viernes, 4 de julio de 2025

EDUCACIÓN PATERNAL HOY

El padre Kentenich era educador. Acogió muy generosamente la vida concreta. Dispensó la máxima atención y la mayor parte del tiempo a la educación de mujeres, en primer lugar, de las Hermanas de María. En la comunidad de las hermanas desempeñaba un ministerio paternal que le posibilitaba ocuparse intensamente de la vida espiritual de los miembros de la comunidad, permitir vinculaciones personales y, por esa vía, resolver conflictos espirituales, curar enfermedades y unir a las personas, hasta en lo más profundo, con Dios.

El texto que publicamos hoy nos permite echar una mirada profunda sobre la actitud paternal y pedagógica fundamental del padre Kentenich, y hacerlo en el marco del especial desafío pedagógico que se le plantea a la Iglesia en la actualidad.

El siguiente texto fue tomado de esa apología. Se halla en "Zum Goldenen Priesterjubiläum" (En ocasión de las bodas sacerdotales de oro), Monte Sión 1985, 113-115.

 

“En efecto, quien no mantenga un contacto continuo con el alma del hombre actual, enferma en varios aspectos, no tendrá ni idea de cuántas neurosis obsesivas convierten hoy en un infierno, o al menos en un insoportable purgatorio, la vida de incontables personas de todos los estados y clases, sin descontar, por supuesto, sacerdotes y religiosos.

Dar en esos casos la absolución sin procurar un ulterior proceso interno de sanación, es una solución barata. Una paternidad profundamente anclada en Dios piensa y actúa en este punto de una manera radicalmente distinta. En efecto, la paternidad anclada en Dios se inspira en el ideal del Buen Pastor, autorretrato de Jesús: el Buen Pastor da su vida por sus ovejas. No se queda de brazos cruzados en la orilla de un mar azotado por la tempestad, ni se limita a contemplar tranquila e indiferentemente las aguas rugientes, en la cual miles y miles de personas están expuestas al viento y las olas, luchando, desamparadas, por no perecer. Tampoco se contenta con arrojar desde lejos el salvavidas a quienes se están ahogando, sino que él mismo se arroja al agua, arriesgando su vida, para salvar lo que se debe salvar. Así se cumplen aquellas palabras del Señor: el Buen Pastor da su vida por sus ovejas. No debería resultar demasiado difícil aplicar esta imagen a situaciones del tipo mencionado, y hacerlo con adecuación al caso particular y en consonancia con la época en que se vive.

Permítaseme repetir que la eternidad mostrará alguna vez cuán grande y variado es el número de aquellos que pude guiar a través de tales escollos, hacia la plena libertad de los hijos de Dios, hacia el monte de la perfección.

Ya muy temprano tomé contacto teórico y práctico con el problema en cuestión. Se deja aquí expresamente aparte las experiencias del joven director espiritual "detrás de los muros conventuales". En cuanto se le abrieron las puertas y ventanas hacia el exterior, de todas partes vinieron pacientes a verlo, tanto laicos como sacerdotes.

Y así ocurrió ya a comienzos de los años veinte. Por entonces, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, el Dr. Bergmann, que tiene su consulta y clínica en Kleve, era considerado un especialista en el área. En mi calidad de sacerdote pude continuar y perfeccionar, desde el punto de vista psicológico, ascético y religioso, lo que el Dr. Bergmann había comenzado desde el punto de vista médico.

No raras veces esa obra suponía un duro trabajo. Hubiese sido más fácil tomar distancia de tales casos recurriendo a algunas frases piadosas generales, tal como suelen hacer muchos sacerdotes. Pero el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas no procede así. Él hace todo lo posible (aunque le exija mucho estudio, nervios y tiempo) para evitar daños a sus ovejas, para devolverles la plena libertad interior de los hijos de Dios, en la medida de lo posible.

Nosotros, los sacerdotes, no somos capaces ni estamos dispuestos a aplicar valiente, lúcida y prudentemente los principios morales y las reglas pastorales tradicionales y probadas; por eso se han ido llenando los consultorios de los psicoterapeutas, mientras que cada vez es menor el número de personas que se acerca a nuestros confesionarios. Esto podemos comprobarlo, lamentablemente, en todas partes.

