En las reuniones de los lunes por la tarde del Padre
Kentenich con los matrimonios de Milwaukee, éste acostumbraba a comenzar sus
intervenciones con un amplio resumen de lo dicho en el encuentro anterior. Esta
circunstancia nos permite hoy reflexionar sobre el tema enunciado arriba,
haciéndome eco no solo de los breves “apuntes” que se conservan de la reunión
del 30 de abril de 1956 sino también del contenido de la charla del 7 de mayo,
día en que el Padre vuelve a tratar ampliamente el tema de las tentaciones.
Sabemos por propia experiencia que Dios en su providencia
permite que en nuestra vida se den pruebas (enfermedades, pobrezas, riquezas,
desengaños y otras más), y que suframos también tentaciones. Nuestros padres
nos enseñaron que tanto las unas como las otras son consecuencia de los pecados
propios y ajenos, y que Dios lo permite para nuestro bien. En la carta de Santiago lo leemos: " ¡Feliz el hombre que soporta la prueba!
Superada la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a
los que le aman. Ninguno, cuando sea
probado, diga: «Es Dios quien me prueba»; porque Dios ni es probado por el mal
ni prueba a nadie. Sino que cada uno es probado por su propia concupiscencia
que le arrastra y le seduce. (12-14)” El Padre Kentenich lo dice
así:
“Dios quiere ponernos a prueba. ¿Por qué permite las
tentaciones? Él quisiera ver si realmente amamos la virtud. Dios no quiere
llevarnos al pecado. Si así fuese, iría contra la esencia y contra la santidad
de Dios. Dios no lo hace nunca.”
A continuación, explicará que las
tentaciones vienen, primero, del demonio, segundo, del mundo, y tercero, de
nosotros. También recordará a sus oyentes que en la dinámica de las tentaciones
se conocen tres estadios: el primero será el estímulo, seguirá la toma de
consciencia del estímulo y finalmente se dará la reacción de la voluntad. Desde
el principio de la revelación la Biblia nos describe también estas fases,
tipificadas en al pecado de nuestros primeros padres. La conversación entre el
demonio y Eva nos lo demuestra muy gráficamente. En este pasaje bíblico constatamos
a la vez la forma de actuar del demonio.
“Tomamos consciencia
de que el demonio como espíritu no tiene influencia inmediata alguna sobre
nuestro espíritu. Tiene influencia sobre el cuerpo, influencia en los sentidos
exteriores, influencia también en los sentidos interiores —o sea, en la
imaginación, en la memoria, en el corazón—.
San Ignacio
describe en una ocasión al demonio con tres figuras. Primero, como caudillo de
un ejército, que, por ejemplo, quiere tomar por asalto un palacio. El caudillo
busca un punto débil y concentra en él todas las fuerzas. El demonio se acerca
también de ese modo a nuestro punto débil. Sabe exactamente dónde está y lo
conoce mejor que nosotros mismos. Por eso, tenemos que dirigir nuestra atención
a nuestro punto débil.
Segundo: cuando
alguien es conducido al pecado —por ejemplo, un muchacho quiere seducir a una
chica al pecado— el demonio le dice a ella que debe guardar su secreto y no
decir nada a nadie. El demonio oculta el pecado y quiere que los afectados lo
guarden en secreto. No debemos hacer tal cosa. Tenemos que hablar sobre
nuestras tentaciones con el confesor, que nos conoce y conoce nuestros puntos
débiles.
Tercero: …. Es
brutal. El demonio hace lo mismo cuando nos lleva a la tentación. Por así
decirlo, nos deja sin coraje.”
Respecto a la influencia del mundo, el Padre Kentenich
recuerda que fueron los antiguos teólogos los que opinaban que para ser santos
teníamos que ir directamente hacia Dios, pues el mundo nos aparta de todo lo
sobrenatural. Si eso fuera verdad, decía, pobres de nosotros. “En ese caso,
tendríamos que despedir a nuestro cónyuge y decirle: ¡vete al convento!” Es
cierto que San Juan decía a los suyos: “Hijitos míos, no améis el mundo con
su sensualidad y su orgullo”, y que además de esta sensualidad y de este
orgullo abunda el hambre y la sed de dinero y de bienes, en una profunda
hostilidad hacia Dios. Pero también sabemos que no todo en el mundo es malo. Es
verdad que en él hay más peligros y tentaciones que en los monasterios, pero
tenemos que sostener que todo lo que Dios ha creado es bueno. Todas las cosas
son regalos de Dios para nosotros, sólo tenemos que amarlas correctamente, no
estar esclavizados a ellas.
“En Schoenstatt
aspiramos a un nuevo tipo de piedad. ¿Cómo hemos de hacerlo? ¿Debo decir, como
hombre: mi mujer es una telaraña y yo la mosca que fue atrapada en ella? Con el
alcohol y otras cosas es lo mismo.
¿Se puede
llegar a ser santo en nuestro mundo moderno? La santísima Virgen quiere
llevarnos por la alianza de amor hasta la cumbre de la montaña de la santidad.
Las cosas materiales, correctamente utilizadas, deben y tienen que ayudarnos en
ese camino. … Nosotros utilizamos las cosas y vemos detrás de ellas a Dios.
Ellas tienen que conducimos a él. Preguntémonos qué podemos hacer para
acercamos a Dios a través del mundo y de las cosas terrenas. En la fuerza de
nuestra alianza de amor debemos aspirar a cultivar en medio del tiempo moderno
un caminar constantemente en la presencia de Dios. Para ello necesitamos un
camino nuevo.”
El Padre Kentenich explicará en la próxima reunión con
los matrimonios la forma de ver correctamente las cosas del mundo para que las
mismas sean un camino hacia Dios y un medio para nuestra santificación.
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Para leer o escuchar la sinopsis y los
apuntes de la charla haz 'clic' en el siguiente "Enlace":
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