SIGNIFICADO
DEL AMOR A MARÍA PARA EL PLENO DESPLIEGUE DEL AMOR
Del mismo modo en que para el padre Kentenich todo está conectado con lo
religioso, así también lo está con María. Él ve a la santísima Virgen tanto en
su valor propio como en su valor simbólico. Muchas de sus experiencias y
observaciones las fija de alguna manera en la figura de María. Y, justamente en
el tema del “amor integral”, experimentó que María despierta en abundancia esa
integridad de amor. Con ello quiero advertir acerca de que, en el pensamiento
de J. Kentenich, María aparece en todas partes, y que no se puede hacer algo
así como un “paquete” propio de temas marianos presentando todo lo demás
químicamente depurado de todo aspecto mariano.
“Hablamos en esta ocasión de la consagración al corazón virginal de María. Como
la consagración implica una unidad de metas con el contrayente de alianza,
contiene el deber de empeñarse en la difusión de este cosmos de orden y en la
aniquilación de los valores contrapuestos.
La unidad de vida y de actuación con la aliada permite ver más allá de las
debilidades personales, arriesgar con valor la lucha por el ordenamiento de la
sociedad querido por Dios, idéntico con el cosmos de orden mariano y con el
organismo de vinculaciones marianas, y llevar esa lucha victoriosamente hasta
el fin, aun cuando exija los mayores sacrificios. Así, el corazón de María
puede considerarse con razón como modelo de ese santo orden.
Desde esta perspectiva procúrese otorgar al significado de la consagración
al corazón virginal de María el lugar que le corresponde en el propio
pensamiento y en el propio discurso. No creemos necesario entrar a considerar
aquí la dificultad que, posiblemente, se presente a raíz de la relación entre la
consagración al corazón de María y la consagración al corazón de Jesús. Es
verdad que algunas veces no se tiene el valor para hacer la consagración al
corazón virginal de María por el temor de adquirir la fama de atribuir a la
santísima Virgen un poder que el Señor no tuviese. Este es el problema
eternamente viejo y eternamente nuevo de que la santísima Virgen ocupase el
lugar del Señor, actuando en lugar de él. No es así en absoluto. Como ya se ha
expuesto a menudo, se trata siempre solamente de decir un sí de corazón al
orden querido por Dios y a la posición de María en ese orden. Según ese mismo
orden, Dios quiere obrar a través de su Colaboradora permanente. Por tanto, él
obra a través de ella, y no ella en lugar del Señor. Ella protege, ilustra y fortalece
el influjo de Dios. Cabe reiterar en este lugar lo expuesto acerca de las leyes
de vida y de la relación entre los diferentes órdenes.
Hemos dicho que el corazón es el símbolo del núcleo de la personalidad. Por
lo tanto, correctamente entendida, la consagración encierra en sí una suerte de
fusión recíproca de las personalidades. Vence la despersonalización propia de
la masificación; entrelaza, mediante el amor, del modo más íntimo y personal,
una persona con la otra, con la consecuente ventaja para ambas. Ciertamente, se
trata aquí de impenetrables misterios del amor que, para la mayoría de nuestros
contemporáneos, son un libro de siete sellos.
El hombre masificado, en todas sus formas, es demasiado cómodo para amar
verdaderamente. Le falta también la calidez, la profundidad y la fidelidad
necesarias para ello. No se da el trabajo de conquistar y quiere recibir; no le
gusta sentirse religado a un tú ni cultivar pacientemente un amor. Eso no lo
soporta su activismo. Sólo quiere gozar, gozar y gozar. Le falta así el punto
de comparación para percibir lo que significa perder el núcleo de su propia
personalidad al ser arrastrado por el colectivismo masificante, y lo que
significa, por otra parte, la redención de la personalidad a través de un
auténtico y verdadero amor personal. Este amor tiene su expresión cumbre en una
misteriosa unidad de vida y fusión de corazones. Regala una maravillosa
transmisión de vida, enriquece al tú. Si es recibido correctamente, fortalece
el núcleo de la propia personalidad en tal forma que, normalmente, resultaría
imposible lograrlo de otro modo. Este desconocido poder formador de la
personalidad propio del auténtico amor, es al que se refiere el Señor con sus
clásicas palabras: El que pierde su vida, por mí, la ganará; el que la quiera
ganar, la perderá (Mt 10,39 par).”
De: El secreto de la vitalidad de
Schoenstatt, II 1952), 214-216, 220-223
No hay comentarios:
Publicar un comentario