En la amplia charla del lunes 7 de
febrero de 1957 que comenzamos a repasar el viernes pasado, el Padre Kentenich
aborda varios temas de importancia, entre ellos la visión que tenemos, o no
tenemos, de Dios como Padre. Si lo pienso bien, me doy cuenta qué ausente está
la figura del padre en general, no sólo en la sociedad sino incluso en la
iglesia, p. ej. en las homilías dominicales.
Sabemos que para el fundador de
Schoenstatt el tema del padre fue recurrente y de suma importancia. Desde los
primeros años de su juventud y de su labor pastoral había constatado que “la
tragedia del tiempo moderno es en el fondo la tragedia del padre” (1961), y
así se lo dice a las familias de Milwaukee en otra ocasión al hablar de la “creciente
desaparición del padre y de la autoridad paternal” y al constatar la “rebelión
contra el padre en la Iglesia, en el estado y en la estructura jerárquica de la
familia” (1961). La profecía se ha cumplido: en verdad que vivimos en una
época sin padre, sin figuras paternales que como transparentes de Dios regalen
a sus hijos una vivencia filial. Y por ello nos cuesta dirigirnos a Dios como el
Padre nuestro, que lo es.
En el texto de la charla de esta
tarde de lunes constatamos el esfuerzo que hace el Padre Kentenich por llevar a
la mente y a los corazones de los presentes el tema de Dios como Padre. Por
ejemplo, en estas dos frases:
“Pienso que
tendría que decir todavía un poquito sobre el Padre Dios a fin de que
interiormente se les reduzcan un poco algunas dificultades. Ya les he dicho
mucho acerca del Padre Dios y también sobre su misericordia. Reitero mi
promesa: ¡no cejaré hasta que todo el corazón y también la cabeza hayan dado un
giro de 180°! Naturalmente, solo puedo hacerlo de a gotas, gota a gota, hasta
que tengamos una imagen totalmente nueva de Dios. Entonces adquiriremos una
imagen totalmente nueva de la historia, una interpretación nueva de la
historia. De otro modo no entenderemos a Dios; si no tenemos presente esa
imagen (la de Dios como Padre), no entenderemos la conducción del mundo y de la
Iglesia.”
Y lo argumenta refiriéndose a Jesús,
el Hijo del Padre, de esta forma:
“El Salvador
nos ha dicho: «Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me
voy al Padre». Ahí tienen la gran corriente de vida del Salvador:
salir del Padre, pasar por este mundo, regresar al Padre. Esta es también la
historia de mi vida: salir del Padre, pasar por los enredos del mundo, regresar
al Padre. ¿No dijo acaso el Salvador: «Os prepararé un lugar junto al Padre»?
¿Qué quiere decir eso, entonces? Es la corriente de mi
vida: vengo del Padre, voy de regreso al Padre.”
Y al referirse al otro gran tema de
la velada, el dolor y el sacrificio, abunda en la idea de que el amor del Padre
Dios con nosotros es un amor misericordioso, que también sabe enviarnos la cruz
y el sufrimiento para nuestro bien. Hace hincapié en la idea de que el padre
sólo quiere lo bueno y el bien para el hijo.
“Ahora solo
quiero responder a la siguiente dificultad: «todo lo que pidáis al Padre os lo
dará» —eso no puede ser cierto—. La experiencia dice que, muchas veces, Dios no
nos escucha. ¿Dónde está la solución? ¡En la palabra «Padre»! Por favor,
fíjense ahora en la vida habitual, cotidiana. Supongan que ustedes son el
padre, y que su hijo —podrá ser un niño o una niña— les pide esto o aquello;
por ejemplo, quiere pan. Enumeren todo lo que necesita un niño. ¿Cuál será la
respuesta? ¡Por supuesto: sí! ¿Pero qué se presupone? Que eso hace bien al hijo.
¿Qué creo yo?
¡Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo lo que él hace!”
En lo más íntimo de mi ser siento
que la inquietud del Padre Kentenich sigue teniendo hoy más validez que nunca.
Él decía que “el renacimiento del padre es y permanece siendo la inquietud
más importante de la renovación del orden social cristiano” (1952). A
nosotros, los padres cristianos de hoy, se nos da la tarea de, a pesar de todo y justo por ello, llevarlo a cabo.
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