El pastor conocedor de la época y de las almas es consciente de la crisis de la vida moderna y de los efectos prácticos que produce en aquellos que le fueron confiados. Una crisis profunda y abarcadora. Y tiene el coraje y la valentía de ocuparse del problema, buscando remedios y aplicándolos con prudencia y cuidado. De no hacerlo, se sentirá como un hombre que habla irresponsablemente cosas sin sentido y obra al azar. Y habrá de temer, con razón, que pueda empujar a ciertos grupos de entre sus seguidores (por supuesto, sin quererlo) hacia el otro bando, o bien abandonarlos, lisiados, en el campo de batalla.”

viernes, 20 de junio de 2025

EDUCACIÓN PARA LA LIBERTAD

En la infancia y en la juventud, y en la estructura personal del fundador, observamos ya las bases de su actitud orgánica, de su orientación sobrenatural y, en ella, el descubrimiento de la misión especial de la santísima Virgen; pero también las bases de una postura pedagógica y una imagen de hombre determinadas sobre toda por la libertad y la autonomía.

De estos dos puntos de vista da testimonio el siguiente texto tomado del "Terciado de Brasil" (t. II, 222-239), dado en los meses de Febrero y Marzo de 1952, en Santa María, Brasil, para los padres palatinos de ese país. El padre Kentenich se hallaba ya de camino a Milwaukee, hacia su exilio. Esa circunstancio quizá lo motivase también a hacer más referencias a su propia vida y a sus experiencias personales en el área de la pedagogía. El texto relata desde una perspectiva autobiográfica los pasos pedagógicos del Joven Kentenich en la época de la fundación de Schoenstatt.

 

“Schoenstatt enseñó la superación del hombre masificado. Lo hizo,

• en primer lugar, como un programa,

• en segundo lugar, en la teoría,

• y en tercer lugar, en la práctica.

¿Qué significa que enseñó en la práctica cómo superar al hombre masificado? Seguramente han escuchado hablar sobre la así llamada Acta de Prefundación. En ella tienen el programa que hasta ahora fue (y será hasta el fin de los tiempos) norma de nuestra labor educativa.

Primera pregunta: ¿Cuál es el programa?

Reza así: "Bajo la protección de María queremos educarnos a nosotros mismos para llegar a ser personalidades firmes, libres y sacerdotales". Observen que es un programa de educación de sí mismo que toma como norte el ideal del hombre dotado de una verdadera libertad interior. Es un programa incomparable, grande. Se mantuvo inalterable, más allá de que en una u otra oportunidad se lo formulara con otras palabras.

Les reitero lo que ya les dijera: ser autónomos para ser capaces de actuar por nosotros mismos. De ahí que en el programa se diga además que aspiramos a educarnos a nosotros mismos a fin de actuar después en la educación. Educarse a sí mismo significa no entregarse a la masa, sino tomar uno mismo las riendas en la mano.

Segunda pregunta: ¿Cómo surgió este programa?

En primer lugar, surgió de mi propia estructura psicológica. Y aquí vale lo que en estos días les expuse como las dos formas de la misión carismática ¿las recuerdan? La forma general: el hombre nuevo en la comunidad nueva con un carácter apostólico universal. Y la otra forma: el hombre animado por el espíritu, ligado a ideales, vinculado íntimamente a la comunidad y dedicado al apostolado universal.

Les confieso que desde mi infancia fue ésta mi orientación personal fundamental. Comprenderán entonces que desde el momento en que fuera designado oficialmente educador, no haya podido hacer otra cosa que impulsar la consigna de acabar con todo formalismo. Lo que hay que formar es un hombre ligado a ideales y dedicado al apostolado universal. Acabar con todo formalismo…

[…]

Desde el principio existió en mí el deseo de formar hombres que fuesen autónomos, independientes. Para ilustrarlo me referiré a mi labor docente de aquella época; porque antes de ser director espiritual fui docente.

