“Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del
cielo, que de junto a Dios, estaba engalanada como una novia, ataviada para su
esposo” (Ap. 21,2). ¿Sabemos quién es la nueva Jerusalén? Es la Iglesia. “Y oí
una fuerte voz que decía desde su trono: ‘Esta es la morada de Dios con los
hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él,
Dios-con-ellos, será su Dios’” (Ap. 21,3).
La Iglesia de Dios se nos presenta como un gran templo. La
piedra angular es Cristo, los fundamentos son los apóstoles y los profetas, y
cada una de nosotros una piedra viva de ese edificio. A veces el apóstol San
Pablo va aún más lejos, diciendo que cada uno de nosotros es un santuario. Por
consiguiente no sólo una piedra viva, sino que yo mismo soy un templo de Dios. “¿No
sabéis que sois santuarios del Señor, y el Espíritu de Dios habita en vosotros?”
(1 Cor. 3,16).
En realidad no sólo somos templos del Espíritu Santo aquí en
la tierra, sino que al final de los tiempos se nos utilizará como piedras, como
piedras vivas, para construir un templo nuevo, la nueva Jerusalén en el cielo.
Así se nos presenta el cielo como la nueva Jerusalén, construida con piedras
vivas. Y todos y cada uno de nosotros tendremos que hacernos una piedra viva de
la nueva Jerusalén.
Nos podemos esforzar profundamente en hacernos piedras cada
vez más vivas para este templo maravilloso, unirnos todos cada vez más, para
que cuando este templo temporal se construya como templo eterno – tal como dice
elocuentemente el Apocalipsis – cuenten también con nosotros como piedras
vivas; que con nuestro ser podamos colaborar en la construcción del templo.
(Tomado de “Mi corazón tu santuario”, Editorial Schoenstatt,
Santiago de Chile)
A cada dia uma pedrinha no santuário vivo de nosso coração...
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