viernes, 4 de julio de 2025

EDUCACIÓN PATERNAL HOY

El padre Kentenich era educador. Acogió muy generosamente la vida concreta. Dispensó la máxima atención y la mayor parte del tiempo a la educación de mujeres, en primer lugar, de las Hermanas de María. En la comunidad de las hermanas desempeñaba un ministerio paternal que le posibilitaba ocuparse intensamente de la vida espiritual de los miembros de la comunidad, permitir vinculaciones personales y, por esa vía, resolver conflictos espirituales, curar enfermedades y unir a las personas, hasta en lo más profundo, con Dios.

El texto que publicamos hoy nos permite echar una mirada profunda sobre la actitud paternal y pedagógica fundamental del padre Kentenich, y hacerlo en el marco del especial desafío pedagógico que se le plantea a la Iglesia en la actualidad.

El siguiente texto fue tomado de esa apología. Se halla en "Zum Goldenen Priesterjubiläum" (En ocasión de las bodas sacerdotales de oro), Monte Sión 1985, 113-115.

 

“En efecto, quien no mantenga un contacto continuo con el alma del hombre actual, enferma en varios aspectos, no tendrá ni idea de cuántas neurosis obsesivas convierten hoy en un infierno, o al menos en un insoportable purgatorio, la vida de incontables personas de todos los estados y clases, sin descontar, por supuesto, sacerdotes y religiosos.

Dar en esos casos la absolución sin procurar un ulterior proceso interno de sanación, es una solución barata. Una paternidad profundamente anclada en Dios piensa y actúa en este punto de una manera radicalmente distinta. En efecto, la paternidad anclada en Dios se inspira en el ideal del Buen Pastor, autorretrato de Jesús: el Buen Pastor da su vida por sus ovejas. No se queda de brazos cruzados en la orilla de un mar azotado por la tempestad, ni se limita a contemplar tranquila e indiferentemente las aguas rugientes, en la cual miles y miles de personas están expuestas al viento y las olas, luchando, desamparadas, por no perecer. Tampoco se contenta con arrojar desde lejos el salvavidas a quienes se están ahogando, sino que él mismo se arroja al agua, arriesgando su vida, para salvar lo que se debe salvar. Así se cumplen aquellas palabras del Señor: el Buen Pastor da su vida por sus ovejas. No debería resultar demasiado difícil aplicar esta imagen a situaciones del tipo mencionado, y hacerlo con adecuación al caso particular y en consonancia con la época en que se vive.

Permítaseme repetir que la eternidad mostrará alguna vez cuán grande y variado es el número de aquellos que pude guiar a través de tales escollos, hacia la plena libertad de los hijos de Dios, hacia el monte de la perfección.

Ya muy temprano tomé contacto teórico y práctico con el problema en cuestión. Se deja aquí expresamente aparte las experiencias del joven director espiritual "detrás de los muros conventuales". En cuanto se le abrieron las puertas y ventanas hacia el exterior, de todas partes vinieron pacientes a verlo, tanto laicos como sacerdotes.

Y así ocurrió ya a comienzos de los años veinte. Por entonces, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, el Dr. Bergmann, que tiene su consulta y clínica en Kleve, era considerado un especialista en el área. En mi calidad de sacerdote pude continuar y perfeccionar, desde el punto de vista psicológico, ascético y religioso, lo que el Dr. Bergmann había comenzado desde el punto de vista médico.

No raras veces esa obra suponía un duro trabajo. Hubiese sido más fácil tomar distancia de tales casos recurriendo a algunas frases piadosas generales, tal como suelen hacer muchos sacerdotes. Pero el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas no procede así. Él hace todo lo posible (aunque le exija mucho estudio, nervios y tiempo) para evitar daños a sus ovejas, para devolverles la plena libertad interior de los hijos de Dios, en la medida de lo posible.

Nosotros, los sacerdotes, no somos capaces ni estamos dispuestos a aplicar valiente, lúcida y prudentemente los principios morales y las reglas pastorales tradicionales y probadas; por eso se han ido llenando los consultorios de los psicoterapeutas, mientras que cada vez es menor el número de personas que se acerca a nuestros confesionarios. Esto podemos comprobarlo, lamentablemente, en todas partes.

El pastor conocedor de la época y de las almas es consciente de la crisis de la vida moderna y de los efectos prácticos que produce en aquellos que le fueron confiados. Una crisis profunda y abarcadora. Y tiene el coraje y la valentía de ocuparse del problema, buscando remedios y aplicándolos con prudencia y cuidado. De no hacerlo, se sentirá como un hombre que habla irresponsablemente cosas sin sentido y obra al azar. Y habrá de temer, con razón, que pueda empujar a ciertos grupos de entre sus seguidores (por supuesto, sin quererlo) hacia el otro bando, o bien abandonarlos, lisiados, en el campo de batalla.”

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