En el centro de la familia está el niño.
No sería correcto decir, como padre: «Quiero
esforzarme por ganar dinero y ser competente en mi profesión, actuar también en
política, pero en mi familia dejo el cetro a la madre. Cuando estoy en casa,
los niños deben dejarme en paz. Allí quiero estar tranquilo».
No: a pesar de la competencia profesional, a pesar de
la necesidad de ganar dinero, a pesar de la actividad política, el ámbito
principal de mi actividad paterna tiene que ser siempre la familia. El objeto
de la preocupación principal en la familia es el niño. […]
Quisiera que te vaya bien.
De Herodes se dice que «perseguía al niño» [cf. Mt
2,13 ss.] ¿Qué hacen los padres? No dicen: «¡Qué fastidio tener que huir a
Egipto!». No, sino que incluso emprenden la huida a través del desierto. De
modo que la preocupación principal es el niño. Que a los padres les vaya bien
es, en principio, algo secundario. María y José permanecen en un país
extranjero, con costumbres extranjeras, con una lengua extranjera. ¿Por qué?
Por el niño. Además, cuando llega el momento en que Dios necesita al Salvador
para la actividad pública, el bien del niño está en primer plano. La santísima
Virgen tiene que renunciar al niño. Tal como fue en la Sagrada Familia de
Nazaret, también en nuestro caso el niño tiene que estar siempre en el centro.
El bienestar corporal. Creo que aquí en Estados Unidos tenemos menos dificultades en ese
sentido. Ganamos [nuestro dinero] y cuidamos de que nosotros, es decir, también
nuestros hijos, tengamos comodidad y bienestar. ¿Irá eso a veces demasiado
lejos? Después daremos una respuesta a ello.
El bienestar mental y espiritual. Pero no solamente tenemos que cuidar del bienestar corporal, sino también
del bienestar mental y espiritual, así como de la vida religiosa. Nosotros
tenemos la responsabilidad principal, no la Iglesia ni la escuela, aun cuando
se trate de una escuela privada católica. Ellos solo pueden ser «ayudantes». La
tarea del cuidado [del niño] nos compete principalmente a nosotros. Y lo que
podemos hacer nosotros mismos no hemos de descargarlo en la escuela o en la
Iglesia. Eso vale también cuando se trata del bienestar mental y espiritual.
Mis hijos deben convertirse en personas de un alto nivel moral. Por eso tienen
que ser formados y educados, tienen que aprender a pensar con independencia,
poder tomar iniciativa y moverse en la vida. Yo tengo la responsabilidad a ese
respecto.
El bienestar religioso. Pero no debemos olvidar nunca que el niño es también un hijo de Dios. Yo
debo formar y educar también la vida religiosa de mi hijo. Debo educar al niño
de modo que, más tarde, él se regale a Dios por iniciativa y voluntad propia y
en el lugar y el momento en que Dios lo quiera.
Vivo lo que digo.
Aquí queremos añadir una pregunta práctica. Dice la
pregunta: ¿Qué tengo que hacer como padre y madre para educar correctamente a
mis hijos? No para alimentarlos correctamente, sino para educarlos
correctamente, para educarlos en lo religioso-moral.
Esa pregunta puede tener numerosas respuestas. La más
habitual reza: el buen ejemplo. Yo mismo tengo que vivir a mi manera el ideal
que tengo para mi hijo. Tengo que ser un padre ideal, una madre ideal,
desprendido de mí mismo, de mí misma. Este es el medio educativo más valioso.
Tienen que retener esto: el educador educado es la
gran personalidad que obra milagros en la educación. Esto es muy esencial para
la educación. Todo lo que les digo a los hijos tengo que hacerlo pasar antes
por mi cabeza y mi corazón, lucharlo primero yo mismo interiormente antes de
abrir la boca para hablar. Entonces tienen ustedes que ver lo eficaces que
serán como educadores.
¿Comprenden de lo que se trata? Es la misteriosa
eficacia de un ser humano que está totalmente identificado con aquello que
dice.
¿Comprenden ahora lo que significa poner la
autoeducación al servicio de la educación de mis hijos? Seré el mejor, el más
genial, el carismáticamente más dotado de los educadores si me mantengo en
constante disciplina y utilizo todos los errores de mis seguidores para mirar
dentro de mí mismo y superar de nuevo, interiormente, errores similares, quizá
los mismos. Entonces yo mismo estaré siempre despierto. No seré solamente aquel
que educa, sino que yo mismo seré educado por mis hijos.
J. Kentenich, 18.01.1953, en Dienst am Leben, 30 ss.