viernes, 29 de abril de 2022

PORQUE SOY MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN

El Padre Kentenich aludió una y otra vez a las penurias del hombre actual y trató de dar una respuesta y mostrar una salida por medio de la fe. El hombre de nuestros días está fascinado por el progreso y los logros de la técnica. El rendimiento y el progreso son el valor supremo, por el cual es lícito arriesgarlo todo. Es así como el hombre moderno está expuesto a una desmesurada presión, a un estrés, dándose cuenta siempre de forma dolorosa de los límites de sus fuerzas. 

La única manera de salir de estas penurias es admitir nuestra limitación humana, lo cual por cierto debe estar unido a una confianza ilimitada en la bondad del Padre Eterno. Para el Padre Kentenich la pequeñez, la filialidad y la humildad significan lo mismo: vivir conscientes de que Dios infinito es bondad y grandeza que se inclina hacia nosotros y nos atrae hacia sí. Cristo nos anima con su ejemplo en este camino. A continuación, algunos aforismos de nuestro Fundador referidos a este tema.

“El Salvador nos dice: “Dejaos instruir por mí, que soy manso y humilde de corazón”. La mansedumbre es una parte de la humildad. Al resucitar, el Salvador también adquirió el esplendor y la gloria majestuosos para su naturaleza humana, pues Él era pequeño u humilde.

¿Cómo se manifiesta la humildad en la vida del Salvador? Es la humildad de la sencillez, del olvidarse de sí mismo, la humildad de la humillación voluntaria.

¿No adoptó acaso el Salvador una naturaleza que denigra su dignidad divina, que no deja que el esplendor y la dignidad de la Deidad se manifiesten? ¿No es esa una prueba de su humildad? El se denigró a sí mismo y bajo la apariencia de la naturaleza humana rebajó en extremo su dignidad divina; tanto, que innumerables personas no lo reconocieron como Dios.

El Salvador sólo desea servir al bien de otros, porque de este modo el Padre se alegra.

El hecho de que el Salvador esté orientado hacia el Padre y dependa de Él, constituye la humildad propia de su naturaleza.

“Y yo, una vez levantado de la tierra, lo atraeré todo hacia mí” (Juan 12,32). Oremos para entender eso más profundamente y para crecer en el misterio del sufrimiento y en el misterio de la cruz. Eso encierra dentro de sí la humilde entrega a Dios Padre.

El ejemplo del Salvador es una protesta constante contra el afán de poder, de posesión y de placer. Él proclama una y otra vez el espíritu de la pobreza, de la pureza y sobre todo del espíritu de la obediencia.

La obra maestra de la vida de Dios hecho hombre consistió en la materialización del hecho de estar dispuesto a la voluntad del Padre. Estar dispuesto a la voluntad del Padre, ése es el acto de redención más grandioso en la cruz. El Salvador permite que lo “aniquilen”, pues el Padre así lo desea.

¡Comprobemos dónde se encuentra la parte esencial de la redención a través de Cristo! San Pablo nos la esbozó en la majestuosa palabra: “Exinanivit semitipsum! (Filip. 2,7). Él, el Redentor, se aniquiló a sí mismo. El motivo más profundo de ello: se debía expiar la autoadoración y la autoglorificación de las criaturas.

Con ello el Salvador no sólo nos ha dado un ejemplo, sino que también nos ha implorado la fortaleza de poder imitarlo.”

Del libro “El levanta a los pequeños”, págs. 33 - 36.

viernes, 22 de abril de 2022

Cristo, sentido de la historia

En esta semana de Pascua tomamos de las páginas 188-189 del libro “Cristo es mi vida” una pequeña reflexión del Padre Kentenich sobre Cristo como sentido de la historia. Me ha llamado la atención especialmente la frase “Todas las tribulaciones de la vida y del acontecer del tiempo se resuelven en Cristo”. El texto completo dice así:

“El sentido de la historia es la preparación, continuación, perfeccionamiento y consumación de la historia de vida de Jesús, orientada a alcanzar una perfecta unión de amor con Dios Padre. El tiempo que precedió a Cristo es el tiempo de preparación a su venida, anunciada ya con claridad en el protoevangelio (Gen 3,15). El tiempo que lo siguió es el de la misteriosa repetición de cada una de las etapas de su vida, tanto en determinadas personas como en generaciones enteras. Unas veces es la imagen de Jesús Niño la que predomina en el plano del individuo y de la sociedad, imprimiéndoles sus rasgos; otras veces se trata del Señor que enfrenta a sus adversarios y lucha. Ora se repite de manera palpable el espanto del Gólgota, ora el júbilo de la mañana de Pascua.

