Algunas de las fuentes de conocimiento, por las cuales se puede
averiguar el deseo y la voluntad de Dios, son, a saber, las corrientes del
tiempo y los acontecimientos mundiales, el rumbo que toma la propia vida ……
Espíritu positivo y espíritu negativo del tiempo
Cuántas veces encontramos en nuestra literatura la
expresión: vox temporis vox Dei!, ¡voz del tiempo, voz de Dios!
Como explicación, hacemos notar que, en el modo de pensar y de hablar del
idioma alemán, se debe distinguir entre el Zeitgeist (el
espíritu negativo del tiempo) y Geist der Zeit (el espíritu
positivo del tiempo). Partimos de la convicción de que no es el demonio sino
Dios el conductor de los tiempos. Dios habla a través del Geist der
Zeit, el demonio, a través del Zeitgeist. En el primer caso, se
hace referencia al bien; en el segundo, al mal presente en una época, que la
remece y que influye en la opinión pública.
La expresión Zeitgeist es usual en su acepción
general sólo a partir de Herder (fallecido en 1803). Herder la entiende
como "la expresión, presente en todas partes, del pensamiento, voluntad y
sentimiento de un período histórico, que forma el modo de pensar y de vivir de
los hombres". Con razón, dicen los sociólogos modernos, que la opinión
pública así formada es uno de los poderes sociológicos más eficaces.
Cuando nos referimos a la voz de Dios en los acontecimientos del
tiempo, estamos muy conscientes de que es muy fácil equivocarse en el
discernimiento de los tiempos y que el magisterio de la Iglesia —especialmente
en el "siglo sin Dios" (siglo XX)— tiene no sólo el derecho sino la
estricta obligación de intervenir en determinadas circunstancias, en forma
clarificadora y correctiva o reprobatoria y estimulante. Dado que hoy es tan
extraordinariamente grande la confusión espiritual, se necesita no poca
valentía para atreverse a zarpar hacia el mar tormentoso o —hablando sin
metáforas— a tomar una posición personal ante los candentes interrogantes de la
época. Así se entiende por qué muchos católicos prefieren quedarse en la
antigua ribera y esperar a que algunos navegantes audaces descubran y hagan
viable una ruta segura hacia la otra ribera. De modo
que, por lo pronto, se quedan pisando terreno conservador; no se exponen al
peligro del error o de la censura eclesiástica.
Si todos, sin excepción, se quedaran en ese terreno, el demonio
tendría un juego fácil. Podría rápidamente asegurar su posición y hacerse dueño
de la nueva época. Para impedir esto, la bondad de Dios despierta, en todos los
tiempos, navegantes intrépidos que, por amor al reino de Dios en este mundo, se
exponen valientemente a la tormenta y a la intemperie. No pocas veces pasan por
la experiencia que han sufrido antes que ellos, en el transcurso de los siglos,
innumerables reformadores. Parece repetirse aquí una determinada constante. Con
razón se constata a menudo una triple etapa. Primera: rechazo de las
innovaciones; segunda: "déjenlo hacer"; tercera: "ya decíamos
que era bueno, que era lo único acertado".
Hay pueblos y naciones que no se cansan de citar la frase: vox
populi, vox Dei, voz del pueblo, voz de Dios, para deducir de ahí sus
normas. Nosotros, tanto hoy como antes, prestamos atención cuidadosamente a los
signos de los tiempos y los interpretamos como indicaciones y deseos divinos.
De ahí nuestra consigna contrapuesta: vox temporis, vox Dei, la voz
del tiempo, voz de Dios.
Aquel que capta los signos del tiempo como señales de Dios y
responde a ellos, parte de la idea de que cada época, en su modalidad
específica, es única, tan única como cada personalidad.
En el tiempo está siempre vivo y activo un doble elemento: un
elemento metacrónico y uno sincrónico. Por eso, el conocedor y el intérprete de
los tiempos encuentra en ellos un terreno familiar y unas voces familiares;
pero, simultáneamente, pisa también tierras desconocidas e inexploradas. Estas
tierras nuevas son tanto más intransitables y veladas por la oscuridad cuanto
más profundas y persistentes son las conmociones de los tiempos. El que
vislumbra en ello la tarea especial de contribuir a que Dios sea el Señor de la
nueva época y la Virgen, su Señora, está supeditado a abandonar y suprimir
valientemente las seguridades que habían determinado, hasta el presente,
decisiones y costumbres eclesiales. Pero tiene cuidado de no rechazar todo lo
que tenía validez, ayer o anteayer. Es que, en todo tiempo existe un elemento
metacrónico. Él lo asume con gran respeto y esmero y lo lleva al día de mañana
y de pasado mañana. Pero, además, se experimenta a sí mismo como una persona filialmente confiada en la Providencia, valiente, audaz y llena de fuerzas
creadoras, pan anunciar, descubrir y realizar el plan que Dios tiene para los
nuevos tiempos.
(Texto tomado de: "Studie", 1956.
"Dios presente", José Kentenich, Editorial Nueva Patris, Santiago,
2007, Págs. 287/289)
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