viernes, 21 de febrero de 2020

Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo lo que él hace


En la amplia charla del lunes 7 de febrero de 1957 que comenzamos a repasar el viernes pasado, el Padre Kentenich aborda varios temas de importancia, entre ellos la visión que tenemos, o no tenemos, de Dios como Padre. Si lo pienso bien, me doy cuenta qué ausente está la figura del padre en general, no sólo en la sociedad sino incluso en la iglesia, p. ej. en las homilías dominicales.

Sabemos que para el fundador de Schoenstatt el tema del padre fue recurrente y de suma importancia. Desde los primeros años de su juventud y de su labor pastoral había constatado que “la tragedia del tiempo moderno es en el fondo la tragedia del padre” (1961), y así se lo dice a las familias de Milwaukee en otra ocasión al hablar de la “creciente desaparición del padre y de la autoridad paternal” y al constatar la “rebelión contra el padre en la Iglesia, en el estado y en la estructura jerárquica de la familia” (1961). La profecía se ha cumplido: en verdad que vivimos en una época sin padre, sin figuras paternales que como transparentes de Dios regalen a sus hijos una vivencia filial. Y por ello nos cuesta dirigirnos a Dios como el Padre nuestro, que lo es.

En el texto de la charla de esta tarde de lunes constatamos el esfuerzo que hace el Padre Kentenich por llevar a la mente y a los corazones de los presentes el tema de Dios como Padre. Por ejemplo, en estas dos frases:

“Pienso que tendría que decir todavía un poquito sobre el Padre Dios a fin de que interiormente se les reduzcan un poco algunas dificultades. Ya les he dicho mucho acerca del Padre Dios y también sobre su misericordia. Reitero mi promesa: ¡no cejaré hasta que todo el corazón y también la cabeza hayan dado un giro de 180°! Naturalmente, solo puedo hacerlo de a gotas, gota a gota, hasta que tengamos una imagen totalmente nueva de Dios. Entonces adquiriremos una imagen totalmente nueva de la historia, una interpretación nueva de la historia. De otro modo no entenderemos a Dios; si no tenemos presente esa imagen (la de Dios como Padre), no entenderemos la conducción del mundo y de la Iglesia.”

Y lo argumenta refiriéndose a Jesús, el Hijo del Padre, de esta forma:

“El Salvador nos ha dicho: «Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre». Ahí tienen la gran corriente de vida del Salvador: salir del Padre, pasar por este mundo, regresar al Padre. Esta es también la historia de mi vida: salir del Padre, pasar por los enredos del mundo, regresar al Padre. ¿No dijo acaso el Salvador: «Os prepararé un lugar junto al Padre»? ¿Qué quiere decir eso, entonces? Es la corriente de mi vida: vengo del Padre, voy de regreso al Padre.”

Y al referirse al otro gran tema de la velada, el dolor y el sacrificio, abunda en la idea de que el amor del Padre Dios con nosotros es un amor misericordioso, que también sabe enviarnos la cruz y el sufrimiento para nuestro bien. Hace hincapié en la idea de que el padre sólo quiere lo bueno y el bien para el hijo.

“Ahora solo quiero responder a la siguiente dificultad: «todo lo que pidáis al Padre os lo dará» —eso no puede ser cierto—. La experiencia dice que, muchas veces, Dios no nos escucha. ¿Dónde está la solución? ¡En la palabra «Padre»! Por favor, fíjense ahora en la vida habitual, cotidiana. Supongan que ustedes son el padre, y que su hijo —podrá ser un niño o una niña— les pide esto o aquello; por ejemplo, quiere pan. Enumeren todo lo que necesita un niño. ¿Cuál será la respuesta? ¡Por supuesto: sí! ¿Pero qué se presupone? Que eso hace bien al hijo.
¿Qué creo yo? ¡Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo lo que él hace!”

En lo más íntimo de mi ser siento que la inquietud del Padre Kentenich sigue teniendo hoy más validez que nunca. Él decía que “el renacimiento del padre es y permanece siendo la inquietud más importante de la renovación del orden social cristiano” (1952). A nosotros, los padres cristianos de hoy, se nos da la tarea de, a pesar de todo y justo por ello, llevarlo a cabo.


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