miércoles, 22 de agosto de 2012

Vivir con el Dios del corazón


Antes o después nos llega la hora, en que el Espíritu Santo nos impulsa a concentrar todas nuestras fuerzas espirituales para llevarlas al Dios Trino. Entonces captamos más profundamente las palabras del apóstol: “¿No sabéis que sois Santuarios de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?” (Cor. 3,16), o la promesa del Salvador: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (S. Juan 14,23). Entonces nos sucederá como a Santa Teresa, que confiesa de sí misma: “Nunca supe exactamente lo que significa orar, hasta que Dios mismo me enseñó a recogerme en mi interior, y de ese recogimiento interior he obtenido el mayor provecho”.

Cuanto mayor recogimiento, tanto más se concentra en mí todo el mundo de pensamientos y sentimientos acerca de la Santísima Trinidad. Si queremos convertirnos, en gran medida, en personas espiritualizadas, debemos estar atentos a lo que Dios nos dice.

Cuanto más crezca nuestra espiritualización, tanto más viviremos a la luz de la fe y dejaremos a un lado la razón puramente natural. ¿Cómo es posible permanecer siempre junto a Dios? Debemos adivinar sus deseos. Cuando Dios está junto a mí, cuando me mira continuamente y yo estoy continuamente en El, entonces ocurre que todo mi ser respira también la cercanía de Dios.

Nuestro mayor apostolado radica en nuestro ser espiritualizado. Nuestra labor diaria tiene que estar saturada, por una parte, del esfuerzo por realizar una labor concreta y, por otra, del estar frecuentemente junto a Dios, que habita y obra en nosotros. Cuando día tras día me consumo de amor por Dios, entonces crece decisivamente mi vida espiritual; crece en mí esta convicción pura, por esta entrega pura.

Con ello alcanzamos la meta de nuestra vida: contemplarnos a la luz de la fe y ver frecuentemente a Dios en nosotros a través de la fe: hablar con Él, decirle a través de nuestras emociones que le reconocemos y necesitamos, reconduciendo hacia El todo nuestro ser; finalmente, realizando para él pequeños sacrificios.
La vida en el santuario del corazón debería ser siempre una vida dedicada al sacrificio, a la transformación y a la comunión. Así es la vida de una persona que vive realmente en su santuario del corazón.

(Tomado de “Mi corazón tu santuario”, Editorial Schoenstatt, Santiago de Chile)

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