viernes, 12 de mayo de 2023

MATRIMONIO, CAMINO DE SANTIDAD

 La vida matrimonial, camino hacia la santidad.

En las últimas semanas venimos ofreciendo para la reflexión y el diálogo algunos pensamientos de nuestro Padre Fundador sobre los esposos y el matrimonio. Hoy traemos un texto muy conocido y “apreciado” por los miembros de la Rama familiar de Schoenstatt sobre la vida matrimonial como camino de y hacia la santidad. El P. Kentenich dice así:

“Resulta fácil tender un puente desde esta área temática a aquella otra que nos venía ocupando: la búsqueda de una espiritualidad para laicos en medio del mundo. Repasemos algunos pensamientos sobre los cuales ya reflexionamos para que se nos graben más hondamente aún.

Que las cosas del mundo sean para nosotros un camino hacia lo alto. Este es el sentido en que podemos y debemos usar de ellas. Y esto vale para todo lo que nos está permitido a los esposos en razón del matrimonio. Así podremos decir que queremos ser santos no a pesar de estar casados y de las cosas de la vida conyugal, sino precisamente porque estamos casados. Usemos todo lo que está permitido en el matrimonio como un sursum corda (arriba los corazones).

Recordando un término al que ya hicimos referencia, les pido que el matrimonio no sea una "trampa" o "lazo" para nuestra aspiración religiosa sino un medio para la santidad. La pregunta clave es cómo usar de esas cosas para que sean camino de santidad. Cuando pensamos en todo lo que se nos permite a los casados y, más aún, lo que es un deber como cónyuges, pensamos ante todo en el acto conyugal. Y entonces surge la pregunta: ¿cómo realizar el acto conyugal, para que sea expresión y medio de santidad?

Dos son las respuestas que les ofrezco: el acto conyugal debe realizarse como expresión de la dignidad personal de ambos cónyuges y como medio para la mutua complementación psíquica y espiritual.

El acto conyugal, expresión de la dignidad personal

Imágenes del Dios Trino

Según la Sagrada Escritura, todos somos imágenes de Dios y justamente de un Dios Trino. He aquí el gran misterio: tres personas y un solo Dios. Y la característica de estas tres personas consiste en la mutua apertura, en estar abiertos los unos a los otros. El Padre se conoce a sí mismo. Y en este conocimiento tenemos al Hijo. Padre e Hijo se funden en un tierno beso de amor. Y en este beso tenemos al Espíritu Santo. El Dios Trino se nos revela, en su esencia, como una comunidad.

Personalidades firmes y abiertas al tú

Ser imágenes del Dios Trino no sólo nos exige ser personalidades firmes, sino también estar abiertos al tú. El sentido de lo comunitario, la apertura a la comunidad, es asimismo parte de la esencia del ser humano. La imagen más perfecta del Dios Trino son en realidad los esposos y concretamente los esposos en el momento del acto conyugal. En él continúan siendo dos personas distintas, pero tan estrecha y fuertemente unidas que la Sagrada Escritura dice que son una sola carne. Pero son dos personas; por lo tanto en la vivencia de todo lo que está permitido en el matrimonio no debemos descuidar la dignidad personal.

El niño, fruto de la mutua donación

Avancemos un poco más. Somos imágenes del Dios Trino. Si consumamos el matrimonio en armonía con su auténtico sentido, es esperable entonces la llegada de un hijo como fruto de esa mutua donación. Por eso subrayábamos arriba la palabra trino. El hombre y la mujer que en calidad de padre y madre traen al hijo al mundo conforman una «trinidad».”

J. Kentenich, Lunes por la tarde, Tomo 20

 

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