El primer hombre debió abandonar el paraíso y encaminarse hacia el destierro, llevando consigo, en el corazón, el anhelo del paraíso perdido. Ya en ese momento se le unió Cristo, con el protoevangelio en su mano, y no habría de abandonarlo nunca más, ni a ese primer hombre ni a toda la posteridad que surgiría de su simiente. Como "logos spermatikós" (semillas de la Palabra) sigue a los paganos, y acompaña a los cristianos envuelto en un misterioso velo. Aquí prepara el Adviento o la Navidad, aunque sean pocos los que vengan a adorarlo, aunque sean pocos los que estén dispuestos a ofrecerle oro, incienso y mirra. Allá vuelve a vivir sus años de Nazaret. Lo hace en todo lugar donde haya familias cristianas que lo reciban en su seno. En los sacerdotes y en los laicos, Jesús recorre el mundo predicando y curando. En todas partes su palabra y obra exigen en forma inexorable una decidida opción.

El Señor revive misteriosamente su pasión en todos los que, como san Pablo, completan en su carne lo que le falta a las tribulaciones de Cristo (cf. Col 1,24); en aquellos que guardan silencio cuando la turba les grita con salvaje insistencia a los Pilatos de turno: "¡Crucifícalo!"; en los que no desmayan cuando otros Judas los traicionan y los venden por treinta monedas de plata. Día tras día, el Señor celebra la Pascua aunque sólo haya un puñado de testigos fieles de su resurrección y de su glorioso triunfo. Y les envía el Espíritu Santo a todos los que oran y parten el pan con perseverancia.

Todas las tribulaciones de la vida y del acontecer del tiempo se resuelven en Cristo. Hablamos de tribulación cuando las débiles fuerzas humanas entran en conflicto con poderes más fuertes y superiores y se derrumban en la lucha, pero de tal manera que de la derrota fluye bendición abundante. En este sentido, los teólogos dicen que en Cristo el "mysterium iniquitatis", el misterio de iniquidad, se transforma en "mysterium gratiae", en misterio de gracia.”

Tomado de: "Carta desde Buenos Aires a la Familia de Schoenstatt", con ocasión del 18 de Octubre de 1949. 

viernes, 15 de abril de 2022

En la intimidad con Cristo

En este viernes tan señalado del año sentimos la necesidad de estar un tiempo de forma especial en la intimidad con Cristo. En aquellos momentos de la víspera de su pasión se retiró a orar y llevó consigo a Pedro y a los hijos del Zebedeo, comenzando a sentir tristeza y angustia (Mateo 26, 37). Nosotros queremos estar a su lado, no sólo en este día, sino que anhelamos vivir siempre en esta cercanía e intimidad con Él. El Padre Kentenich nos anima a que Cristo sea el centro de nuestros pensamientos, de nuestro corazón y de nuestra vida.

“Esta intimidad con Cristo acompaña al santo de la vida diaria en todos sus senderos, en todos los planos de la vida espiritual. «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), dice Jesús de sí mismo. «Nadie viene al Padre sino por mí» (Jn 14,6). «Yo soy el camino». El Señor no sólo es el guía en el camino, sino que él mismo es el camino. «Yo soy la verdad». El Señor es la verdad misma, y no sólo quien nos guía hacia la verdad. «Yo soy la vida». Él no es sólo el guía que nos conduce hacia la vida, sino la vida misma. No podemos ir hacia el Dios Trino sino por una comunión muy íntima con Jesús. …..

Por eso, en todas las circunstancias de nuestra vida espiritual, incluso cuando nos dirijamos al Dios Trino espiritual, mantengamos fielmente el contacto con Cristo, con el Dios hecho hombre. Más aún, podemos decir que el Dios encarnado es siempre el eje de la lucha, de las aspiraciones y del amor del santo de la vida diaria. Él es el centro de sus pensamientos, de su corazón y de su vida.

Cristo está en el centro de sus pensamientos. El Dios hecho hombre es el gran pensamiento del santo de la vida diaria. Por eso medita con gusto la Sagrada Escritura, valiéndose ora de una edición de la Biblia, ora de la escucha atenta en la liturgia. Porque el eje de la Sagrada Escritura es siempre la grandiosa personalidad del Dios hecho hombre.

