Como habrán podido comprobar mis lectores, el Padre
Kentenich viene hablando en las últimas semanas de este trimestre de 1957 de la
cruz, del dolor y del sufrimiento. En el texto que hoy comentamos, constatamos
cómo los matrimonios que sellaron su alianza de amor en el Santuario y que
avanzan de su mano en el camino ascético y de santidad que el Padre les muestra
y sugiere, se preguntan cuál debe ser su actitud ante la cruz y el sufrimiento. Se están preparando para renovar su alianza.
En una de sus pláticas pasadas les había indicado que el
buen Padre Dios nos envía las cruces y el sufrimiento para liberarnos de
nosotros mismos, para ayudarnos a conocernos mejor, y también para que lleguemos
a ser más bondadosos y humildes, desprendiéndonos de lo terreno y poniéndolo a
Él en el centro de nuestra vida, confiándonos más de Él que de nosotros mismos.
Y consecuentemente para plasmar su imagen en nosotros.
Para avanzar en el camino emprendido (nuestra actitud
ante la cruz) les presenta esta tarde una oración incluida en el libro de
oraciones “Hacia el Padre” (compuestas en el Campo de concentración de
Dachau) que el Padre Kentenich publicó el 20 de septiembre de 1945, y que reza
así:
“Te pido todas las cruces
y sufrimientos
que tú, Padre, me tengas preparados.
Libérame de todo egoísmo,
para que pueda satisfacer tus más
leves deseos;
hazme semejante, igual a mi
Esposo;
solo entonces alcanzaré la
felicidad y la plenitud.
Nunca habrá nada, Padre, que no
puedas enviarme;
haz todo lo necesario para
doblegar mi yo:
únicamente Cristo viva y actúe en
mí,
y yo en él solo te cause
alegrías.
Padre, nunca me mandarás una cruz
o un dolor
sin darme abundantes fuerzas para
soportarlo.
En mí el Esposo comparte mi carga
entera
y la Madre vigila: así somos
siempre tres.
Pero si tu voluntad es
preservarme del dolor,
solo quiero complacer tus deseos
de Padre;
entonces te pido: aparta de mí la
adversidad;
para mí tú eres la única estrella
de vida.”
Podemos suponer que los allí
presentes, padres de familia, objetaron diciendo: la petición de cruz y
sufrimiento no es para nosotros, pues tenemos que cuidar de nuestras familias. Ante
tales pensamientos, el Padre Kentenich les dice que la santidad consiste en amar
a Dios y cumplir siempre su voluntad. Al avanzar en esta dirección nos
esforzamos por olvidarnos de nuestro propio yo y damos a Dios el “poder en
blanco”, renovando nuestra alianza en este sentido. Es la actitud de aquel que ‘extiende o firma un cheque en blanco’ para
que se haga la voluntad del que lo recibe. Como María en su “Fiat” –
“Hágase” de la Anunciación, un acto de confianza. Haciendo el “poder en
blanco” queremos asemejarnos a Él y cumplir su voluntad, confiando plenamente
en el Padre bueno que nos ama incondicionalmente. Entregar la propia voluntad
para cumplir con la voluntad suya, la voluntad divina. En esto consiste la
santidad.
¿Y qué es la “Inscriptio”
entonces? ¿De qué se trata? Al renovar la alianza en el sentido de la “Inscriptio” pedimos a Dios que nos envíe la
cruz y el sufrimiento si está en sus planes. La palabra ‘Inscriptio’ está
tomada de San Agustín. Éste habla de ‘Inscriptio cordis in cor’, que significa
inscripción del corazón en el corazón de la persona amada, con otras palabras:
“fusión de corazones”. La meta de la santidad sería pues asemejarnos plenamente
a Cristo crucificado en su entrega confiada a la voluntad del Padre.
La
‘Inscriptio’ presupone una imagen positiva de Dios en nosotros, siendo entonces
la forma más sublime del amor. “El amor es tan fuerte que puede
incluso imaginarse que el sufrimiento proveniente de la persona amada sea
expresión de amor. Se trata de una actitud capaz de pedir sufrimiento si el
amor así lo exigiese. Detrás de ello está la convicción de que nada puede
destruir el amor.” (Textos pedagógicos, King, N. 5, Nota 17).
Para ayudarles en la comprensión
de este camino, el Padre Kentenich recuerda a sus oyentes también que la
persona por naturaleza tiene siempre una postura negativa ante el dolor. Es
normal. Por eso, en comparación con el ‘poder en blanco’, la ‘Inscriptio’ pone
el acento en una aceptación consciente, se pide el dolor y la cruz siempre y
cuando estén en los planes de Dios. La ‘Inscriptio’ no es un acto de
rendimiento y eficacia propias, de autosuficiencia, sino la ayuda sicológica
para vivir en plenitud el ‘poder en blanco’. La actitud de ‘Inscriptio’, si
Dios nos la regala, es la gracia que nos quita los miedos y nos hace plenamente
libres. De todo ello deducimos que la ‘Inscriptio’ es en realidad un don, no un
mérito o aportación nuestros. Con el ‘poder en blanco’ y con la ‘Inscriptio’ se
pone de manifiesto la verdadera libertad de los hijos de Dios.
Resumiendo: Si renovamos la alianza en el sentido del ‘poder en blanco’ y vivimos en ese espíritu, nos acercamos a la santidad, es la santidad. La ‘Inscriptio’ es solo un medio a fin de superar el sentimiento de rechazo a la cruz y el sufrimiento que naturalmente sentimos. Si Dios nos lo pide, la renovaremos con este espíritu en el anhelo de vivir la "fusión de corazones" con Cristo y con su Madre.
Al final de su charla les recuerda también que Dios puede no enviarnos la cruz, pero que, si nos la envía, nos dará también la gracia para cargar con ella. ¡Para eso es Padre!