La
semana pasada leíamos en los apuntes de una de las conferencias del Padre
Kentenich a los educadores en Santiago de Chile en el año 1951 algo sobre las
distintas concepciones del hombre en los últimos siglos. Nuestro Padre afirmaba
que la última concepción del hombre es “la concepción del hombre mecanicista o
colectivista”, y que esta mentalidad “se ha extendido de este a oeste y cada
vez gana más popularidad”. “Después que la humanidad sintió que no era capaz de
mirar por sí misma hacia Dios, según la imagen de una máquina se constituyó a
sí misma en Dios. Al hombre que se ha formado así, se le llama hombre
mecanicista.”
Invito
a los lectores del Blog a reflexionar sobre lo dicho, sobre todo teniendo en
cuenta que, según el Fundador, todos estamos más o menos contaminados de ese
bacilo. Él mismo confesó haber sufrido en su juventud las consecuencias del bacilo
mencionado (recuérdense las crisis en sus años jóvenes).
Dice
la Real Academia de la lengua española que en la filosofía el término ‘mecanicismo’
hace referencia a la ‘doctrina según la cual toda realidad natural tiene una
estructura semejante a la de una máquina y puede explicarse mecánicamente’.
Al hombre mecanicista lo define como ‘seguidor del mecanicismo’.
Los
que llegamos a Schoenstatt en la época ‘post-fundatoris’ tuvimos la oportunidad
de aprender de nuestros mayores que para el Fundador ‘la mentalidad o
pensamiento mecanicista es la principal patología de la modernidad, y que la
misma impediría al hombre contemporáneo alcanzar una correcta comprensión de
Dios y del poder mediador de las criaturas’. También supimos que ‘esta
mentalidad tiende a analizar y separar lo que en realidad está
interrelacionado. No logra ver las partes en el todo. Por eso separa y analiza
de modo mecanicista e inorgánico, sin lograr conjugar, por ejemplo, el concepto
de individuo y comunidad, de libertad y obediencia, de paternidad y
fraternidad, de masculinidad y feminidad, sin visualizar la relación viva y
fecunda de Dios y hombre, de Cristo y María, de naturaleza y gracia, etc. Crea
así antagonismos infecundos donde debiera darse más bien una rica polaridad.
Aísla donde debiera haber mutua complementación.’ Actualmente lo vivimos a
diario en todas las discusiones y manifestaciones sobre la mujer y el ‘género’ ……
Muchas
personas en las filas de Schoenstatt conocen la así llamada “Epístola perlonga”
de nuestro Fundador: se trata de una carta que el Padre Kentenich escribió a la
iglesia alemana en el ‘contexto de la Visitación que se hizo a Schoenstatt y
de las observaciones a lo que se consideraban “ideas o terminologías
particulares” y, especialmente, al rol del fundador de la familia, su autoridad
y las vivencias paterno-filiales, así cómo el valor de las causas segundas,
como expresión, camino y seguro para nuestro encuentro con Dios.’
La
virtud de la esperanza llevó al Padre a vislumbrar en el horizonte de los “novísimos
tiempos” una profunda renovación del hombre cristiano, en el que se nos
mostrará un nuevo resplandor de la vida y riqueza de Cristo, y en donde la
nueva cultura será la de una armonía entre la naturaleza y la gracia, tal como
la encarna la santísima Virgen.
Cuando
se viven esos ‘antagonismos infecundos’ en la propia vida se sabe lo dañino del
mecanicismo, el sufrimiento que puede producir. Un campo de aplicación
clarísimo es la vida matrimonial, el lecho conyugal: ‘El mecanicismo no es
capaz de unir armónicamente el amor instintivo-sexual con el amor afectivo-sensible,
el amor espiritual con el amor sobrenatural, separando y dividiendo en forma
mecanicista amor y fecundidad.’
Recordaré
siempre el bien que me hizo, como hombre casado, la lectura de las conferencias
del Padre Kentenich a los matrimonios de Milwaukee de los primeros meses del
año 1961 sobre el tema del amor conyugal. ¡Toda una novedad para mí, un
horizonte resplandeciente para mi vida de amor conyugal! En la conferencia del 6
de marzo de 1961 podemos leer:
“El
vínculo que une a todos los hijos de Dios entre sí es el mismo que une al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Nos referimos al vínculo del amor. La
corriente del amor divino tiene que pasar también a través de los esposos. Más
aún, permítanme decirles que el amor matrimonial es el reflejo más perfecto
del amor divino intratrinitario. Piensen en la Trinidad: tres personas y un
solo Dios, unidos por el vínculo del amor. Y en el caso del matrimonio, dos
personas y sin embargo una unidad, una unidad a nivel corporal que es expresión
de una comunión espiritual extraordinariamente profunda”.
En
la conferencia del 3 de abril del mismo año vuelve a repetir la idea central:
“Se
trata de integrar el acto conyugal, la unión conyugal, en la totalidad de
nuestra condición de persona. Les repito: el acto conyugal es expresión de la
entrega total de una persona a otra. Una persona se brinda a otra persona. Vale
decir que formalmente no es la entrega que se le hace al cónyuge de una parte
del cuerpo. Si se hace ese don, es porque ello es un símbolo de la entrega y la
ofrenda mutua de toda la persona. …. Se podría decir que no existe otro
reflejo tan perfecto del amor del Dios Trino como el amor matrimonial y su
expresión en el acto conyugal”.
(Ver:
Canto al amor – Editorial Schoenstatt, Santiago de Chile – Título original: Am
Montagabend ….Band 20 - Eheliche Liebe als Weg zur Heiligkeit)
Gracias Paco! A veces no nos damos cuenta de nuestro propio pensar mecanicista... Siempre tratamos de separar, distinguir, realidades que al el final son una sola. Me encantó lo que escribiste!
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