(Siguiendo la sugerencia de un matrimonio amigo, hermano de comunidad, adelanto la publicación de esta semana para respetar el "silencio del Viernes Santo. Lo hago con texto del Padre Kentenich que nos invita a participar en la pasión de Cristo. Una adecuada meditación para estos días santos - tan especiales - que estamos viviendo.)
"Los teólogos nos dicen que por el bautismo hemos pasado
a participar, a nivel del ser, de la vida del Señor. Y no sólo en su vida de
sufrimiento, sino también en su vida gloriosa. "¿Buscas también con estos
requerimientos de amor a herederos de tu santa transfiguración?"[1]
Participamos entonces en los padecimientos del Señor;
él quiere seguir padeciendo a lo largo de la historia. Sí; en nosotros, sus
miembros, Jesús quiere volver a vivir su vida de dolor. Pensemos en nuestro
propio sufrimiento, en los dolores que tuve que soportar hasta ahora, en el
padecimiento de nuestros hijos, de nuestros padres, de nuestros seres queridos.
Pues bien, en ellos es el mismo Jesús quien sigue sufriendo.
Cada celebración de la eucaristía apunta a renovar y
profundizar en nosotros esta participación en la vida del Señor doliente y
glorificado. Por eso la misa es, por excelencia, centro y eje; punto culminante
y punto de partida de toda nuestra rutina diaria. Así lo hemos enseñado siempre
en la Familia y así nos hemos esforzado en todo momento por cumplirlo.
"…¿Quieres, Señor, morir nuevamente?
¿Buscas, también, con estos requerimientos de amor
a herederos de tu santa transfiguración?
Si es así, mira la grey de los que son tuyos,
a esta porción signada con la pequeñez y la pureza,
y por misericordia únelos a ti
para en ellos aparecerte nuevamente al mundo" (H. P. est. 620-621).
¿Cómo habrá de manifestarse el Señor al mundo a través
de los suyos? Él quiere volver a padecer en ellos, regalar y revivir en ellos
"la herencia de su santa transfiguración".
He aquí las bases de lo que quisiera decirles hoy. Con
este tema estamos tocando una parte esencial de la teología paulina, y, a la
vez, nos aventuramos de lleno en el gran horizonte que nos abre la constitución
Sacrosanctum Concilium.
¿De qué se trata en este punto en especial? Nosotros,
los mayores, hemos aprendido de nuestros padres y abuelos que en la santa misa
es Jesús mismo quien, desde el cielo, desciende al altar para renovar su
pasión. Por eso san Pablo emplea la expresión "cada vez": cada vez
que comulguemos, cada vez que participemos de la misa, cada vez que estemos
presentes cuando se actualiza el sacrificio de la cruz sobre el altar, todas
esas veces estaremos anunciando la muerte del Señor (cf. 1Cor 11,26).
Ahora bien ¿qué significa "anunciar la muerte del
Señor"? Dos cosas. Por una parte, nos advierte que en la misa rememoramos
la pasión y muerte de Jesús. Anunciar su muerte incluye también unirse al
Crucificado; precisamente porque el Señor quiere unirse a nosotros. En la misa
y por la misa se nos motiva a subir con Jesús al madero de la cruz, a dejarnos
clavar con él en la cruz. Él quiere revivir en nosotros todos los sufrimientos
de su pasión y muerte. Cada vez que participemos de la misa esforcémonos por
subir con él a la cruz.
Asimismo, san Pablo acuñó otra palabra clave, qué
tiene una resonancia especial dentro de su vocabulario: "Quotidie
morior", cada día estoy a la muerte (1Cor 15,31). Nosotros, los que queremos
empeñarnos especialmente en el camino de la santidad, los que queremos recibir
al Señor para gloria del Padre, tenemos que aplicar estas palabras paulinas a
nuestra propia situación y circunstancias y así morir cada día. Que Jesús viva
en nosotros; que Jesús reviva su pasión en nosotros. Pero ¡atención! no
ascendemos en la misa a la cruz para después, al concluir la eucaristía,
descender rápidamente de ella. No; "quotidie morior". Día a
día dejo que el Señor reviva en mí su crucifixión a lo largo de las
veinticuatro horas.
Estos son pensamientos que quizás no nos resulten tan
novedosos. Pero hay que refrescarlos. Hagámoslo como un acto de gratitud. Que
en el futuro la Familia renueve este ofrecimiento con especial fervor.
El "Cántico de gratitud"[2] fue compuesto ya en 1942. ¿Cuántos años
debieron transcurrir hasta el concilio? Por lo menos veinte. Y luego el
concilio Vaticano II, con la constitución Sacrosanctum Concilium, nos
volvió a sugerir lo mismo: que la misa sea una ofrenda de gratitud, de
agradecimiento por todo. Y en nuestro caso particular, gratitud por la
maravillosa protección recibida. En la eucaristía queremos dejarnos clavar
junto al Señor en la cruz; brindarle la oportunidad de continuar su pasión en
nosotros, desde la salida del sol hasta su ocaso. Asumamos con seriedad a lo
largo de todo el día ese estar clavado en la cruz junto al Señor.
Repasemos lo que la "Misa del Instrumento"[3] nos dice al respecto y notaremos con
qué lenguaje, rico en imágenes, nos habla de estos misterios. Allí le pedimos a
Jesús que nos corone de espinas, que nos ciña su propia corona.[4] En nosotros, él quiere volver a dejar
que hieran sus sienes con espinas, precisamente porque nosotros somos sus
miembros. Cristo quiere seguir viviendo en nosotros; seguir viviendo en el
mundo de hoy, en la situación y circunstancias actuales.
Que él nos haga don de su herida del costado. Sí; él
ofreció su corazón al filo de la lanza y nosotros también nos declaramos
dispuestos a dejar que nos traspasen el corazón, a llevar y soportar esa lanza
en lo más íntimo de nuestro ser. Quotidie morior. Día tras día, en todas
las circunstancias que nos toque afrontar, nos esforzaremos por revivir y
consumar en nosotros la gloria del sufrimiento de Cristo doliente. Aceptaremos
igualmente los clavos que perforaron sus manos y sus pies. He aquí, pues, la
bienaventurada figura del Cristo de la pasión, que quiere hacerse realidad en
nuestra vida, en mi vida, a lo largo de las veinticuatro horas del día.
"En agradecimiento, nuestras almas escojan al
Cordero de Dios".[5] Sí, volvamos a elegir al Cordero, al
Cordero de Dios; procuremos desposarnos con él, unirnos a él, asociarnos a él.
Que nuestra convicción sea aquella de san Pablo: «No vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Cristo padece en nosotros y muere en
nosotros, día a día.
Tomado de:
"Conferencia para la Familia de Schoenstatt de la diócesis de Münster",
Alemania, 13 de Febrero de 1966 -Ver Libro CRISTO ES MI VIDA - Con Cristo hacia
el tercer milenio, Edit. Patris, 1997
.
Notas
1) Padre José Kentenich, Libro de oraciones “Hacia el Padre”, estrofa 620.
2) Padre José Kentenich, “Hacia el Padre”, estrofas 612-625.
3) “Hacia el Padre”, est. 18-170.
4) Ibíd. 152.
5) Ibíd. 619.
Gracias Paco! Profunda reflexión! Importante experimentar que el sufrimiento, el dolor, tiene un sentido para nuestras vidas.
ResponderEliminarTambién resulta esperanzador saber que después de la Cruz viene siempre la Victoria de la Resurrección.
Bendecido triduo Pascual.