viernes, 18 de febrero de 2022

SIGNIFICADO DEL AMOR A MARÍA

 

SIGNIFICADO DEL AMOR A MARÍA PARA EL PLENO DESPLIEGUE DEL AMOR

Del mismo modo en que para el padre Kentenich todo está conectado con lo religioso, así también lo está con María. Él ve a la santísima Virgen tanto en su valor propio como en su valor simbólico. Muchas de sus experiencias y observaciones las fija de alguna manera en la figura de María. Y, justamente en el tema del “amor integral”, experimentó que María despierta en abundancia esa integridad de amor. Con ello quiero advertir acerca de que, en el pensamiento de J. Kentenich, María aparece en todas partes, y que no se puede hacer algo así como un “paquete” propio de temas marianos presentando todo lo demás químicamente depurado de todo aspecto mariano.

“Hablamos en esta ocasión de la consagración al corazón virginal de María. Como la consagración implica una unidad de metas con el contrayente de alianza, contiene el deber de empeñarse en la difusión de este cosmos de orden y en la aniquilación de los valores contrapuestos.

La unidad de vida y de actuación con la aliada permite ver más allá de las debilidades personales, arriesgar con valor la lucha por el ordenamiento de la sociedad querido por Dios, idéntico con el cosmos de orden mariano y con el organismo de vinculaciones marianas, y llevar esa lucha victoriosamente hasta el fin, aun cuando exija los mayores sacrificios. Así, el corazón de María puede considerarse con razón como modelo de ese santo orden.

Desde esta perspectiva procúrese otorgar al significado de la consagración al corazón virginal de María el lugar que le corresponde en el propio pensamiento y en el propio discurso. No creemos necesario entrar a considerar aquí la dificultad que, posiblemente, se presente a raíz de la relación entre la consagración al corazón de María y la consagración al corazón de Jesús. Es verdad que algunas veces no se tiene el valor para hacer la consagración al corazón virginal de María por el temor de adquirir la fama de atribuir a la santísima Virgen un poder que el Señor no tuviese. Este es el problema eternamente viejo y eternamente nuevo de que la santísima Virgen ocupase el lugar del Señor, actuando en lugar de él. No es así en absoluto. Como ya se ha expuesto a menudo, se trata siempre solamente de decir un sí de corazón al orden querido por Dios y a la posición de María en ese orden. Según ese mismo orden, Dios quiere obrar a través de su Colaboradora permanente. Por tanto, él obra a través de ella, y no ella en lugar del Señor. Ella protege, ilustra y fortalece el influjo de Dios. Cabe reiterar en este lugar lo expuesto acerca de las leyes de vida y de la relación entre los diferentes órdenes.

Hemos dicho que el corazón es el símbolo del núcleo de la personalidad. Por lo tanto, correctamente entendida, la consagración encierra en sí una suerte de fusión recíproca de las personalidades. Vence la despersonalización propia de la masificación; entrelaza, mediante el amor, del modo más íntimo y personal, una persona con la otra, con la consecuente ventaja para ambas. Ciertamente, se trata aquí de impenetrables misterios del amor que, para la mayoría de nuestros contemporáneos, son un libro de siete sellos.

El hombre masificado, en todas sus formas, es demasiado cómodo para amar verdaderamente. Le falta también la calidez, la profundidad y la fidelidad necesarias para ello. No se da el trabajo de conquistar y quiere recibir; no le gusta sentirse religado a un tú ni cultivar pacientemente un amor. Eso no lo soporta su activismo. Sólo quiere gozar, gozar y gozar. Le falta así el punto de comparación para percibir lo que significa perder el núcleo de su propia personalidad al ser arrastrado por el colectivismo masificante, y lo que significa, por otra parte, la redención de la personalidad a través de un auténtico y verdadero amor personal. Este amor tiene su expresión cumbre en una misteriosa unidad de vida y fusión de corazones. Regala una maravillosa transmisión de vida, enriquece al tú. Si es recibido correctamente, fortalece el núcleo de la propia personalidad en tal forma que, normalmente, resultaría imposible lograrlo de otro modo. Este desconocido poder formador de la personalidad propio del auténtico amor, es al que se refiere el Señor con sus clásicas palabras: El que pierde su vida, por mí, la ganará; el que la quiera ganar, la perderá (Mt 10,39 par).”

De: El secreto de la vitalidad de Schoenstatt, II 1952), 214-216, 220-223

 

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