Miró la
pequeñez de su esclava
Podemos
tornar como algo cierto, ya a partir de su estructura total, de su actitud
fundamental, que la Santísima Virgen experimentó muy profundamente el carácter
creatural de su ser. Por eso ella no se conformó sólo con reconocerse la
esclava del Señor. No, ella reforzó la expresión diciendo: "la
pequeñez". «Él miró la pequeñez de su esclava» (Lc 1,48). Sentimiento de
distancia frente al Eterno, al Infinito. Pequeñez. En el reconocimiento de la
pequeñez frente a Dios está nuestra grandeza, pues esto significa un sí a
nuestra estructura de ser.
Aplicado a
nosotros, si recibimos cruz y dolor, surge, por supuesto, la pregunta que a
veces puede ser muy difícil: ¿Viene todo esto también de Dios? Bien, aquí
podemos todos repetir la respuesta que, con el correr de los años, tan
frecuentemente hemos escuchado: el dolor viene de la mano de Dios que, en sí,
es cálida y suave, pero que se viste de un guante de hierro. Guante de hierro
¿quién es? Puede ser x, y o z. En forma inmediata es injusto lo que me
ocasionaron. Pero, el Padre Dios me toca; sólo que él usa ahora el guante de
hierro, usa un instrumento. Si estamos profundamente convencidos de una de las
más esenciales y fundamentales actitudes de nuestra Familia, de la fe en la
Providencia, entonces es evidente: hemos aprendido el arte, hemos recibido el
regalo de ver a Dios detrás de todo, ver en todo al Dios del amor, sus
requerimientos de amor que esperan y exigen una respuesta de amor de parte
nuestra. Esta actitud fundamental constituye precisamente la grandeza de todo
nuestro ser.
Si queremos
ahora seguir explicando el sentido de la palabra "esclava", creo que
deberíamos interpretar la palabra ancilla por sponsa. Ecce
sponsa Domini (He aquí la esposa del Señor). Con esto tocamos un
pensamiento que es de mucha importancia para nuestra vida cristiana,
especialmente cuando se trata del dolor, del pender de la cruz. Sponsa,
sponsus. Vean, esto es evidente: la esposa del esposo quiere en todo
asemejarse a él; no sólo estar unida a él. Aplicado a la práctica: ancilla,
sponsa Domini. Si el Señor sufrió tan atrozmente, entonces es evidente que
la esposa debe igualársele.
Éste es un
pensamiento de grandísima importancia para todos nosotros, sea como sea que lo
expresemos. Si meditamos, a partir de la cristología, sobre el sentido de
nuestras vidas, debemos reconocer siempre: Dios nos creó para asemejarnos a
la imagen del Unigénito. Y ¿qué imagen es ésta? Sin duda, es una imagen
glorificada. ¿Qué imagen es? En nuestro contexto, debemos acentuar
especialmente: es una imagen sufriente, una imagen sacrificada. Para asemejarnos
al Señor, como corresponde en lo más profundo al sentido del bautismo
—sumergidos en el agua, enterrados en el sepulcro— debemos asemejarnos a la
vida sufriente, agonizante del Señor, asemejarnos en su muerte. Claro que, por
otro lado, el bautizado es elevado, emergido de las aguas. Es decir, participa
en la vida glorificada, resucitada del Señor.
Es evidente
que quien ama verdaderamente al Señor, quien lo ama con la gran fuerza del amor
que es una fuerza unitiva y asemejadora, una transmisión de vida; si su corazón
pertenece a él —y ¡cuán profundamente perteneció el corazón de la Santísima
Virgen al Señor!— entonces, hablando humanamente, era algo evidente, una
especie de orgullo para ella pender de la cruz con él, sacar de sus
sufrimientos la fuerza para acompañarlo en su Via Crucis. Es, pues,
clarísimo: si hubiese habido un mejor camino hacia el cielo, con seguridad que
el Señor y la Santísima Virgen lo habrían recorrido. ¿Qué camino recorrieron
ellos? El camino de la cruz, el camino del dolor. Por eso, repetimos: ecce
ancilla Domini. Y esta expresión la interpreto en el sentido de: ecce
sponsa Domini.
Si seguimos
interpretando, podemos ascender más todavía: ecce Mater Domini (he aquí
la Madre del Señor). Les digo que según su sentido, puedo interpretar esta
afirmación así porque expresa todo lo que es la estructura de la Santísima
Virgen. Ecce Mater Domini. Y no queremos pasar aquí por alto que una
madre sufre, sufre dolores de parto. Dolores de parto, sí, el mismo Señor lo
dice. ¡Cuánto sufre la madre en el momento en que se presentan los dolores de
parto! Pero ¡cuánta alegría cuando nace después el niño, cuando, de pronto,
está el niño ante ella!
Así lo vemos
también aquí; queremos ver la totalidad desde una y otra perspectiva. La vida
de la Santísima Virgen, considerada desde el punto de vista del dolor, del
sufrimiento… Sí, esta imagen merece verdaderamente la expresión Mater
Dolorosa. Reflexionaremos en lo que se nos dice del Señor mismo: por sus
sufrimientos mereció para sí la gloria, la glorificación de su propia
naturaleza humana corporal. Es decir, mereció que la naturaleza humana fuera
compenetrada por la visión beatífica hasta en sus últimas ramificaciones. Factum
est obediens usque ad morten, morten autem crucis. Propterea et exaltavit illum
Deus.
¿Comprenden
lo que esto significa? A través de esto, la Santísima Virgen, igual que el
Señor y con el Señor, co-conquistó y co-ganó para sí, personalmente, la
glorificación de toda su vida para toda la eternidad.
Pero el más
hermoso fruto, —y pienso que esto debemos acentuarlo especialmente en este
contexto— fue que, de alguna manera, cooperó (por el momento dejemos de lado
cómo formulamos este pensamiento) en la redención del mundo. El dolor maternal
se convirtió aquí en alegría maternal: cuando el niño ya está allí, cuán feliz
se siente la madre de haber soportado los dolores del parto. Esto es nuevamente
una cita de la misma expresión: cuando el niño está ya allí, ¡cuán feliz se
siente la madre de haber soportado los dolores de parto!
Y ustedes
saben cómo es interpretada la expresión "dolores de parto",
tratándose de dolores físicos, por Pío X, y no sólo por él, sino también por
otros: si la Santísima Virgen no tuvo que sufrir dolores de parto en el
nacimiento del Señor, los sufrió en el nacimiento de los hijos posteriores, en
nuestro nacimiento. Los sufrió junto a la cruz, toda la vida. ¿Para qué? Para
ganarnos la vida. Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum,
he aquí la sierva del Señor, que se haga en mí según tu palabra. Qui me
invenerit, inveniet vitam et hauriet salutem a Domino, el que me halla, ha
hallado la vida, ha logrado el favor de Yahveh (Prov 8,35). El que pone a la
luz, quien da a conocer a la Santísima Virgen, "ha logrado el favor de Yahveh".
(Texto
tomado de: "Desiderio Desideravi", 9, p. 235. Ver „Dios
presente“ – Recopilación de textos sobre la Divina Providencia, Editorial Nueva
Patris, Santiago/Chile, 2007, Págs. 212 y ss.)