Y como docente, el objetivo que tuve siempre en la mira fue: conocimiento claro y autónomo, no vinculaciones materiales. El curso que se me asignó por entonces estaba atrasado en seis meses en cuanto a los contenidos de aprendizaje. Por lo tanto yo debía dar en un año los contenidos de un año y medio. Hablando humanamente, tendría que haberme puesto nervioso y aguijonear a los pobres alumnos: "¡Vamos! ¡A estudiar más y más! ¡Sin pausa!" Permítanme exponerles cómo procedí en esa oportunidad. Cuando de aprender se trata, lo importante para mí es subrayar la idea de la autonomía y de la independencia: nada puedo hacer con hombres masificados, sino sólo con personas autónomas, hombres o mujeres; con personas capaces de formarse un juicio propio y defenderlo. ¿Les parece que habría podido fundar un Movimiento de esta magnitud si hubiera procedido de otra manera, si hubiera tolerado la masificación? Les presentaré brevemente el método empleado como docente en aquellos años.

En primer lugar, ante la clase yo no tenía libro alguno en mano.

En segundo lugar, cuando daba latín y alemán, trataba de que los alumnos descubrieran las reglas por sí mismos. Tomaba mucho tiempo, pero no hay que ponerse nervioso por ello, tampoco cuando hay que dar los contenidos de un año y medio. Temo al hombre de una sola idea.

En tercer lugar, cuando yo planteaba una pregunta, y alguien no sabía contestarla, educaba a los alumnos a que ayudaran metódicamente al chico que no sabía contestar para que éste hallara la respuesta. Yo no decía: "¿Cuál es la respuesta?" sino: "A ver… tú… ayuda a tu compañero a encontrar la respuesta correcta". Así pues a menudo se planteaba toda una serie de preguntas auxiliares. Lo importante es educar en la autonomía: ¡Nada de masificación!”

Kentenich reader – Tomo 1, Págs. 37 y ss

 

viernes, 13 de junio de 2025

ENCUENTRO CON EL PADRE FUN DADOR (1)

 "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo, dame almas, y todo lo demás tómalo para ti."

 

El padre Kentenich designa a esta oración "raíz" de la espiritualidad schoenstatiana. La llama asimismo "oración de niño", surgida en su propia niñez. A menudo invitaba a rezar esta oración y vivir fundado en ella. La coloca en el mismo plano de nuestra oración de consagración.

A continuación se presenta varias citas breves tomadas de diferentes conferencias, sobre todo de los años cuarenta, de la época posterior a Dachau. Las citas permiten apreciar claramente cómo en las más diversas situaciones el padre Kentenich menciona espontáneamente esta oración. A primera vista ésta parece algo muy simple, pero el padre Kentenich nos ilumina las distintas dimensiones que ella entraña.

Los textos siguientes invitan no tanto al estudio cuanto a la contemplación. Al leerlos, procúrese seguir el ritmo espiritual del fundador, encontrarse con él en el texto y en la oración.

 

29 de Junio de 1945

Últimamente rezamos con gusto la pequeña oración que recitáramos ayer por la mañana, incluso luego de la conferencia: "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo, ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo". Una oración que desde hace mucho tiempo algunos han incorporado a sus oraciones privadas… Si observan con mayor detenimiento, advertirán que en esta pequeña oración se expresan corrientes que movilizan a nuestra Familia desde la inscriptio. ¿Notan cómo en ella se alude claramente a los dos corazones? Pedimos que se nos abra el corazón de Jesús y el corazón de la santísima Virgen; no simplemente que se nos abra, sino que se nos abra ampliamente. "Ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo".

 

5 de Agosto de 1945

Esta pequeña oración puede ser rezada de manera similar a como rezamos nuestra pequeña consagración, que recitamos muchas veces no sólo por nosotros, sino también por otras personas: "Oh Señora mía, oh madre mía, yo las ofrezco todas a ti…" ¿No podríamos rezar de manera semejante: "Dios te salve, María, por tu pureza, custodia su alma y su cuerpo, ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo"? Sería algo bueno e inteligente hacer de esta pequeña oración objeto de nuestra contemplación: "Dios te salve, María, por tu pureza, custodia mi/su alma y mí/su cuerpo, ábreme/ábreles ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo."

 

13 de Julio de 1947

Nos hemos acostumbrado a rezar diariamente la oración: "Dios te salve, María, por tu pureza, conserva puros mi alma y mi cuerpo…" Les confieso que se trata de una pequeña oración que compuse yo mismo siendo todavía niño. Me arrodillaba y la rezaba.

