viernes, 18 de octubre de 2019

Las cosas del mundo (1)


En la tarde de este lunes el Padre Kentenich sigue comentando a sus oyentes los temas que ya abordamos del demonio y de las tentaciones, resumiendo y puntualizando algunos aspectos. Les recuerda que no es Dios el causante de las tentaciones, sino que detrás de las mismas están el demonio, el mundo o la propia naturaleza humana enferma. También les aconseja una vez más la forma y manera de hacer frente a las asechanzas del maligno; en concreto, alentando y cultivando una confianza ilimitada en la santísima Virgen.

Sabemos que una de las fuentes de inspiración del fundador de Schoenstatt en su labor pedagógica y pastoral fue San Francisco de Sales. En la charla de este lunes, por ejemplo, lo cita en dos ocasiones. La primera cuando habla de la confianza que debemos poner en la santísima Virgen con ocasión de las tentaciones. Para ello les cuenta a los matrimonios el siguiente relato:

Cómo puede realizarse eso, nos lo muestra una vez más san Francisco de Sales. Una vez, una superiora religiosa le escribió contándole que tenía muchas tentaciones contra la pureza. San Francisco le respondió: no es así. Usted tiene que distinguir en su alma entre Ave y Eva. ¿Puede usted entender lo que significa Eva y Ave? Eva es la naturaleza enferma. Y Ave es como la santísima Virgen en mí, es decir, el yo mejor en mí. Y este yo mejor se ha regalado a la santísima Virgen, está totalmente unido a la santísima Virgen y, a través de ella, unido a Dios. Por eso, no tiene que preocuparse. La que siente la tentación es sólo Eva. La naturaleza podrá ser enferma y débil. Pero lo valioso, lo bueno en usted, es decir, Ave en usted, la santísima Virgen en usted, es mucho más fuerte que Eva.”

Después de esta cita, sigue su relato abordando la segunda causa de las tentaciones: el mundo. Y aquí nos aclara que hay dos concepciones del mundo: “El mundo no es solamente malo. Dios ha dicho expresamente en la Sagrada Escritura que todo lo que hizo y creó es bueno. Por eso, la vez anterior dijimos: el mundo es al mismo tiempo un regalo del Padre celestial, una expresión, una expresión especial de su amor.” Lo importante es nuestra postura ante las realidades y los acontecimientos que el mundo nos plantea. A diferencia de lo que ocurre con los llamados a “salir del mundo” y recluirse en los conventos, nosotros tenemos que llegar a ser santos en el mundo y a través del mundo. Para ello es conveniente conocer y practicar los pasos adecuados y que el Padre Kentenich enumera:

“Les doy ahora cuatro respuestas. Ustedes tienen que reflexionarlas después en común, pensarlas, sobre todo cuando están en silencio consigo mismos. Digo lo siguiente: primero, tenemos que ver correctamente y valorar correctamente las cosas terrenas; segundo, tenemos que disfrutarlas correctamente; tercero, tenemos que renunciar correctamente a ellas; y, cuarto, tenemos que dominarlas correctamente.”

Y para ver y valorar correctamente las cosas tenemos que relacionarlas siempre con Dios, tener a mano un catalejo o telescopio, el telescopio de la fe. Debo mirar a través de las cosas y ver a Dios a través de ellas.

“¿Puedo pedirles una vez más que mantengan claramente ante la mirada estas dos leyes? Primero, relaciono todas las cosas con Dios. Pero todas, de alguna manera. Y, segundo, me coloco siempre el "catalejo". Pues si no tengo el "catalejo" de la fe, el ojo natural es demasiado ciego, está demasiado deslumbrado, no logra ver detrás de todas las cosas a Dios.”

Y como está hablando a los matrimonios les pone a los maridos un ejemplo clarísimo para que lo entiendan mejor. Se trata de la mirada a la propia esposa:

“Si no tengo la luz de la fe en mi vida, veo en mi mujer sólo el atractivo. Pero si tengo la luz de la fe, la belleza de mi esposa es un reflejo de la belleza de Dios. Entonces amo a mi hermosa mujer, pero veo en la hermosa mujer al Dios hermoso. Entonces, todo eso es amor a Dios, ¿verdad? Tienen que tomarlo de esta manera tan concreta, tan palpable, pues, de otro modo, todo queda en el aire. Y así es con todas las cosas, ¿verdad?

Ciertamente que no es fácil usar el catalejo de la fe en todas las ocasiones, pues nos quedamos fácilmente en y con el mundo natural. La santísima Virgen, nuestra aliada, es también el camino a seguir en esta tarea. De ella se dijo: “Feliz tú, porque has creído”. Y es ella la que quiere ayudarnos a llegar a ser santos en el mundo, y quiere regalarnos para ello ese espíritu de fe que tanto necesitamos.

(Nota: dadas las limitaciones propias de una reflexión en el Blog, aviso a mis lectores amigos que continuaré con este tema en la semana que viene).

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