Antes o después nos llega la hora, en que el Espíritu Santo nos impulsa a
concentrar todas nuestras fuerzas espirituales para llevarlas al Dios Trino.
Entonces captamos más profundamente las palabras del apóstol: “¿No
sabéis que sois Santuarios de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?” (Cor.
3,16), o la promesa del Salvador: “Si alguno me ama, guardará mi
Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (S.
Juan 14,23). Entonces nos sucederá como a Santa Teresa, que confiesa de sí
misma: “Nunca supe exactamente lo que significa orar, hasta que Dios mismo me
enseñó a recogerme en mi interior, y de ese recogimiento interior he obtenido
el mayor provecho”.
Cuanto mayor recogimiento, tanto más se concentra en mí todo el mundo de
pensamientos y sentimientos acerca de la Santísima Trinidad. Si queremos
convertirnos, en gran medida, en personas espiritualizadas, debemos estar
atentos a lo que Dios nos dice.
Cuanto más crezca nuestra espiritualización, tanto más viviremos a la luz
de la fe y dejaremos a un lado la razón puramente natural. ¿Cómo es posible
permanecer siempre junto a Dios? Debemos adivinar sus deseos. Cuando Dios está
junto a mí, cuando me mira continuamente y yo estoy continuamente en El,
entonces ocurre que todo mi ser respira también la cercanía de Dios.
Nuestro mayor apostolado radica en nuestro ser espiritualizado. Nuestra
labor diaria tiene que estar saturada, por una parte, del esfuerzo por realizar
una labor concreta y, por otra, del estar frecuentemente junto a Dios, que
habita y obra en nosotros. Cuando día tras día me consumo de amor por Dios,
entonces crece decisivamente mi vida espiritual; crece en mí esta convicción
pura, por esta entrega pura.
Con ello alcanzamos la meta de nuestra vida: contemplarnos a la luz de la
fe y ver frecuentemente a Dios en nosotros a través de la fe: hablar con Él,
decirle a través de nuestras emociones que le reconocemos y necesitamos,
reconduciendo hacia El todo nuestro ser; finalmente, realizando para él
pequeños sacrificios.
La vida en el santuario del corazón debería ser siempre una vida dedicada
al sacrificio, a la transformación y a la comunión. Así es la vida de una
persona que vive realmente en su santuario del corazón.
(Tomado de “Mi corazón tu santuario”, Editorial
Schoenstatt, Santiago de Chile)
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