Unidos en el corazón.
¿Qué querrá decir «comunidad de corazones»? Y ¿qué
podemos hacer para llegar a ser una comunidad de corazones? O, mejor dicho,
¿cómo tiene que ser mi corazón para que pueda ofrecérselo al otro? ¿Cómo tiene
que ser mi corazón para que pueda preparar a otros […] un lugar, una morada, un
nido en ese corazón? […]
Pienso que tendría que destacar esencialmente tres
cualidades:
Amor que cobija. En
primer lugar, tendría que ser un amor que cobija: yo cobijo al otro. Y si es
realmente una comunidad de corazones, […] solo tienen que arrojar una mirada,
por ejemplo, en una familia sana. En efecto, en una familia tal se piensa […]
que la madre es el ideal del amor, de un amor que cobija. Supongamos que
alguien ‒un hijo o una hija‒ [se enajena de la familia, nadie quiere
tener nada más
que ver con esa persona] […]
Para nosotros es evidente que ese hijo sigue teniendo siempre un hogar
cobijador en el corazón de la madre. […]
Suponiendo, entonces, que alguno de nosotros se
descarríe: está claro que una comunidad de corazones, si está pensada en serio,
se obliga ‒oh,
no necesita obligarse, es una obviedad‒ a
lo siguiente: todos sin excepción
tienen en mi corazón un
hogar que cobija; en todas las situaciones, también
en situaciones excepcionales. Nos cobijamos mutuamente, lo hacemos realmente en
serio, con apertura, con sinceridad, pero con todas nuestras debilidades.
Amor que enaltece. En
segundo lugar, debe ser un amor que enaltece, no que rebaja. ¿Y qué significa
esto? […] Basta con que recordemos las leyes de gravedad de la naturaleza;
basta con que recordemos en qué situación cultural hemos nacido; basta con que
arrojemos una mirada a nuestro alrededor. […] ¡Qué grande será, en un tiempo
previsible, el peligro de que nos rebajemos en lugar de enaltecernos! Tiene que
ser, pues, un amor que enaltezca, un amor que tire siempre hacia arriba y que
llamee como un fuego poderoso, un fuego de Dios, un fuego encendido por Dios
que quisiera llevar consigo todo hacia lo alto e introducirlo en el amor
infinito.
Amor que sostiene y soporta. Y
¿qué es lo más esencial, lo más concreto? […] Es el amor que sostiene y
soporta. […]
Actuar desde la comunidad de corazones.
Ahora bien, ¿qué tenemos que hacer para poder ofrecernos mutuamente ese gran
regalo como comunidad de corazones? Dicho de otro modo: ¿cómo tenemos que
educar nuestro corazón? […]
Un corazón respetuoso.
Tenemos que cuidar de llevar en el pecho un corazón respetuoso.
¿Qué significa un corazón respetuoso? Un corazón que
tiene respeto por el otro, un respeto real; tengo respeto incluso si descubro
al otro en sus debilidades, en todas sus limitaciones, en todas sus fracturas y
derrumbamientos. […]
Un corazón bondadoso.
Necesito un corazón bondadoso. Un corazón bondadoso que pase por alto las
limitaciones, un corazón bondadoso que acoja tantas cosas hirientes, tantas
limitaciones […] que, en sí, perturban humanamente la relación, como si no
existieran para nada.
Pero no con una cierta finalidad, como si dijera: el otro
tiene que soportarme a mí, por eso yo quiero soportarlo también. No: eso
tendría que brotar de una bondad desbordante. Una riqueza interior de bondad
sincera, benevolente, tendría que atravesar y extenderse de nuevo por nuestro
corazón. Un amor respetuoso, un amor bondadoso.
Un corazón con consciencia de responsabilidad.
[…] Si tarde o temprano de alguna manera nos desviamos por un camino no tan
bueno y [los nuestros] no se atreven a advertirme de ello, […] para nosotros
tendría que ser algo obvio [que nos tratemos unos a otros con franqueza y mutua
responsabilidad]. […]
Querer descubrir lo bueno.
Probablemente no encuentren ustedes a ninguna persona que no tenga un núcleo
bueno, en el que no se esconda todo un lingote de piedras preciosas.
Naturalmente, primero tengo que descubrirlo y reconocerlo. Y desde luego,
tampoco encontrarán a nadie en el que esa piedra preciosa no esté salpicada e
incrustada de mucha suciedad y piedra, rocas de todo tipo.
Entonces, nuestra tarea será cuidar de que la piedra
preciosa cobre brillo, que todo lo demás que impide que la piedra preciosa
cobre su pleno brillo sea retirado y sacudido. […]
Es una señal de superficialidad humana el hecho de que,
en la mayoría de los casos, veamos la imagen que tenemos unos de otros
atravesada por todo tipo de rayas y consideremos demasiado poco los aspectos
luminosos.
Posiblemente, mientras nuestro encuentro mutuo se
producía en ropa de domingo, era natural que tuviésemos ilusiones unos de
otros. Pero a partir del momento en que nos conocimos realmente, en que
estuvimos día y noche juntos, probablemente ser dio el gran peligro de que
viéramos todo lo que hay en el otro solamente como una maraña de hilos. Eso es
un gran error.
Tienen que ser honestos y, durante un tiempo, de forma
muy unilateral, conscientemente unilateral, ver en el otro los rasgos bellos,
las disposiciones nobles. O sea, educarse para meter por de pronto lo negativo
en el bolsillo ‒no
es preciso que lo nieguen‒ y,
entonces, descubrirán cuánta riqueza de corazón hay en su pequeña comunidad, una riqueza que, sin
embargo, en su mayoría
está todavía
latente. ¡Cuánta riqueza de sentimientos, cuánta noble voluntad! y, seguramente también, ¡cuánta claridad interior anida en todos! No
de tal modo que todo estuviese clarificado. Pero sí en camino de estarlo. Y
puesto que muy fácilmente estamos inclinados a tirar unos de otros hacia abajo
y a registrar en nosotros la imagen negativa, la caricatura, nos apoyamos
demasiado poco unos a otros. Es una gran pieza de maestría estar y caminar
juntos, vivir y amar uno en el otro, valoramos y protegernos mutuamente como
personalidades y, a pesar de ello, tener una visión clara de las limitaciones
que cada uno lleva marcadas en la frente. […]
Es una obra de arte de primer nivel, con aspiración a lo
alto, a lo infinito, decir un sí a nuestras limitaciones y proseguir
serenamente nuestro camino.
J. Kentenich, 20.04.1963, en Ein Durchblick in Texten, t,
3, 52