 

6 de Agosto de 1949

Digámonos ahora unos a otros que deseamos estrechar aún más los lazos que nos unen, y mantener esa unión con mayor fidelidad aún.

Pero la santísima Virgen nos tiene que implorar la gracia de que nosotros, así como nos pertenecemos unos a otros, nos arraiguemos también hondamente en su corazón y en el corazón de Dios.

Es lo que se expresa con suma sencillez en la pequeña oración de la infancia: "Dios te salve, María, por tu pureza…". ¡Qué hermoso es esto! "Ábreme ampliamente tu corazón y el corazón de tu Hijo". Sí; todos queremos estar en esos corazones. Nuestra mutua relación ha de ser de tal naturaleza que cuando pensemos los unos en los otros, pensemos también en Dios. Porque somos como Dios los unos para con los otros. Esta es la gracia que hoy le pedimos que nos implore la santísima Virgen.

 

viernes, 6 de junio de 2025

REPATRIACIÓN VICTORIOSA DEL MUNDO EN CRISTO

El sentido del acontecer del mundo es el retorno del mundo a Dios. El sentido de un acontecer mundial de características apocalípticas es acelerar el retorno a Dios. Detengámonos un poco sobre el término "retorno a Dios". Quizás esta meditación nos dé algunas claves para solucionar cuestiones urgentes.

Al escuchar las palabras "retorno a Dios", advertimos la lucha entre la fe y la incredulidad. La fe en Dios nos impulsa a regresar a Dios. En cambio, la incredulidad nos empuja a acelerar un proceso de rechazo y alejamiento de Dios. Entonces, por un lado observamos un acelerado regreso a Dios y, por otro, una acelerada apostasía.

Pensemos en el acontecer mundial y preguntémonos sobre el significado que Cristo tiene en él. ¿Qué nos dice el Apocalipsis de Cristo? En primer lugar, nos presenta al Padre sentado en su trono (cf. Ap 4,2). De él fluye y hacia él refluye toda vida. Aquel que está sentado en el trono constituye el eje de tranquilidad y reposo en el más allá. Todavía existe un trono que no vacila jamás: el de Dios Padre, quien ha puesto en manos de su Hijo las riendas del acontecer mundial (cf. Ap 5).

El Apocalipsis nos pinta bellamente esta realidad. El apóstol Juan, a quien se le concede estas visiones, desea saber cuál será el destino de la Iglesia. Ve entonces un libro sellado con siete sellos y un ángel le advierte que nadie puede abrirlo. Comprendemos que el apóstol llorara, pues anhelaba que se le revelase el secreto de la historia universal y vio que sus esperanzas se desvanecían. Pero uno de los Ancianos le dice que el Cordero que había sido degollado es Cristo, el Glorioso, pero también el Crucificado. Que él es quien puede abrir el libro de los siete sellos; él es quien conoce y contempla los planes del Padre y ha recibido la misión de llevarlos a cabo. Cristo ocupa, entonces, el centro de la historia.

Hoy se tolera al cristianismo, pero despojándolo de un Cristo vivo. ¿También nosotros hemos dejado a Cristo de lado?

¿Cuál es la actividad de Cristo en el acontecer del mundo, según el Apocalipsis? Él es quien abre los sellos. Vale decir que, sin la permisión divina, obrada a través de Cristo, no hay guerras, epidemias ni revoluciones, etc.

Detrás de todo el acontecer mundial está Cristo que da cumplimiento a todos los planes del Padre. ¿Cuándo derraman los ángeles sobre el mundo la copa de la ira divina? ¿Quién les da la señal para ello? ¡Cristo! (cf. Ap 16).

¿Cuál es el sentido del acontecer mundial, considerado desde el punto de vista de Cristo? ¿Qué papel desempeña Cristo en él? Debo ver en todos los acontecimientos y sucesos una oportunidad más para decidirme nuevamente por Cristo; que, incluso, los acontecimientos más difíciles sean motivo para volver a decidirme por Cristo, con toda mi alma, por libre elección, con libre voluntad.

