viernes, 11 de octubre de 2019

Las tentaciones


En las reuniones de los lunes por la tarde del Padre Kentenich con los matrimonios de Milwaukee, éste acostumbraba a comenzar sus intervenciones con un amplio resumen de lo dicho en el encuentro anterior. Esta circunstancia nos permite hoy reflexionar sobre el tema enunciado arriba, haciéndome eco no solo de los breves “apuntes” que se conservan de la reunión del 30 de abril de 1956 sino también del contenido de la charla del 7 de mayo, día en que el Padre vuelve a tratar ampliamente el tema de las tentaciones.

Sabemos por propia experiencia que Dios en su providencia permite que en nuestra vida se den pruebas (enfermedades, pobrezas, riquezas, desengaños y otras más), y que suframos también tentaciones. Nuestros padres nos enseñaron que tanto las unas como las otras son consecuencia de los pecados propios y ajenos, y que Dios lo permite para nuestro bien. En la carta de Santiago lo leemos: " ¡Feliz el hombre que soporta la prueba! Superada la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman.  Ninguno, cuando sea probado, diga: «Es Dios quien me prueba»; porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie. Sino que cada uno es probado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. (12-14)” El Padre Kentenich lo dice así:

Dios quiere ponernos a prueba. ¿Por qué permite las tentaciones? Él quisiera ver si realmente amamos la virtud. Dios no quiere llevarnos al pecado. Si así fuese, iría contra la esencia y contra la santidad de Dios. Dios no lo hace nunca.”

A continuación, explicará que las tentaciones vienen, primero, del demonio, segundo, del mundo, y tercero, de nosotros. También recordará a sus oyentes que en la dinámica de las tentaciones se conocen tres estadios: el primero será el estímulo, seguirá la toma de consciencia del estímulo y finalmente se dará la reacción de la voluntad. Desde el principio de la revelación la Biblia nos describe también estas fases, tipificadas en al pecado de nuestros primeros padres. La conversación entre el demonio y Eva nos lo demuestra muy gráficamente. En este pasaje bíblico constatamos a la vez la forma de actuar del demonio.
   
Tomamos consciencia de que el demonio como espíritu no tiene influencia inmediata alguna sobre nuestro espíritu. Tiene influencia sobre el cuerpo, influencia en los sentidos exteriores, influencia también en los sentidos interiores —o sea, en la imaginación, en la memoria, en el corazón—.  
San Ignacio describe en una ocasión al demonio con tres figuras. Primero, como caudillo de un ejército, que, por ejemplo, quiere tomar por asalto un palacio. El caudillo busca un punto débil y concentra en él todas las fuerzas. El demonio se acerca también de ese modo a nuestro punto débil. Sabe exactamente dónde está y lo conoce mejor que nosotros mismos. Por eso, tenemos que dirigir nuestra atención a nuestro punto débil.
Segundo: cuando alguien es conducido al pecado —por ejemplo, un muchacho quiere seducir a una chica al pecado— el demonio le dice a ella que debe guardar su secreto y no decir nada a nadie. El demonio oculta el pecado y quiere que los afectados lo guarden en secreto. No debemos hacer tal cosa. Tenemos que hablar sobre nuestras tentaciones con el confesor, que nos conoce y conoce nuestros puntos débiles.
Tercero: …. Es brutal. El demonio hace lo mismo cuando nos lleva a la tentación. Por así decirlo, nos deja sin coraje.”

Respecto a la influencia del mundo, el Padre Kentenich recuerda que fueron los antiguos teólogos los que opinaban que para ser santos teníamos que ir directamente hacia Dios, pues el mundo nos aparta de todo lo sobrenatural. Si eso fuera verdad, decía, pobres de nosotros. “En ese caso, tendríamos que despedir a nuestro cónyuge y decirle: ¡vete al convento!” Es cierto que San Juan decía a los suyos: “Hijitos míos, no améis el mundo con su sensualidad y su orgullo”, y que además de esta sensualidad y de este orgullo abunda el hambre y la sed de dinero y de bienes, en una profunda hostilidad hacia Dios. Pero también sabemos que no todo en el mundo es malo. Es verdad que en él hay más peligros y tentaciones que en los monasterios, pero tenemos que sostener que todo lo que Dios ha creado es bueno. Todas las cosas son regalos de Dios para nosotros, sólo tenemos que amarlas correctamente, no estar esclavizados a ellas.

“En Schoenstatt aspiramos a un nuevo tipo de piedad. ¿Cómo hemos de hacerlo? ¿Debo decir, como hombre: mi mujer es una telaraña y yo la mosca que fue atrapada en ella? Con el alcohol y otras cosas es lo mismo.
¿Se puede llegar a ser santo en nuestro mundo moderno? La santísima Virgen quiere llevarnos por la alianza de amor hasta la cumbre de la montaña de la santidad. Las cosas materiales, correctamente utilizadas, deben y tienen que ayudarnos en ese camino. … Nosotros utilizamos las cosas y vemos detrás de ellas a Dios. Ellas tienen que conducimos a él. Preguntémonos qué podemos hacer para acercamos a Dios a través del mundo y de las cosas terrenas. En la fuerza de nuestra alianza de amor debemos aspirar a cultivar en medio del tiempo moderno un caminar constantemente en la presencia de Dios. Para ello necesitamos un camino nuevo.”

El Padre Kentenich explicará en la próxima reunión con los matrimonios la forma de ver correctamente las cosas del mundo para que las mismas sean un camino hacia Dios y un medio para nuestra santificación.

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Para leer o escuchar la sinopsis y los apuntes de la charla haz 'clic' en el siguiente "Enlace":

La fuente de las tentaciones, 30 de abril de 1956 (apuntes)

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