sí. Cristo nos anima con su ejemplo en este camino. A continuación, algunos aforismos de nuestro Fundador referidos a este tema.
“El
Salvador nos dice: “Dejaos instruir por mí, que soy manso y humilde de
corazón”. La mansedumbre es una parte de la humildad. Al resucitar, el
Salvador también adquirió el esplendor y la gloria majestuosos para su
naturaleza humana, pues Él era pequeño u humilde.
¿Cómo
se manifiesta la humildad en la vida del Salvador? Es la humildad de la
sencillez, del olvidarse de sí mismo, la humildad de la humillación voluntaria.
¿No
adoptó acaso el Salvador una naturaleza que denigra su dignidad divina, que no
deja que el esplendor y la dignidad de la Deidad se manifiesten? ¿No es esa una
prueba de su humildad? El se denigró a sí mismo y bajo la apariencia de la
naturaleza humana rebajó en extremo su dignidad divina; tanto, que innumerables
personas no lo reconocieron como Dios.
El
Salvador sólo desea servir al bien de otros, porque de este modo el Padre se
alegra.
El
hecho de que el Salvador esté orientado hacia el Padre y dependa de Él,
constituye la humildad propia de su naturaleza.
“Y
yo, una vez levantado de la tierra, lo atraeré todo hacia mí” (Juan 12,32).
Oremos para entender eso más profundamente y para crecer en el misterio del
sufrimiento y en el misterio de la cruz. Eso encierra dentro de sí la humilde entrega
a Dios Padre.
El
ejemplo del Salvador es una protesta constante contra el afán de poder, de posesión
y de placer. Él proclama una y otra vez el espíritu de la pobreza, de la pureza
y sobre todo del espíritu de la obediencia.
La
obra maestra de la vida de Dios hecho hombre consistió en la materialización
del hecho de estar dispuesto a la voluntad del Padre. Estar dispuesto a la
voluntad del Padre, ése es el acto de redención más grandioso en la cruz. El
Salvador permite que lo “aniquilen”, pues el Padre así lo desea.
¡Comprobemos
dónde se encuentra la parte esencial de la redención a través de Cristo! San
Pablo nos la esbozó en la majestuosa palabra: “Exinanivit semitipsum! (Filip.
2,7). Él, el Redentor, se aniquiló a sí mismo. El motivo más profundo de ello:
se debía expiar la autoadoración y la autoglorificación de las criaturas.
Con
ello el Salvador no sólo nos ha dado un ejemplo, sino que también nos ha implorado
la fortaleza de poder imitarlo.”
Del libro “El levanta a los
pequeños”, págs. 33 - 36.