miércoles, 23 de enero de 2013

Fe, oscuridad y riesgo


Fe, oscuridad y riesgo
Texto tomado de: "Exerzitien für Theologie-Studenten", 1967.

La fe en la Providencia apunta hacia lo oscuro, hacia lo misterioso y vive de riesgos. Por eso debe alabarse como bienaventurado aquel que, por golpes del destino de toda índole, ha sido arrancado de su estado de satisfacción y seguridad burguesas y es mantenido en una situación de suspenso.
Dada la importancia de esta afirmación, poco comprendida en la vida práctica, nos vemos obligados a detenernos un poco más en ella.

La oscuridad y la audacia pertenecen a la esencia de la fe. Así nos lo enseña el texto sagrado: «La fe es la sustancia (esto es, la base de sustentación) de lo que esperamos, la prueba de las realidades que no se ven» (Heb 11,1). Newman explica este pasaje diciendo que es de la esencia misma de la fe el hacer presente lo que es invisible: el actuar por una mera esperanza como si ella fuese ya posesión plena; el atreverse, teniendo en mente esta posesión; el poner en juego la tranquilidad, la felicidad y otros bienes terrenos en espera de lo futuro.

La fe exige una entrega total
Texto tomado de: "Exerzitien für Theologie-Studenten", 1967.

La Sagrada Escritura nos propone para ello numerosos ejemplos. Todas las llamadas divinas que se señalan allí —con todo lo multiformes y variadas que puedan ser— tienen un sello común característico: conducen a la oscuridad al que ha sido llamado y exigen de él la audacia heroica de la obediencia. Así sucedió con Abraham. La Carta a los Hebreos, hace notar que "salió sin saber a dónde iba", y que él y los demás patriarcas «murieron todos sin haber conseguido el objeto de las promesas, viéndolas y saludándolas desde lejos y confesándose extraños y forasteros sobre la tierra» (Heb 11,6-13). Extraños y forasteros, porque aún no pueden llamar suya la tierra de la promesa. Aquí se destacan nítidamente las dos señales características de la fe ya descritas: la oscuridad y el carácter de riesgo.

Para comprender ambas debidamente, podemos recordar que Dios exige de los suyos simplemente la entrega total de toda la persona: de la inteligencia, de la voluntad y del corazón. En una ocasión, Jesús aclara este hecho a los apóstoles mediante un ejemplo sacado de la vida cotidiana: «¿Quién de vosotros que quiera edificar una torre no se sienta primero a calcular los gastos y a ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: este comenzó a edificar y no pudo terminar» (Lc, 14,28-30). Y entonces viene la aplicación en forma de una ley inmutable en el reino de Dios: «De igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33). Esta renuncia total significa para la fe renuncia a una claridad sin nubes, a la seguridad y al amparo terrenales. Aplicado esto a la fe en la Providencia, en el lenguaje de San Crisóstomo, significa: Dios no lo ha dejado todo en la oscuridad, para que no sostengas que no existe la Providencia; pero tampoco lo ha hecho todo asequible al conocimiento, para que la altura del conocimiento no te lleve a una orgullosa sobrevaloración de ti mismo. Gregorio Nacianceno interpreta aun más claramente el plan de Dios. Dice:
"Éste es, desde siempre, un inexorable designio de Dios: la oscuridad que se expande ante nuestros ojos debe servirle de escondite y su gobierno del mundo debe ser, en su mayor parte, visto en acertijos e imágenes sumamente difíciles de descifrar. Esto debe ser así, por una parte, para moderar nuestro orgullo, para que ante la verdadera y altísima sabiduría suya, reconozcamos nuestra nada y nos dirijamos y aspiremos sólo a él, para ser iluminados por sus rayos; y, por otra parte, también para que, frente a la caducidad de lo visible y pasajero, nos orientemos hacia lo firme y permanente".

(Textos tomados del libro “Dios Presente”, Recopilación de textos sobre la Divina Providencia, P. José Kentenich, Editorial Nueva Patris, Santiago/Chile)

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