En la tarde de este lunes el Padre Kentenich sigue
comentando a sus oyentes los temas que ya abordamos del demonio y de las
tentaciones, resumiendo y puntualizando algunos aspectos. Les recuerda que no
es Dios el causante de las tentaciones, sino que detrás de las mismas están el
demonio, el mundo o la propia naturaleza humana enferma. También les aconseja
una vez más la forma y manera de hacer frente a las asechanzas del maligno; en
concreto, alentando y cultivando una confianza ilimitada en la santísima
Virgen.
Sabemos que una de las fuentes de inspiración del
fundador de Schoenstatt en su labor pedagógica y pastoral fue San Francisco de
Sales. En la charla de este lunes, por ejemplo, lo cita en dos ocasiones. La
primera cuando habla de la confianza que debemos poner en la santísima Virgen
con ocasión de las tentaciones. Para ello les cuenta a los matrimonios el
siguiente relato:
“Cómo puede
realizarse eso, nos lo muestra una vez más san Francisco de Sales. Una vez, una
superiora religiosa le escribió contándole que tenía muchas tentaciones contra
la pureza. San Francisco le respondió: no es así. Usted tiene que distinguir en
su alma entre Ave y Eva. ¿Puede usted entender lo que significa Eva y Ave? Eva
es la naturaleza enferma. Y Ave es como la santísima Virgen en mí, es decir, el
yo mejor en mí. Y este yo mejor se ha regalado a la santísima Virgen, está
totalmente unido a la santísima Virgen y, a través de ella, unido a Dios. Por
eso, no tiene que preocuparse. La que siente la tentación es sólo Eva. La
naturaleza podrá ser enferma y débil. Pero lo valioso, lo bueno en usted, es
decir, Ave en usted, la santísima Virgen en usted, es mucho más fuerte que Eva.”
Después de esta cita, sigue su relato abordando la
segunda causa de las tentaciones: el mundo. Y aquí nos aclara que hay dos
concepciones del mundo: “El mundo no es solamente malo. Dios ha dicho
expresamente en la Sagrada Escritura que todo lo que hizo y creó es bueno. Por
eso, la vez anterior dijimos: el mundo es al mismo tiempo un regalo del Padre
celestial, una expresión, una expresión especial de su amor.” Lo importante
es nuestra postura ante las realidades y los acontecimientos que el mundo nos
plantea. A diferencia de lo que ocurre con los llamados a “salir del mundo” y
recluirse en los conventos, nosotros tenemos que llegar a ser santos en el
mundo y a través del mundo. Para ello es conveniente conocer y practicar los
pasos adecuados y que el Padre Kentenich enumera:
“Les doy ahora
cuatro respuestas. Ustedes tienen que reflexionarlas después en común,
pensarlas, sobre todo cuando están en silencio consigo mismos. Digo lo
siguiente: primero, tenemos que ver correctamente y valorar correctamente las
cosas terrenas; segundo, tenemos que disfrutarlas correctamente; tercero,
tenemos que renunciar correctamente a ellas; y, cuarto, tenemos que dominarlas
correctamente.”
Y para ver y valorar correctamente las cosas tenemos
que relacionarlas siempre con Dios, tener a mano un catalejo o telescopio, el
telescopio de la fe. Debo mirar a través de las cosas y ver a Dios a través de
ellas.
“¿Puedo pedirles una vez más que mantengan
claramente ante la mirada estas dos leyes? Primero, relaciono todas las cosas
con Dios. Pero todas, de alguna manera. Y, segundo, me coloco siempre el
"catalejo". Pues si no tengo el "catalejo" de la fe, el ojo
natural es demasiado ciego, está demasiado deslumbrado, no logra ver detrás de
todas las cosas a Dios.”
Y como está hablando a los matrimonios les pone a los
maridos un ejemplo clarísimo para que lo entiendan mejor. Se trata de la mirada
a la propia esposa:
“Si no tengo la
luz de la fe en mi vida, veo en mi mujer sólo el atractivo. Pero si tengo la
luz de la fe, la belleza de mi esposa es un reflejo de la belleza de Dios.
Entonces amo a mi hermosa mujer, pero veo en la hermosa mujer al Dios hermoso.
Entonces, todo eso es amor a Dios, ¿verdad? Tienen que tomarlo de esta manera
tan concreta, tan palpable, pues, de otro modo, todo queda en el aire. Y así es
con todas las cosas, ¿verdad?
Ciertamente que no es fácil usar el catalejo de la fe
en todas las ocasiones, pues nos quedamos fácilmente en y con el mundo natural.
La santísima Virgen, nuestra aliada, es también el camino a seguir en esta
tarea. De ella se dijo: “Feliz tú, porque has creído”. Y es ella la que quiere
ayudarnos a llegar a ser santos en el mundo, y quiere regalarnos para ello ese
espíritu de fe que tanto necesitamos.
(Nota: dadas las limitaciones propias de una reflexión
en el Blog, aviso a mis lectores amigos que continuaré con este tema en la
semana que viene).
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