El gran Dios Trino no quiere solamente nuestro amor filial, sino vincular a sí todas las formas de nuestro amor, incluso el amor de amistad. Él es nuestro amigo divino: "Ya no los llamo mis sirvientes, sino mis amigos". Palabras de Dios que han de ser entendidas literalmente. Pero como la amistad presupone igualdad de naturaleza (por ejemplo, entre un animal y un ser humano no puede hablarse de amistad verdadera), Dios nos comunica un poco de su vida divina. Aquí no se trata ciertamente de una igualdad efectiva, de lo contrario seríamos dioses, sino de una cierta semejanza creada, suficiente para posibilitar un trato íntimo.
Como verdadero amigo Dios intercambia bienes con
nosotros. Nos da a su Hijo, nos da su Espíritu Santo. Nos hace partícipe de la
tarea y misión de su Hijo, cuya madre él nos confía solemnemente en el
Calvario.
El amigo divino quiere también tener mis bienes. Yo sólo
tengo una única propiedad: mi voluntad, mi amor. Puedo y debo ofrecérselos como
regalo de amigo. ¿Qué dice el Señor? "Mira que estoy a la puerta llamando.
Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él
y él conmigo". Jamás habríamos osado desear una tal intimidad si él, el amigo divino, no nos
la hubiera ofrecido. Nos invita a su mesa, nos habla aconsejándonos y
motivándonos como lo hace un buen amigo.
Así pues a santa Clara, la gran santa del s. XIII, cuando
volvía de la meditación a reunirse con sus hermanas en su grupo, éstas solían
preguntarle: "¿Qué noticias tienes de Dios?" Ellas sabían que Dios le
había hablado.
Quien cultive la amistad con el Dios Trino que vive en su
alma, descubrirá ciertos contextos y comprenderá verdades que quedan ocultos a
otros. Y como fruto de esa amistad cobrará una y otra vez renovadas fuerzas
para esforzarse con seriedad. Lamentablemente la algarabía del mundo invade
tanto nuestros oídos que no nos permite percibir la voz del amigo y su llamada
a la puerta.
El santo de la vida diaria tiene un oído fino y está
abierto a Dios. Las voces de los hombres y el estrépito del trabajo no le
impiden escuchar la voz del amigo divino. Él la escucha en todas partes, como
un hijo a quien le resulta muy familiar la voz de su madre, y la percibe
también en medio del bullicio de la calle.
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