En este punto distinguimos dos dimensiones de la libertad: por una parte, la capacidad y disposición para decidirse y, por otra, la capacidad de poner en práctica lo decidido. Dios tiene en cuenta mi capacidad de decisión. Cuando llega la hora en que grandes dolores nos quiebran interiormente ¿hacia dónde se dirigen los anhelos del corazón? ¿Acaso habremos de abandonar la bandera y huir del campo de batalla?

El sentido del acontecer mundial, el sentido de mi propia vida y aspiraciones, es que todas las circunstancias y sucesos de mi existencia me lleven a renovar la entrega al Señor, a abandonarme en él.

En medio del acontecer mundial, el Dios vivo ha constituido a Cristo como el gran luchador y vencedor del demonio. En el final de los tiempos, Cristo obtendrá una victoria plena. Y nosotros podemos participar de su valor para luchar, de sus sufrimientos y de su victoria. ¡Qué bienaventuranza saber que, finalmente, alcanzaremos el triunfo! Quizás yo sucumba, pero la causa a la que sirvo saldrá victoriosa.

Cristo vencerá. En el acontecer mundial, Dios aparentemente se deja vencer y doblegar. Se pueden ganar todas las batallas y, sin embargo, perder la guerra. Cristo es desterrado de muchos ambientes y lugares. Pero luego de toda la confusión que genere el demonio, Cristo aparecerá sobre el caballo blanco como Rey y Héroe, triunfante y vencedor de Satanás. Entonces habrá llegado el fin del mundo (cf. Ap 19,11-21). "Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!" ¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera! Nosotros nos entregamos, nos abandonamos a Cristo. Que todo acontecimiento sea para nosotros una oportunidad de decidirse por o contra Cristo. ¡Sí, Señor Jesús! ¡Queremos jurar nuevamente tu bandera!

                                  Tomado de: "Jornada de 1946."

 

viernes, 30 de mayo de 2025

POSEÍDOS POR CRISTO A TRAVÉS DE MARÍA

Llegar a estar poseído por Cristo a través de la santísima Virgen

Al contemplar todo el panorama de lo meditado, comprobamos que hay un pensamiento que se destaca nítidamente: la esencia más profunda de todo el ser de María santísima es su vinculación a Cristo. Si nos hemos entregado a la Madre del Señor, si aceptamos el orden de ser objetivo, entonces nuestro amor a la santísima Virgen y el fervor mariano tienen que estar profundamente vinculados a Cristo. De entre todas las creaturas, es en María santísima en quien la corriente de Cristo fluye con su caudal más puro y original, con su fuerza más arrolladora. Que nuestro fervor mariano esté hondamente vinculado a Cristo significa, por lo tanto, sumergirnos y ser llevados por esta corriente que fluye en ella. Sí; que nuestro amor a la bendita entre las mujeres esté por entero ligado a Cristo. De lo contrario, no estará en armonía con el orden objetivo del ser. Por eso, todo depende de que, en nuestra devoción a la Madre del Señor, ingresemos en la corriente que va hacia Cristo; de que lo hagamos de manera especialísima. Y, naturalmente, por Cristo nos encaminaremos hacia el Padre y el Espíritu Santo.

Detengámonos aquí un poco más y procuremos avanzar hacia una argumentación teológica más fina. Dios permite que María santísima participe de manera sobreabundante en su gloria, especialmente del amor que Dios Padre tiene por su divino Hijo. No es posible imaginar que haya otra creatura que ame tan fervientemente al Señor como su propia Madre santísima. Por eso nuestro amor hacia ella tiene que convenirse, más y más, en un amor que esté unido a Cristo, que cultive la intimidad con Cristo y el estar poseído por Cristo. Si nuestro amor a la santísima Virgen no se desarrolla en este sentido, entonces le faltará algo.

