Dolores de parto hasta que Cristo tome forma en nosotros
Al repasar las
cartas de san Pablo, hallamos entre ellas una dirigida a los gálatas. La
comunidad allí fundada era su favorita; san Pablo le tenía un cariño especial.
Podemos apreciarlo en las palabras que utiliza para dirigirse a ellos: "Filioli…"
¡hijitos míos! (Gal 4,19). No es fácil traducir esa expresión. Y luego aquellas
hermosas palabras que expresan la verdadera sabiduría de un padre: «¡Hijos
míos! por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado
en vosotros» (Gal 4,19). Estas palabras quieren decir en la práctica que san Pablo
no es sólo padre sino también madre de su comunidad. Tanto la ama que frente a
ella se siente como una madre.
Fíjense muy
bien en lo que les dice a los gálatas: "Hasta ver a Cristo formado en
vosotros". No les confía que sufre dolores de parto para que lleven
una vida en consonancia con altos valores morales o para que respeten las
normas morales también en su actividad comercial. No; la idea central es
"que Cristo vuelva a nacer en vosotros". Es exactamente el mismo
pensamiento del cual ya hablamos anteriormente: lo esencial es participar en la
vida de Cristo, en la vida de Dios. Naturalmente los gálatas estaban
bautizados, y por lo tanto ya eran partícipes de la vida de Cristo, de la vida
de Dios. Entonces ¿a qué apuntaba san Pablo? A que Cristo cobrase una figura
plena en sus vidas. De ahí que en aquel pasaje, donde se describe a sí mismo,
diga: «Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).
El apóstol está
tan profundamente compenetrado del hecho que Cristo vive en él que, más tarde, proseguirá
ampliando ese pensamiento. Cristo no sólo vive en mí, sino que actúa en mí;
Cristo sufre en mí; Cristo ora en mí. Fíjense que Cristo ha pasado a ocupar
enteramente el lugar del propio yo; tan fuerte es el dominio que ejerce el
Señor sobre toda su persona. Todo su ser, todas las manifestaciones de vida de
su naturaleza están siempre orientados a Cristo y unidas a él; crecen a partir
de Cristo.
¿No es éste
acaso el ideal al cual deberíamos aspirar como padres y madres frente a
nuestros hijos? Pienso ahora en las madres. ¡Cuántos dolores han
soportado hasta ver nacido a su hijo! Eso pasó una vez. Ahora también tenemos
que sobrellevar dolores de parto, a fin de que surja y viva Cristo en mis
hijos. Y esto no sólo es labor de una vez, sino misión permanente. No basta por
lo tanto procurar que mis hijos estén sanos. Naturalmente hay que cuidar
también de ello. No es suficiente velar para que mis hijos aprendan algo a fin
de que en el futuro puedan ganarse la vida. No; Cristo debe cobrar figura en ellos.
No es fácil educar así a mis hijos. Cuesta muchos dolores de parto. Incluso
puede exigir dolores de muerte, ya que no raras veces los dolores de parto son
dolores de muerte.
De lo expuesto
pueden deducir dos observaciones. En primer lugar, que san Pablo amaba
entrañablemente a la comunidad de los gálatas. Es como si quisiera decir: yo no
soy sólo vuestro padre espiritual sino que también he llegado a ser vuestra
madre. Y no se avergüenza en absoluto de decirlo. Simplemente se trata de una
relación evidente de mutuo afecto. En segundo lugar, advertimos la profunda
vinculación de san Pablo con su ideal; todo es visto desde Cristo y a partir de
la vida de Cristo.
Apliquemos
ahora estas dos observaciones a nosotros mismos, como matrimonios. ¿Qué
conclusiones podríamos sacar? En mi condición de esposo ¿a quién rindo honor en
mi esposa? A Cristo. Y yo, como esposa ¿a quién rindo honor en mi esposo?
Nuevamente, a Cristo. Si ambos nos consideramos imágenes de Cristo, daremos
lugar a una entrega mutua muy profunda, respetuosa y llena de amor.
Quizás algunos
me dirán que ésta es la primera vez que escuchan tales palabras, que nunca
antes las escucharon en las homilías. ¿No les parece extraño que haya sido así?
San Pablo tuvo el coraje de decirles estas cosas a los cristianos que recién se
habían convertido del paganismo. ¿Y nosotros? ¡Cuánto tiempo hace que somos
cristianos! Las verdades específicamente cristianas nos resultan, en su
esencia, casi desconocidas.
Tomado de:
"Conferencia para matrimonios", Milwaukee, 20 de Marzo de
1961. Ver “Cristo es mi vida”, Pág. 178
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