Una sana
teología católica contempla tres proyecciones de la fe en la divina
Providencia: hay una divina Providencia general, otra especial y, por último,
una especialísima.
Providencia
en sentido general
El libro de
la Sabiduría (Sb 14,3) nos dice: «Y es tu Providencia Padre, quien guía» el
universo. ¿De qué nos está hablando la Escritura? De que Dios, por su bondad,
su poder y fidelidad, guía todas las cosas hacia su fin, tanto a los pájaros
que vuelan por los aires, como a las plantas y a la azucena en flor. Esta es la
Providencia general en el más amplio sentido de la palabra. ¿Soy yo también
objeto de esta Providencia general? ¡Sin duda! Pero soy todavía más: como
persona soy objeto del amor especial de la persona del Padre del cielo. Por
esto hay además una:
Providencia
en sentido estricto
Los teólogos
dicen que el objeto de la Providencia especial son seres espirituales los que
han recibido la gracia. A ella se refieren todos los pasajes del Nuevo y del
Antiguo Testamento que comparan al Padre del cielo con una gallina, una madre,
etc. Cotejemos esas perícopas y meditémoslas regularmente. Si alguna vez
alguien confecciona su propio libro de meditaciones, sería bueno que espigase
en esos lugares de la Biblia.
Observen la
belleza de las imágenes: el niño descansando sobre el pecho materno; o bien
acunado en el regazo de su madre (Is 66,11-13); la madre que es incapaz de
olvidar a su hijo… y aunque lo olvidase, «Yo no te olvido» (Is 19,15). Y en el
Nuevo Testamento, la imagen de la gallina y sus pollitos (Mt 23,37; Lc 13,34);
la de los lirios del campo y las aves del cielo (Mt 6,26 ss). El Padre cuida de
ellos ¡cuánto más no lo hará con vosotros, hombres de poca fe! El Padre se
preocupa hasta de nuestras más pequeñas necesidades. En la edad de oro de Israel,
había una Providencia especial para el pueblo; Dios amaba más bien al pueblo en
general y no tanto al individuo en particular. El Nuevo Testamento no se cansa
de repetir que el Padre ama a cada hombre y se preocupa de sus más pequeñas
necesidades. Deberíamos recibir estas cosas como un "nuevo
Evangelio". Hay aún una:
Providencia
especialísima
Es la que
vela por aquel hombre que pertenece a los escogidos, a los que obtienen la
gracia de la perseverancia; los que no sólo han recibido la gracia sino que alcanzan
finalmente la gloria. Y ahora se plantea la difícil cuestión de si uno mismo
puede contarse entre los que son objeto de una "providentia
specialissima". De ser así, uno pertenecería, según las palabras de
san Pablo, al número de aquellos por los cuales Dios creó todo el universo (cf
Rom 4,13 ss.; 1Cor 3,21-23). ¿Quién se anima a dar una respuesta a este
interrogante? Yo sólo formulo la pregunta. Sea como fuere, somos objeto de la Providentia
specialis, amados personalmente por Dios. En el caso de que pueda suponer
que soy también objeto de la Providentia specialissima de Dios, ello
querrá decir entonces que Dios me ama de manera única.
Ya saben que
los teólogos que conocen e investigan estos temas con mucha mayor profundidad
que nosotros, buscan criterios por los cuales se pueda suponer la pertenencia
de una persona al número de los elegidos. Entre estos criterios figura el de un
profundo e íntimo amor a la santísima Virgen. Se dice que éste es uno de los
más seguros. Pero naturalmente nos movemos en el plano de lo que se supone, de
lo relativo. El misterio no deja que descorramos su velo. Quien sea
sencillamente filial sabrá saltar sobre el abismo. Por otra parte ¿por qué
dudar de que los teólogos tengan razón?
(Tomado de: "Niños ante Dios". Retiro espiritual para
sacerdotes en 1937, Ed. Patris, 1994, pág. 318-320. Ver también: “En las manos
del Padre”, Ed. Patris, 1999, Pág. 62)