Escuchar lo que Dios nos dice a través de
las voces del tiempo, del alma y del ser
Si
quiero descubrir lo que Dios quiere de mí, debo dirigir mis preguntas a tres
destinatarios:
• al tiempo
• al alma
• al ser
¿Qué exige el tiempo de mí? Juan XXIII
expresó una vez este hermoso pensamiento: «Mucho de lo que encontramos en las
Sagradas Escrituras es y seguirá siendo misterioso; si queremos interpretarlo
en forma correcta, debemos preguntar al tiempo». Esto quiere decir que el Padre Dios
también habla a través del tiempo, a través de las circunstancias.
Un pensador francés acuñó esta frase:
"Las situaciones del tiempo, las corrientes del tiempo, educan". ¿Qué
cosas nos enseña el tiempo? Me enseña lo que Dios quiere de mí. Piensen cuántas
personas se han hecho grandes o pequeñas porque nacieron en éste o en aquel
tiempo. Cuántos hombres y mujeres se hicieron grandes porque el tiempo los
impulsó hacia lo alto; porque entendieron las corrientes del tiempo y dieron la
respuesta adecuada. Como dije, me tomaría demasiado tiempo hablar más en
detalle acerca de esto.
En segundo lugar, preguntamos al
alma. Nos preguntamos acerca de las mociones individuales del Espíritu
Santo en nuestra alma. Un anciano y sabio teólogo del siglo IV
formuló esta hermosa frase: "Lo que actúa en el alma del cristiano, en
cuanto cristiano, es el hálito del Espíritu Santo".
Naturalmente, con esto tocamos un tema que
el hombre moderno apenas considera. Se trata precisamente del discernimiento
del espíritu. El Espíritu Santo habla en nuestra alma "con gemidos
inefables" (Rom 8,26). Esto significa, prácticamente, que si tratamos en
la oración con el Padre Dios, si prestamos atención a lo que él habla en
nosotros, a menudo debemos confesar: la oración sabe lo que el Padre Dios desea
de nosotros, antes que nosotros mismos. Es decir, en la oración recibimos
muchas de esas mociones; vislumbramos instintivamente relaciones, intenciones
de Dios, de las cuales, sólo lentamente, podemos tomar plena conciencia.
Por eso ¡salir al encuentro de las
inspiraciones del Dios vivo! No estar saltando permanentemente y brincando de
una rama a otra, como una ardilla. ¡Detengámonos! ¿Detenernos en qué? En todo
aquello que el Padre Dios nos habla interiormente, en lo que espera y exige de
nosotros.
Por último, la tercera fuente de la cual
podemos obtener nuestro conocimiento personal es nuestra estructura de
ser. Nuestro ser no es algo meramente personal y subjetivo; fue creado por
el Padre Dios. Y según cómo mi ser esté conformado —el que yo sea hombre o
mujer, de tal o cual índole— esto es una fuente de conocimiento para mí.
De esta manera, reconocemos plenamente,
cada vez en forma más clara y profunda, lo que el Padre Dios quiere de cada uno
de nosotros.
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