Yo creo, oh mi Dios, aunque Tú vengas a mi encuentro
en el semblante de un niño. Yo creo porque tu amor ha deseado vivamente este
misterio, y porque tu amor, que es infinitamente grande, ha sido capaz de
realizar tales y tan increíbles cosas.
Yo te adoro, porque Tú, el Dios eterno, estás en
medio de nosotros en el prodigio misterioso de un niño. Por eso doblo mi
rodilla y adoro tu santa voluntad, aunque muchas veces sea tan difícil comprenderla.
Yo adoro tu gloria, que actúa en nuestra familia,
que actúa en la iglesia de Dios hasta el final de los tiempos. Oh Dios, yo
adoro y me someto a tus santas palabras y a tu santa ley; porque Tú solo eres
digno de adoración en mi vida, en nuestra familia y en el historia del mundo.
Yo te amo con toda la sencillez y pequeñez de mi
corazón. A un niño se le abraza con el corazón y el respeto para cobijarlo.
Nosotros te amamos con un auténtico corazón humano, nosotros te amamos con
aquel amor sobrenatural con el que nos regalamos a Dios Padre, al Eterno Amor.
Niño Divino, deja que me sienta cobijado en el milagro
de tu encarnación humana, en el milagro del niño que se nos regala, y que eres Tú.
Deja que me sienta seducido por el milagro de tu santo amor. Y que tal como Tú
te has hecho un niño, permite que yo también sea un niño, un hijo de Dios ahora
y en la eternidad. Amén.
(Tomado del archivo personal del primer curso del Instituto
de Familias de Schoenstatt, Alemania)
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