¿Cómo será entonces nuestra vivencia de ser instrumentos de María santísima, nuestra vinculación y amor a ella? Tiene que ser un amor mariano que lleve hacia una vinculación a Cristo viva y vivificante. Poco a poco nos acercamos a un pensamiento muy nuestro y que queremos mucho. ¿Cómo debe ser el amor a la santísima Virgen? Un amor que genere una vinculación a Cristo viva y vivificante. ¿Qué significa esto? Que toda mi persona, llena de vida nueva, ame entrañablemente al Cristo vivo. Si disponen de un poco de tiempo, y creo que todos nuestros sacerdotes deberían hacerlo alguna vez, lean por favor la encíclica de Pío X (Ad diem illum laetissimum, 1904). En ella hallarán una explicación clara y sencilla del término "Vitalis Christi cognitio", un conocimiento vital de Cristo. ¿Qué nos regala nuestro amor a la santísima Virgen? ¡Un conocimiento vital de Cristo!

Permítanme decirles que una de las cosas contra las que, personalmente, siempre lucho es contra el idealismo, también en el campo de la religión. Muchos intentan hoy amar a Jesús separándolo de la santísima Virgen. Y lo hacen porque hoy son millones los que no han aprendido a amar de corazón a otras personas. No conocen ningún organismo de vinculaciones, no aman a los hombres. Dicen que aman a Dios; pero no es cierto. ¿A quién aman entonces? A una idea. He aquí la gran tragedia. Si queremos aprender a amar a María santísima, aprendamos primero a amar a los demás. Así sabremos, algún día, lo que es amar a la santísima Virgen. En realidad no amamos solamente a la persona en sí misma sino que, en ella, amamos a Dios. Y esto hay que haberlo experimentado alguna vez. Que la meta sea vincularse a Cristo que está presente en el prójimo. Este proceso se da con mayor facilidad en el caso de la santísima Virgen. En estos tiempos que corren, la mayoría de la gente, incluso aquellos que son capaces de hablar de Dios con mucho entusiasmo, no aman a Dios como persona sino que aman una idea. Y esto no es devoción. Como filósofo puedo comprender que alguien se entusiasme por una idea y hable de ella con fervor, pero existe una enorme diferencia entre ese entusiasmo y el amor hacia una persona. Por ejemplo, un teólogo descubre un nuevo aspecto fundamental del misterio de la Trinidad… ¡qué grande será su entusiasmo! Pero eso no significa directamente que ame Dios.

No nos engañemos; no hay nada mejor que un profundo amor a María santísima para infundirle calidez a nuestro amor a Cristo. Y ello ocurre así por dos motivos: por una parte, porque nuestro amor a la bendita entre las mujeres y la vinculación vital de ella con su divino Hijo están fundamentados en el orden de ser objetivo: el lugar que ella ocupa en relación con Cristo y con todos nosotros es necesario para nuestra salvación y se cimenta en el orden de ser objetivo.

En segundo lugar, por ser mujer, ella como persona está especialmente orientada al trato con personas. Pero hay un motivo mucho más profundo. La santísima Virgen tiene indudablemente el carisma de establecer vínculos de amor personal y de entregar amor personal. Quien quiera prepararse para afrontar tiempos difíciles tiene la posibilidad de ahondar en la figura de Jesús y, así, puede ser que Dios le conceda el don de una vinculación personal al Señor. Pero si profundiza en la figura de María santísima, accederá a una "vitalis Christi cognitio". La Madre del Señor es la persona que salva a Dios de la despersonalización. Ella nos preserva de la despersonalización en nuestro trato con Dios. ¡No se imaginan cuán despersonalizado es hoy el amor con que se ama a Dios! Medítenlo a fondo.

Quizás desde este punto de vista comprendan mejor aquella otra consigna clásica de la devoción mariana: "El camino que pasa por la santísima Virgen es el más fácil, el más seguro y el más corto para alcanzar una profunda intimidad con Cristo y un profundo estar poseído por Cristo".

Tomado de: "Jornada de Delegados de la Familia de Schoenstatt", 16 al 20 de Octubre de 1950.

 

viernes, 23 de mayo de 2025

CRECER EN LA PASIÓN POR CRISTO

Ser otro Cristo, llegar a ser otro Cristo

En el campo de la educación de uno mismo y de los demás ¿qué meta proponer para la vida y la educación de quien se está formando? Cristo es esa meta. Y Cristo tal cual vive en María santísima.

