Nos desprendemos de toda voluntad caprichosa, de todo egocentrismo del corazón para entregarnos por completo a Dios y sus deseos, tal como éstos se nos manifiestan en el deseo y voluntad de la Iglesia y de nuestros superiores, en las instrucciones de nuestras santas constituciones y usos. Con razón no nos apegamos a una única tarea en cuanto tal, trátese de la adoración, de la educación y docencia dentro o fuera de la Familia, la pastoral parroquial o atención de las familias, confección de vestimentas sagradas, labores literarias o artísticas, trabajo en la diáspora o en las misiones. Nuestra íntima ley de vida es y sigue siendo la ley del amor, que en todo momento da prueba de su eficacia y autenticidad mediante un perfecto espíritu de obediencia y un perfecto cumplimiento de la obediencia.
El instrumento libre, por ser instrumento, necesita de la
fuerza y gracia del Dios vivo que quiere utilizarlo. Por eso se empeña siempre
por un duradero y profundo desposorio entre las propias y débiles fuerzas que
Dios le dio, y la gracia de Dios. Cuando este desposorio alcanza un determinado
grado, puede decir, con san Pablo: "Todo lo puedo en aquel que me da
fuerzas".
De ahí se explica la inclinación del instrumento libre a
la oración y a la recepción de los sacramentos. Éste es el cimiento de la
inconmovible certeza de la victoria que tiene el instrumento perfecto. San
Agustín dice con acierto: Quien ame el rostro del omnipotente no temerá el
rostro de los poderosos de este mundo. Una profunda sabiduría de vida se
esconde en los dichos: "La oración tiene un brazo largo" o
bien: "El hombre unido a Dios es la potencia más fuerte, es el partido
más poderoso". Desde el punto de vista de la instrumentalidad
comprendemos también las palabras del Señor: "El que me envió está
conmigo y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que le agrada".
El instrumento enviado por Dios y utilizado por Dios
aúna, de manera admirable, confianza y actividad propia, humildad y
generosidad. En razón de la unión a Dios continua y vigorosa, es un maestro y
héroe de la confianza, de la valentía y de la generosidad. Dios lo creó libre y
con capacidades propias. Por eso no se cansa de poner esas capacidades al
servicio de Dios. Al realizar exitosamente su tarea mantiene la conciencia de
que Dios es la causa principalis, y él mismo ha sido sólo una causa
instrumentalis. En toda circunstancia, incluso al cosechar grandes éxitos,
permanece silenciosamente conforme y a la vez hondamente humilde. Porque sabe
qué es lo que tiene que atribuir a sí mismo y qué a Dios. Faltas y pecados no
lo desalientan: son sólo "malezas en el jardín personal". Más bien lo
impulsan a arrojarse nueva y más profundamente a los brazos de Dios, a desposar
la debilidad propia con la fuerza y la gracia de Dios y, de ese modo,
revitalizar la conciencia de ser instrumento.
(Continuará)