Seguimos con los textos referidos a la felicidad en el matrimonio que iniciamos la semana pasada en este Blog. A continuación uno tomado del tomo 20 de la serie 'Los lunes por la tarde', que como saben los lectores nos dan a conocer las charlas del Padre Kentenich a un grupo de matrimonios en Milwaukee/USA durante su estancia en aquella ciudad.
"En primer lugar, recordemos que queremos hacernos felices el uno al otro. No olviden por favor que no sólo queremos regalarnos y permitirnos placer sexual el uno al otro, sino que queremos hacer feliz al cónyuge. Hacernos felices en nuestra calidad de personas.
¿Qué significa esto en el caso particular, cuando repasamos el desarrollo histórico de nuestra vida de amor? Por lo general, en el comienzo de la vida matrimonial queremos ser felices en la posesión del cónyuge. Naturalmente se busca también la felicidad del otro, pero en primer plano está la felicidad propia. Yo soy quien quiere ser feliz en la posesión de mi esposa o de mi esposo. Que el amor se desarrolle, que no se quede estancado en el primer estadio. De ese modo, tarde o temprano abandonará nuestro yo el primer plano y estaremos ante todo para hacer feliz al otro. Que él sea feliz no quiere decir brindarle sólo satisfacción en el área de la sexualidad —lo cual sería algo puramente animal— sino procurar a través de todo mi amor que el otro como persona sea feliz. «¡Con tal de que él sea feliz! Lo que me pase a mí no es tan importante…»
No olviden que el cultivo de esta actitud es tarea de ambos cónyuges. El varón tiende por naturaleza a buscar su felicidad a través de su mujer, y no repara tanto en hacer feliz a su esposa. Por eso, cuando el varón no educa a fondo su amor, se inclina a esperarlo todo de su mujer sin devolverle nada a cambio. De ahí se explica también su desenfreno en el planteo de exigencias a su mujer en el campo sexual. Que no ocurra así. Crecer ambos en el amor es desarrollar con el tiempo la siguiente actitud: «Mi principal interés es el bienestar del otro». Alcanzar juntos una disciplina y cultivo de la vida conyugal es alcanzar una importante cumbre espiritual.
Granjearse en todo momento el amor del cónyuge
Para lograr hacernos mutuamente felices, tratemos continuamente de granjeamos el amor del cónyuge. Procure la mujer granjearse sin cesar el amor de su esposo y procure el varón granjearse en todo momento el amor de su mujer. Y no solamente como lo hacían en el noviazgo, sino apunten ahora a un nivel moral muy superior.
¿Cómo habrá de granjearse la mujer el amor de su esposo? No sólo a través de su encanto, o vistiéndose tal como al esposo le gusta, sino a través de una nueva madurez. Madurez que le permita a la mujer regalarle continuamente al marido una cierta paz y cobijamiento en su corazón. Y ello requiere que la esposa esté atenta a lo que el esposo necesita. Por ejemplo, el marido vuelve cansado de su trabajo y su mujer también está cansada de su trabajo doméstico. Pero la esposa ama al esposo hasta el punto de ponerse a su disposición, y brindarse a él como si no hubiese hecho absolutamente nada, reparando sólo en que él se sienta bien… Fíjense qué elevada espiritualidad hay en esa norma de conducta. Creo que no hay otra orden religiosa que exija tanto de la mujer como la «orden del matrimonio».
Que el marido procure a su vez granjearse en todo momento el amor de su esposa. Y lo hará encarnando de la manera más perfecta posible el ideal del varón y no el del «aventurero sexual». Que asuma el ideal del hombre abnegado, firme y caballero. ¿Cómo lo hacía en tiempos del noviazgo? Que lo haga también así ahora. Que se reserve tiempo para cultivar el amor hacia su esposa y tiempo para cultivar el amor hacia sus hijos.
Hagan suyo este ideal de los esposos y verán cómo el matrimonio se convierte en una escuela de santidad de primer orden."
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