Hay una fuerza vital que nos ayudará a ser "alter Christus", otro Cristo; a ser imágenes del Señor, no sólo a plasmarlo en nuestro entorno sino a vivir en intimidad con él. Y esa fuerza vital es también Cristo, tal cual vive en su santísima Madre. ¿A qué estilo de vida aspirar de ahora en adelante? La respuesta es idéntica: Cristo. Cristo es a la vez puerto hacia donde ponemos proa y fuente de energías para la empresa; Cristo es la pauta de nuestro estilo de vida interior y exterior. Pero siempre desde el punto de vista de la experiencia crística que tuviera la santísima Virgen. Cristo tal como ha vivido en su bendita Madre, Esposa y Compañera. Se nos abre así un mundo extraordinariamente hermoso, un universo vasto y fecundo; una constelación que nos atrae, que nos ofrece su ayuda y que nos socorrerá efectivamente en la tarea de hacer realidad el gran programa del año, el programa de vida que nos hemos propuesto.

1. Cristo es la gran meta de nuestra vida

Revistámonos de Cristo; que él sea el único y gran objetivo de la educación. Sí, que el Señor sea la meta en el área de la educación del mundo, en la formación de nuestro pueblo y nuestra patria, en la modelación de nuestra gente, de nuestras familias.

Hablamos muy a menudo de la Virgen y destacamos su papel. Lo hacemos contemplándola en todo momento como la "pequeña María", conformada con Cristo. En su persona encontramos al Señor, que se refleja en el espejo de su Madre y Esposa. Es Cristo mismo quien resplandece en la faz de su divina Madre. No olvidemos nunca que la santísima Virgen es siempre la Esposa y Compañera de Cristo.

¿Qué significa que Cristo sea la meta de nuestra educación? Meditemos sobre este interrogante en el silencio del corazón, más allá de los distintos grados de compromiso que tengamos en lo pedagógico. Y espontáneamente nos detendremos en aquellas palabras del Credo: "Et Verbum caro factum est". Y la Palabra se hizo carne. La segunda persona de la santísima Trinidad asumió la naturaleza humana individual que te ofreció la bendita entre las Mujeres con una actitud maternal y esponsalicia. El Verbum Divinum se apropió de esa naturaleza y la Palabra se hizo carne, se hizo hombre. La Sagrada Escritura subraya que la Palabra no se hizo hombre (homo factum est) sino carne (caro factum est). Vale decir que el hombre, en cuanto ser dotado de un cuerpo de carne, celebra su desposorio con la Palabra Eterna en la medida en que ésta asume una naturaleza individual.

Ahora bien ¿qué se desprende de esta realidad? Recordemos el pensamiento que nos sirve continuamente de cimiento y base de nuestras reflexiones: las cosas creadas no sólo son pensamientos encarnados de Dios, sino también deseos encarnados de Dios. En el punto que estamos reflexionando, "cosa creada" es la naturaleza humana de la Palabra de Dios hecha carne. Y en cuanto al deseo divino que se encarna allí, podemos decir que Dios eleva la naturaleza humana por medio de la encarnación de la Palabra. La naturaleza humana divinizada de Cristo es la "causa exemplaris" (causa ejemplar), el modelo de humanidad grato a Dios, del ideal de hombre que Dios quiere encarnar a través de nosotros.

Rememoremos aquel versículo del Génesis: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (cf. Gen 1,26). Las palabras "imagen y semejanza" adquieren ahora una forma muy palpable y perceptible por los sentidos. ¿Cómo es esa semejanza divina? "Et Verbum caro factum est". La Palabra de Dios encarnada es imagen de Dios; es imagen hecha a semejanza del Dios Eterno. Esa es precisamente la imagen que debe encarnarse en nosotros mismos. De ahí que el objetivo de nuestra educación sea sólo uno: ser otro Cristo, revestirse de Cristo.

Adecuándonos a la situación que nos toca vivir en el mundo de hoy, ciertamente podríamos decir que el objetivo de la educación es formar un hombre perfecto. Pero esta meta sola no es suficiente. El objetivo es modelar en nosotros al Cristo perfecto. Por lo tanto nuestro objetivo es siempre un objetivo sobrenatural.

Apuntamos no sólo a un perfeccionamiento de la naturaleza en todos sus aspectos, sino también a una elevación de la misma.