Por este camino el santo de la vida diaria va creciendo en el amor al Dios encarnado. De tal forma que cuando quiera ejercitarse en alguna virtud, buscará primero el ejemplo del Dios hecho hombre; examinará cómo éste vivió esa virtud. Cristo es el continuo pensamiento de su vida. Todo estará ligado y vinculado a él. Aun cuando lea otros libros y escritos, con el paso del tiempo irá haciendo suya aquella expresión de san Bernardo: "Jesum quaerere in libris", buscar a Jesús en los libros. En todas partes irá tras él. Así le ocurre a toda alma ligada hondamente al Señor: es una "vincta Christi", está encadenada a Cristo. Así debe ser. …….

«Yo soy el camino, la verdad y la vida». Cristo es el camino y no un hombre cualquiera. Es cierto que tenemos a personas humanas como modelos, pero éstas tienen que ir gradualmente cediendo paso a quien es el modelo original. Podemos apoyarnos en quienes son reflejos de Cristo para abrirnos camino hacia la imagen original. Es correcto y sano hacerlo así. Pero en el centro tiene que estar, cada vez más y de manera principalísima, Cristo, el Dios hecho hombre. Y en Cristo, en el Dios encarnado, contemplaremos más y más la faz del Dios espiritual. De ese modo estaremos captando la totalidad orgánica de la realidad.

Si Cristo es el eje de nuestros pensamientos, tiene que ser también el centro de nuestro corazón. Que toda nuestra capacidad de amar esté ligada a él. Todo lo que hemos dicho sobre el Dios vivo y espiritual puede aplicarse a la persona del Dios humanado. A él le pertenece mi amor filial, esponsalicio, fraternal y maternal. Que él esté, en toda su grandeza, en el centro de mi corazón; vinculémonos a él con alma y vida.

Lacordaire dijo en cierta oportunidad que luego de haber experimentado el amor del Dios encarnado, todo otro amor le parecía como una carga, todos los demás amores puramente humanos se desvanecían ante la majestad de la dulce persona de Cristo.

¿No debería ocurrirnos algo similar? ¿No debería ser el amor a Cristo el distintivo de nuestra lucha, amor y aspiraciones?”

Tomado de: "Retiro para las Hermanas de María", 4 al 11 de Marzo de 1933.

viernes, 8 de abril de 2022

Cristo, la gran fuerza vital para nuestra vida

En estas vísperas de Semana Santa queremos seguir fijando nuestra vista y nuestros corazones en Cristo. El Padre Kentenich nos invita, en una conferencia a las Hermanas de María del año cuarenta y seis, a considerarlo como el gran manantial de fuerzas para nuestra vida. Dice así:

“Cristo no es sólo la gran meta de nuestra vida, sino también la gran fuerza vital para nuestra existencia. Nos damos perfectamente cuenta del tremendo milagro que tiene que producirse para que el hombre viejo vaya muriendo más y más en nosotros y así podamos ser un día realmente otro Cristo. ¡Qué dura labor tenemos por delante para desterrar a Eva de nosotros y hacerle lugar a Ave! ¿A qué "Ave" nos referimos? A la pequeña María, modelada por Cristo y modeladora de Cristo. ¿Cuál será el manantial de fuerzas para la empresa que nos aguarda? Jesús nos dijo que

 si el grano de trigo no cae en tierra y perece, quedará solo (cf. Jn 12,24). Pues bien, esa semilla es Cristo; él está hablando de sí mismo: tengo que ser enterrado en el surco, debo morir. Porque, muriendo, el grano de trigo germina y da mucho fruto. Y nosotros, los otros cristos, las otras "imágenes de Cristo" somos justamente los frutos de aquella muerte de Jesús. Raíz y fuente de nuestro revestirnos de Cristo, de nuestro ser Cristo, es Cristo mismo, el crucificado y el glorificado. Por eso quien quiera ser como Cristo ¡que haga de Cristo el eje de su vida y de su amor!

En la liturgia, y especialmente en su punto culminante, la eucaristía, nos sale al encuentro este Jesús crucificado y glorificado, raíz que sustenta todo el árbol. Por eso, no seamos sólo discípulos del Cristo histórico, sino sobre todo hijos de la eucaristía; que arda en nosotros un amor apasionado por la eucaristía. He aquí entonces la raíz. Y cuanto más firme sea ella, cuanto más procuremos la unión con Cristo, tal como sale a nuestro encuentro, vivo, en la liturgia, tanto más cierta será la esperanza de que el Señor cobre en nosotros vida y figura.

