"Al contemplar todo el panorama de lo meditado, comprobamos que hay un pensamiento que se destaca nítidamente: la esencia más profunda de todo el ser de María santísima es su vinculación a Cristo. Si nos hemos entregado a la Madre del Señor, si aceptamos el orden de ser objetivo, entonces nuestro amor a la santísima Virgen y el fervor mariano tienen que estar profundamente vinculados a Cristo. De entre todas las creaturas, es en María santísima en quien la corriente de Cristo fluye con su caudal más puro y original, con su fuerza más arrolladora. Que nuestro fervor mariano esté hondamente vinculado a Cristo significa, por lo tanto, sumergirnos y ser llevados por esta corriente que fluye en ella. Sí; que nuestro amor a la bendita entre las mujeres esté por entero ligado a Cristo. De lo contrario, no estará en armonía con el orden objetivo del ser. Por eso, todo depende de que, en nuestra devoción a la Madre del Señor, ingresemos en la corriente que va hacia Cristo; de que lo hagamos de manera especialísima. Y, naturalmente, por Cristo nos encaminaremos hacia el Padre y el Espíritu Santo. ……..
Permítanme
decirles que una de las cosas contra las que, personalmente, siempre lucho es
contra el idealismo, también en el campo de la religión. Muchos intentan hoy
amar a Jesús separándolo de la santísima Virgen. Y lo hacen porque hoy son
millones los que no han aprendido a amar de corazón a otras personas. No
conocen ningún organismo de vinculaciones, no aman a los hombres. Dicen que
aman a Dios; pero no es cierto. ¿A quién aman entonces? A una idea. He aquí la
gran tragedia. Si queremos aprender a amar a María santísima, aprendamos
primero a amar a los demás. Así sabremos, algún día, lo que es amar a la
santísima Virgen. En realidad no amamos solamente a la persona en sí misma sino
que, en ella, amamos a Dios. Y esto hay que haberlo experimentado alguna vez.
Que la meta sea vincularse a Cristo que está presente en el prójimo. Este
proceso se da con mayor facilidad en el caso de la santísima Virgen. En estos
tiempos que corren, la mayoría de la gente, incluso aquellos que son capaces de
hablar de Dios con mucho entusiasmo, no aman a Dios como persona, sino que aman
una idea. Y esto no es devoción. Como filósofo puedo comprender que alguien se
entusiasme por una idea y hable de ella con fervor, pero existe una enorme
diferencia entre ese entusiasmo y el amor hacia una persona. Por ejemplo, un
teólogo descubre un nuevo aspecto fundamental del misterio de la Trinidad… ¡qué
grande será su entusiasmo! Pero eso no significa directamente que ame Dios.
No nos
engañemos; no hay nada mejor que un profundo amor a María santísima para
infundirle calidez a nuestro amor a Cristo. Y ello ocurre así por dos motivos:
por una parte, porque nuestro amor a la bendita entre las mujeres y la
vinculación vital de ella con su divino Hijo están fundamentados en el orden de
ser objetivo: el lugar que ella ocupa en relación con Cristo y con todos
nosotros es necesario para nuestra salvación y se cimenta en el orden de ser
objetivo.
En segundo
lugar, por ser mujer, ella como persona está especialmente orientada al trato
con personas. Pero hay un motivo mucho más profundo. La santísima Virgen tiene
indudablemente el carisma de establecer vínculos de amor personal y de entregar
amor personal. Quien quiera prepararse para afrontar tiempos difíciles tiene la
posibilidad de ahondar en la figura de Jesús y, así, puede ser que Dios le conceda
el don de una vinculación personal al Señor. Pero si profundiza en la figura de
María santísima, accederá a una "vitalis Christi cognitio". La
Madre del Señor es la persona que salva a Dios de la despersonalización. Ella
nos preserva de la despersonalización en nuestro trato con Dios. ¡No se
imaginan cuán despersonalizado es hoy el amor con que se ama a Dios! Medítenlo
a fondo.
Quizás desde
este punto de vista comprendan mejor aquella otra consigna clásica de la
devoción mariana: "El camino que pasa por la santísima Virgen es el más
fácil, el más seguro y el más corto para alcanzar una profunda intimidad con
Cristo y un profundo estar poseído por Cristo".
Tomado de:
"Jornada de Delegados de la Familia de Schoenstatt", 16 al 20
de Octubre de 1950.
Ver: “Cristo es mi vida”, pág. 143
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