He aquí, pues, nuestro anhelo: revestirnos de Cristo, ser como él, peregrinar por el mundo como otros cristos. Les repito que éste es el ideal a seguir.

¡Cuántos pensamientos vienen a nuestra mente en este campo! Examinemos lo que nos dice el Señor sobre nuestro anhelo de ser como él. Repasemos la hermosa parábola de la vid (Cf Jn 15,1-17). Jesús es la vid y nosotros sus sarmientos. Se nos invita pues a integrar una misteriosa biunidad con el Señor, a ir por la vida conformando una misteriosa biunidad con él. Y a hacerlo en profundidad. De ese modo se cumplirán las palabras del apóstol san Pablo sobre la cabeza y los miembros (Cf. 1Cor 10,14-17; 12,12-31; Rom 12,4-5). .......

En la sociedad actual detectamos la existencia de distintas imágenes y concepciones del hombre, incluso algunas muy nobles. Pero, meditando sobre ellas, advertimos que ninguna posee el grado de nobleza y dignidad de aquella que propone para el hombre "revestirse de Cristo, ser otro Cristo".

                               Tomado de: "Conferencia para las Hermanas de María", 6 de Abril de 1946.

viernes, 16 de mayo de 2025

CRISTO Y LA MUJER

Los Padres de la Iglesia nos llaman la atención sobre una determinada diferencia entre el hombre y la mujer. En alusión a la imagen de Jesús, nos dicen que el hombre representa la cabeza de Cristo, y la mujer, su faz. Pero ¿qué significa representar la faz de Cristo? La vida que bulle en el interior de un hombre se manifiesta en su rostro. La cabeza es la sede de la claridad de pensamiento y voluntad. A través de su conocimiento, el hombre señala caminos y se constituye en guía. La mujer, en cambio, tiene la misión de manifestar el rostro de Cristo. De tal manera que toda vida que alienta en el mundo recibe así la impronta de Cristo.

Reflexionemos un poco sobre la sociedad en la que vivimos hoy. Sin pretender realizar ahora un análisis exhaustivo, podemos afirmar que el mundo de hoy es presa de una gran confusión. La detectamos en todas partes, incluso en nuestra propia familia. Todo parece sumido en el caos y la desolación. Frente a tal estado de cosas es necesario recordar que es ahora cuando se echan los dados; es éste el tiempo en el que se está decidiendo qué rasgos tendrá el rostro del mundo en los próximos —estimativamente— cinco siglos.

La mujer está llamada a representar realmente el rostro de Cristo; todo su ser debe dar un testimonio claro del ideal que Dios ha previsto para ella. Para estar a la altura de esta vocación ¿cuál será entonces la tarea de la mujer? Procurar que los próximos siglos lleven el sello de los rasgos de Cristo. En Schoenstatt se nos ha confiado la misión de salvar la imagen de María santísima, la auténtica imagen de la mujer. Seamos, por lo tanto, guardianes y centinelas de esa maravillosa imagen de la mujer. Que toda nuestra persona lleve siempre sobre sí la impronta del rostro de Cristo, en todo lugar donde estemos o vayamos, tanto en el taller o la fábrica como en la oficina o la familia. Más aún, que a todo lo que realicemos le imprimamos siempre esos divinos rasgos del Señor.

¡Qué importante es este santuario del ideal de la mujer! Hemos sido llamados para ser sus custodios y vigías. Velemos para que sea encarnado con perfección por nosotros mismos y por los que nos hayan sido confiados. Seamos encarnación viviente del ideal de la mujer, porque el ejemplo de vida mueve más que las meras palabras. Y recordemos además aquellos versos de Dante Alighieri: "Contemplar la faz de María santísima y pecar, es imposible".[3]

¡Qué grandeza y qué don del cielo es llevar los rasgos de Cristo estampados sobre nuestro propio rostro, irradiarlos en nuestro entorno y hacer resplandecer a Cristo en cada una de nuestras acciones! De ese modo, Cristo caminará a través de nuestra persona por el mundo y el tiempo actual; naturalmente lo hará entonces en la figura de una mujer y, por lo tanto, en la figura de María santísima.

 

Tomado de: "Conferencia a las dirigentes de la Juventud Femenina de Schoenstatt", 5 de Agosto de 1950.