¿Qué hacer para que nuestra vida esté más marcada por la devoción eucarística? ¿Cuántas veces vamos a visitar a Jesús en el tabernáculo? ¿Es ese lugar frente al tabernáculo nuestro lugar favorito? Pensemos en los grandes educadores de la Iglesia, por ejemplo, en don Bosco ¿cómo lograba transformar a los hombres en un tiempo en el cual había decaído la devoción eucarística? ¿Cuántas veces nos arrodillamos frente al sagrario? En La Santidad de la vida diaria se leen esas hermosas palabras: "Antes que andar haciendo tanta alharaca entre la gente, arrodillémonos más ante el tabernáculo y hagamos allí oración silenciosa". Que nuestra vida se pase en esta contemplación ante el sagrario. Cristo es la raíz que nutre todo el árbol. Que se convierta más y más en el eje de nuestra vida, para que seamos otros Cristos.”

Conferencia para las Hermanas de María, 6 de abril de 1946 – Ver Libro ‘Cristo es mi vida’, Pág. 50

  

viernes, 1 de abril de 2022

Actitudes del alma de Jesús: su fidelidad


En estas semanas estamos repasando algunos textos del Padre Kentenich sobre Cristo, tomados del libro “Cristo es mi vida”. Como escriben los encargados de esta recopilación en el prólogo, el padre Kentenich tiene predilección por la teología paulina y joánica y subraya en ella todos aquellos aspectos que se refieren al ser. De ese modo quiere crear un contrapeso a un seguimiento de Cristo fuertemente determinado por un interés meramente ético y moral. El fundador de Schoenstatt apunta a que esta visión de nuestra vinculación a Cristo sea fecunda para todos los aspectos de la vida e incluso para nuestro propio sentimiento de vida. Y en ello descubre un valioso instrumento a la hora de vencer las tendencias de desvalorización que cunden en la sociedad de masas actual y superar el peligro de caer en complejos de inferioridad de diversos tipos. Precisamente porque una vinculación a Cristo, vivida en profundidad, redunda en un sentimiento de vida noble y divino, afirmado en la libertad y la dignidad de ser hijos de Dios.

En este nuestro camino de acceso a la imagen de Cristo hemos repasado en las últimas dos semanas algunas actitudes del alma de Jesús, en concreto su libertad interior y su serenidad ante todo tipo de encuentros humanos. Hoy concluimos esta reflexión deteniéndonos en su fidelidad. El Padre Kentenich lo explica así:

“Queda por destacar un tercer elemento: su fidelidad. Jesús fue fiel. Ante todo, fue fiel a la misión, fiel hasta el fin. Enfocando ahora nuestro propio caso, observamos que unos viven en el pasado, otros sueñan con el futuro… ¿Qué hacía Jesús? Apurar el cáliz de cada momento, como si fuese una eternidad. Cada instante es una oportunidad de ofrecerle nuestra fidelidad a Dios. Jesús vivía continuamente junto al Padre, pero a la vez quería hacer continuamente su voluntad. Recordemos aquella advertencia suya: «Quien me ama no es aquel que diga: ’Señor, Señor’, sino quien haga la voluntad de mi Padre» (cf Mt 7,21). Y hacia el final de su vida dice: «He llevado a cabo la obra que me encomendaste realizar» (Jn 17,4).

Pero además el Evangelio añade aquellas otras palabras: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Estas palabras significan dos cosas: que Jesús fue fiel en su amor y que amó a los suyos hasta consumir todas sus fuerzas por ellos. El grado de su amor es infinitamente profundo. No sólo fue fiel a su llamada, a su misión, sino también fiel en el amor. Amó a los suyos hasta el extremo, hasta el fin de su vida, y más allá. En el Antiguo Testamento se dice: «Con amor eterno te he amado, por eso he reservado gracia para ti» (Jer 31,3).

Recordemos que también nosotros somos objeto de este amor fiel de Jesús. Por medio de la alianza de amor, una alianza de amor esponsalicia, le hemos ofrecido al Señor nuestro corazón y él, a su vez, nos hace don del suyo. Somos así objeto de la fidelidad de Jesús. Que esta fidelidad extraordinariamente profunda sea para nosotros fuente de gran alegría. Y procuremos que nuestra alma se colme también de una fidelidad muy, pero muy honda.”

 

De un retiro a las Hermanas de María del mes de agosto de 1950